Reseña del libro “Madre”, de Isabel del Río
Tengo una relación extraña con la ciencia ficción. De primeras, no es un género que me atraiga, pero la mayoría de los libros que he leído me han encantado, lo que resulta contradictorio. Y si hablamos de un subgénero como la space opera, mi ignorancia es casi total, al menos en cuanto a los grandes clásicos se refiere. Por eso, me acerqué a Madre, de Isabel del Río, con mucho respeto; en la sinopsis la definen como «una obra compleja y metaliteraria que toma como punto de partida la space opera para ahondar en el horror cósmico». Que en el prólogo se mencionase a Lem y a Lovecraft tampoco me relajó; son dos autores con los que aún no me he atrevido. Pero me armé de valor e inicié la lectura.
En las primeras páginas, Isabel del Río nos presenta un escenario que ya hemos visto en otras muchas historias: hace unos diez años, la humanidad se vio obligada a abandonar la Tierra, en busca de la supervivencia. ¿El método de selección? Solo niños acompañados por un adulto (a poder ser, una mujer en edad fértil). Entre ellos, la protagonista de esta novela y su hijo, que ahora ya es adolescente.
Como todos los demás, están condenados a vivir en una cápsula espacial de «treinta metros cuadrados, una litera, una letrina, una pantalla informativa, una computadora de trabajo y una claraboya al infinito». La esperanza de un nuevo comienzo se vuelve pesadillesca con tantos lazos familiares rotos y en esas condiciones claustrofóbicas de convivencia. Más todavía cuando se pretende eliminar cualquier gesto de amor para que solo sean fieles a la sociedad. El objetivo último es que evolucionen hacia entes superiores, pero que carecerán de competencias creativas y de pensamiento individual, para formar una especie de mente colmena. Por mucho que le pese, el trabajo de la madre protagonista está en esa línea: se encarga de cribar toda la información que se difunde y, de este modo, mantiene el orden y la ignorancia. El punto de inflexión se da cuando a su hijo lo reclutan para las naves de pioneros, porque ella sabe que los que se van ya no vuelven.
Hasta aquí, la lectura de Madre me estaba pareciendo interesante y no notaba que me sacara de mi zona de confort. Pero entonces Isabel del Río desplegó todas sus artes literarias para llevarme a un viaje entre el pasado y el presente, las realidades alternativas y los recuerdos borrosos y ramificados (ajenos que se sienten como propios o propios que se sienten como ajenos).
La lectura seguía siendo ágil, sí, pero iba añadiendo capas y metarreferencias que derribaban todas mis certidumbres. Quizá, en parte se debiese a mi desconocimiento sobre otras grandes obras del subgénero, pero me consta que para ningún lector resultará sencilla. Y es que Madre es una obra arriesgada y ni mucho menos se limita a una sola interpretación. Precisamente ahí reside su valor literario.
En apenas ciento treinta y un páginas, Madre ahonda en nuestros mayores miedos como especie: la pérdida de la esperanza, la exterminación del amor. Eso es lo que subyace en toda esa maraña de realidades y recuerdos, un tema que nos remueve, se aborde desde el género que se aborde. En definitiva, una novela exigente, claustrofóbica y, pese a todo, hermosa, de las de reflexionar línea a línea.