Reseña del libro “M.A.S.H.”, de Richard Hooker
Cuando estoy en uno de esos momentos en los que no sé si cortarme las venas o dejármelas largas, lo único que me alivia un poco y con cierta rapidez es reír. (A veces me da por otras cosas, como beber o mirar compulsivamente vídeos de cagadas de políticos en Youtube, pero le confieso que estas otras fórmulas se convierten en armas de doble filo, y suelen llevarme de la risa al llanto como si fuera un pobre niño chico).
Pero lo que está claro es que si vamos a irnos a la mierda sin remedio, mejor hacerlo después de partirnos el culo un rato, ¿no cree? Porque supongo que a usted le pasa algo similar y que no me va a salir ahora con historias de San Valentín y esas mierdas de novela barata.
Y si no me cree, vayamos un poco más allá.
Pregunto:
¿Cómo se puede sobrevivir cada día a la barbarie de los hombres?
¿Cómo mantenerse entero, lúcido cuando ves, una y otra vez, el sufrimiento, la muerte y la destrucción inútil de los demás, de gente tan inocente como tú?
¿Qué forma tenemos de combatir el terror, la codicia, la sinrazón, la avaricia, la mentira, la maldita guerra? ¿Cómo hacemos para soportarlo y no terminar enloqueciendo?
Richard Hooker (seudónimo utilizado conjuntamente por el doctor Hiester Richard Homberger Jr. y el periodista y escritor W.C.Heinz a la hora de firmar esta fantástica (y ya clásica) novela sobre la guerra de Corea que es M.A.S.H.) supo demostrarnos a finales de los años sesenta que, frente al caos y la desolación que provoca una guerra, puede que el humor, la parodia y la irreverencia sean tan imprescindibles (y si me apura, incluso más) que conceptos tan sobrevalorados como el honor, la disciplina o el maldito patriotismo.
Y, por supuesto, la buena literatura está siempre ahí para (de)mostrarlo.
Sobre esa preciosa/precisa premisa, el/los autor/es nos presentan en esta imperecedera novela (que los amigos de La Fuga han vuelto a rescatar para nuestro eyaculado deleite) a los ya inolvidables personajes de Augustus Bedford Forrest (más conocido como Duke en la Clínica Dental y Salón de Póker del Paliativo Polaco) y Benjamin Franklin Pierce (Hawkeye, “el último mohicano” para los amigos).
Hechas las presentaciones, les diré (por si aún no lo saben) que ambos dos, los carniceros más majaras y más golfos que se hayan puesto nunca el uniforme oficial de médico militar de los Estados Unidos de América, se han colado inevitablemente y para siempre en el imaginario literario universal, igual que un día, totalmente borrachos de alcohol (y de vida), llegaron al 4077º Hospital Quirúrgico Móvil del Ejército norteamericano (hospitales que son conocidos con las siglas inglesas de M.A.S.H.), sito en Corea, para ponerlo todo definitivamente patas arriba, salvar vidas y demostrar, eso sí, que con un poco de azúcar esta píldora que os dan, pasará mejor.
A partir de ahí, M.A.S.H. es una despedida de soltero en medio de un entierro, pero también un certero, inteligente y delicioso canto a la paz y a la esperanza en la humanidad. Sin duda, una de las historias literarias de carácter antibelicista más divertidas e influyentes de la cultura occidental moderna.
Sin embargo, y más allá de sus alocadas peripecias, de sus borracheras y sus fiestas en La Ciénaga (que es una tienda de campaña militar pero que bien podría ser el nombre de un after de Berlín), Duke y Hawkeye son dos excelentes cirujanos, los mejores de toda China, sin duda. Gracias a ellos, cientos, miles de muchachos, a los que transportaban del frente hasta aquel M.A.S.H. y algunos llegaban en las últimas, chicos a los que se les escapaba la juventud y el futuro por un agujero negro, sangrante y horrible y cobarde y sinsentido, salvarán la vida y volverán sanos y salvos a casa, rezando for the benefict of Mr. Duke and Mr. Hawkeye y cantando bajo la lluvia igual que Gene Kelly.
Lo que pasa es que ante libros como este uno se deja llevar por el placer de su lectura y luego pasa lo que pasa. Pero me explico:
Al terminar la novela, tan eufórico y feliz como estaba, además de tener muchas ganas de volver a ver la película (qué mala), la serie (cojonuda) y de pegar fotos de Alan Alda en la bolsa del gimnasio, también tenía muchas ganas de abrazar a la gente. De celebrar cosas, joder. La vida y tal, ya sabe.
Entonces, me pregunté también si Duke y Hawkeye existieron en realidad. Si existieron tal y como los muestra la novela, tan reales, tan divertidos, tan hijos de puta, tan asombrosamente buenos…, tan mágicos como son en el libro, o si son justamente eso: simplemente pura y maravillosa ficción.
¿Pero no se trata de esto, en realidad? ¿Entonces, qué más queremos?
Sin embargo, después de preguntarme todas estas cosas tan interesantes, de sentarlos a la mesa, de presentarles a mis hijos y de hacer un hueco para siempre en mi apretada estantería a estos dos fantásticos y adorables mamarrachos, inevitablemente me fui desinflando otra vez.
Por eso, hoy, mientras escribía la reseña de la novela he llamado por teléfono a una amiga.
A una que siempre me suele hacer reír. (Y mucho).
Mi amiga, por desgracia, no me ha cogido el teléfono.
Entonces yo he vuelto a insistir.
Pero nada.
Luego me he enterado que mi amiga estaba dando una rueda de prensa muy importante y que no estaba para risas.
(Ups).
Y entonces, como si estuviera en Corea con aquellos dos cabronazos en la mismísima Ciénaga del M.A.S.H., he encendido la televisión para ver si aún estaba hablando mi amiga. Y mientras veía ondear de nuevo las banderas de la guerra (la fría o la sucia, ¿qué mas da?), he decidido abrir con mucho alegría y mucho espanto una nueva botella de ron.
NO A LA GUERRA.