Lulu, de Mircea Cărtărescu
Una novela visceral y sin concesiones que retrata las mil caras de la obsesión y la pérdida de la infancia y de la adolescencia.
Si Mircea Cărtărescu se hubiese dedicado a la gastronomía en lugar de a la literatura, sus platos serían muy elaborados, con ingredientes difíciles de identificar y presentaciones muy trabajadas. Conservarían, sin embargo, los sabores originales de los alimentos, sin disfrazar ni suavizar; una experiencia sensorial imposible de olvidar y probablemente no apta para los más remilgados.
Lulu, entonces, aparecería en la carta del chef Cărtărescu como un guiso contundente, elaborado a base de riñones, sesos o hígados, que remitiría al comensal a la esencia misma de la materia animal. Y es que si les digo que esta breve novela está escrita de un modo visceral, lo afirmo literalmente.
La lectura de El ruletista, hace algún tiempo, ya me dejó claro que el estilo lírico, barroco y sin concesiones de Cărtărescu le convierten en uno de los narradores más interesantes de la actualidad. El ruletista destacaba, además, por la brillantez de su argumento, en cambio Lulu es una obra más personal, más introspectiva, en la que el autor explora su interior para enfrentarse a sus demonios. Pero para Cărtărescu su interior no es tan solo un templo de pensamientos o de sentimientos puros, como lo fue para otros autores; él es cuerpo tanto o más que alma, y con su prosa radical consigue dotar de espiritualidad a sus vísceras y de carnalidad a sus sentimientos.
Victor, a los treinta y cuatro años, es un escritor de éxito atormentado por una vieja obsesión: Lulu. Enfrentándose en el espejo al Victor adolescente de hace diecisiete años decide volcar su angustia en el papel, en un último intento de curarse de su neurosis.
“Si la escritura es, como dicen, una terapia, si puede curar, debería poder hacerlo ahora. Voy a emborronar una página tras otra, voy a utilizar la hojas como vendas impregnadas, no de tinta, sino de lo que mi vieja herida supura.”
Encerrado en su estudio, retrocede al momento donde cree que comenzó todo; el campamento de verano en el que Lulu plantó su semilla en el cerebro del Victor adolescente. Victor, con diecisiete años, apenas se relacionaba con sus compañeros; él era un poeta maldito en ciernes, destinado a consagrarse a la literatura, a escribir el Libro, un libro “creado no solo por mi mente, sino secretado por las glándulas de mi cuerpo, expectorado por mis pulmones, exprimido de mis testículos, eviscerado de mis tripas, brotado de mis carótidas”, y sólo podría lograrlo entregándose voluntariamente a la soledad y el dolor.
“Me sentaba en un banco y peroraba en voz alta, despotricando contra aquellos seres que se conformaban con una ilusión, que ignoraban la estructura despiadada del mundo. Pocos iban a conocer, a través del sufrimiento, a través de la frustración, a través del rechazo orgulloso de la trampa pubiana, la verdadera existencia, la tortura de la lucidez. Los demás vivirán, amarán, tendrán hijos y morirán sin enterarse de que además de su imbécil felicidad, en este mundo existen otras cosas”.
Despreciaba a sus compañeros, despreocupados de todo, rebosantes de vitalidad y hormonas ―aunque, ¡cómo nos fascina aquello que despreciamos y que no podemos alcanzar!― y ellos le devolvían su desprecio en forma de burlas y humillaciones. El último día de campamento, uno de los chicos, Lulu, le gasta una broma cruel disfrazado de mujer y desde ese momento Victor no puede apartar de su mente la imagen grotesca de “aquellas tetas de guata, aquella falda de puta vulgar, aquella peluca, aquel artificio, aquel manierismo”.
La lucha contra la obsesión ―porque no es amor ni fascinación lo que suscita la imagen de Lulu; es una obsesión cercana a lo patológico― se desarrolla en el estudio de Victor, sobre los papeles que rellena enfebrecido, pero también en sus sueños, tan presentes siempre en la obra de Cărtărescu. Y entre vigilia y sueño, ambos tan similares a una pesadilla recurrente, Victor desciende paulatinamente a las profundidades de su alma y de su cuerpo, descubriendo secretos de su infancia que no sospechaba.
Lulu es una novela extraordinaria que, en un puñado de páginas, consigue retratar las múltiples caras de la obsesión: la soledad, el dolor, la frustración, la desesperación, el asco… mil sentimientos encontrados alimentados por nuestra naturaleza dual (niño-adulto, hombre-mujer, carne-espíritu). Es también un retrato brillante, a través del resto de personajes del campamento de verano, de la desorientación propia de la adolescencia y de la aceptación de la madurez y la renuncia a los sueños. “Mi madurez me atormenta y me asquea. Ciertamente, por aquel entonces era un crío con la cabeza atiborrada de literatura engullida sin masticar, pero quería elevarme por encima de lo humano.”
Victor, por su biografía como escritor, podría ser el propio Cărtărescu. No sé cuanto hay de ficción y cuando de realidad hay en Lulu, pero si es una novela biográfica, es un extraordinario ejercicio de sinceridad e introspección y si no lo es, entonces el autor es un narrador superlativo.
En todo caso, es un plato poco común, como lo son todas las especialidades que salen de los fogones de Cărtărescu. Puede que cuando se lo sirvan piensen que no les va a gustar; yo mismo empecé examinando el plato con la punta del cuchillo, con una mezcla de aprensión y prudencia, y terminé mojando pan en la salsa.
Javier BR
javierbr@librosyliteratura.es
@javierbrr
Me encanta lo de untar pan en la salsa… así que me gustará saborear este plato!
Es una receta muy especial en una época en la que casi todo lo que se publica sabe a lo mismo. Si puedes, hazte con este título o con El ruletista. Gracias por el comentario.
Lulu, entonces, aparecería en la carta del chef Cărtărescu como un guiso contundente, elaborado a base de riñones, sesos o hígados, que remitiría al comensal a la esencia misma de la materia animal.
Genial =)
Quiero probar este plato!!!
Ten cuidado con el colesterol, Roberto 😉 Gracias por tu comentario.
Tras de cierta monotonía, el desenlace nos reconcilia con el personaje, la novela y el autor.