Olive Kitteridge ronda los setenta años. Se ha jubilado ya, aunque la mayoría de los habitantes de Crosby, Maine, la siguen recordando como la profesora férrea y cascarrabias que casi todos tuvieron que soportar en algún momento. Por eso muchos, su propio hijo entre ellos, se sorprenden de los avances en su relación con Jack Kennison, el único hombre capaz de “soportarla” tras la muerte de su marido Henry.
La historia entre los dos entretiene las conversaciones del pueblo una temporada, pero no se queda mucho tiempo en la memoria de nadie. Siempre hay de qué hablar. Está el asunto de los Ringrose y esa limpiadora, Kayley, y el extraño incendio que echa abajo la casa de los Larkin, con el pobre Roger Larkin dentro. Está la vez que Ashley se puso de parto en la casa de Marlene Bonney, con Olive presente, y la extraña convivencia de los MacPherson…
Con Luz de febrero regresa Elizabeth Strout a la costa de Maine y a Olive Kitteridge, y de nuevo trae consigo una colección de historias cortas que orbitan en torno a esta pequeña pero significativa muestra del día a día fuera de las grandes ciudades en Estados Unidos.
Hacer que las vidas de sus personajes se crucen de manera natural para formar un conjunto es un arte que Strout domina a la perfección. Como en anteriores ocasiones, la impresión que se tiene durante la lectura es la de estar espiando con sigilo por la ventana la existencia de unos vecinos que casi podrían ser los nuestros. La prosa es limpia, muy elegante, con la sencillez suficiente como para que las páginas pasen rápido y la profundidad justa para dejar preguntas en el aire, todas ellas muy personales.
Habla Luz de febrero de la soledad que permanece cuando van muriendo los seres queridos, de la melancolía, de cómo sobrellevar los errores del pasado y del amor cuando parece que ya no queda tiempo para cuidarlo y hacerlo crecer. Temas tristes, en general, que hacen que gran parte del tiempo se mueva en la penumbra, alejada de las horas de pleno sol, si bien se trata de una penumbra que tiene más de promesa que de sentencia.
Para explicarlo mejor déjenme dar un rodeo. Comenzaré por decir que normalmente me quejo cuando las traducciones de los títulos no son fieles al original. Soy de la generación que vio ¡Olvídate de mí! en vez de Eternal Sunshine of the Spotless Mind, aquella traición se nos quedó grabada. Pero por una vez me parece que escoger Luz de febrero para traducir Olive, Again, que así se titula el original, tiene todo el sentido del mundo. Lo explica casi sin querer Cindy Coombs en uno de los mejores relatos, cuando dice: se notaba que al final de cada día el mundo parecía abrirse más, y aquella luz de más se colaba entre los árboles desnudos, y estaba llena de promesas. Igual este libro, este relato de relatos: leer todo lo que le pasa a Olive Kitteridge y lo que ocurre a su alrededor hace que a uno le parezca que el mundo se ensancha al final de cada pasaje, que queda mucho más por descubrir que lo se ha dejado atrás. Esa luz de febrero, antesala de la primavera que vendrá, ilumina la obra entera. Un fulgor tenue, débil, pero creciente.
Nunca es tarde para entrar en Crosby, Maine, y dejarse llevar por Elizabeth Strout. Quienes no sepan nada de las vidas de sus personajes no echarán de menos ese conocimiento en Luz de febrero. Un libro al que le falta quizá una cierta intriga, un misterio latente, para convertirlo en uno de esos libros que no se pueden abandonar a la hora de dormir. Pero que en cambio es uno de aquellos perfectos para entrar y salir de él en cualquier momento, sean diez minutos o una hora de lectura lo que se tenga por delante.