Reseña del cómic “Maestra de pueblo. La escuela vaciada”, de Cristina Picazo
Es increíble el poder de la ficción. Nunca sabré explicar lo que me fascinan estos crossover entre historias encontradas en los libros y realidad. Que me haya venido a vivir a un pueblo muy pequeño ha sido determinante para gozar cada capa de este cómic. Ni que decir tiene que aunque sea el tercer libro de Maestra de pueblo y esté feo no empezar por el principio, el resto ya están encargados para leerlos y recomendarlos.
En este volumen, el protagonismo oscila entre la vocación de la Maestra de pueblo y la denuncia del lamentable estado del mundo rural. En particular, la trama gira en torno a la grabación de un documental donde se vea el papel necesario y maravilloso de las escuelas de los pueblos o como dice el subtítulo de este volumen, de las escuelas vaciadas. Porque como la España vaciada, es decir, todas las zonas y pueblos de España que han sido vaciados tras destruir su economía, las escuelas se van quedando progresivamente sin niñas ni niños. Las familias se ven en la obligación de ir a vivir a las ciudades por cuestiones laborales o huyendo de un modelo de vida que ha sido desterrado a los márgenes.
El tema es muy serio e incluso dramático, pero Maestra de pueblo sabe darle el toque de humor y ternura que conmueve, nutriendo la esperanza en la posibilidad de un mundo mejor. Son muchas las maestras que hacen girar este planeta catastrófico con la ilusión y la inocencia propia de sus pupilos. La implicación de todo el pueblo en la grabación del documental recoge ese sentido de comunidad y pertenencia que ha sido diluido peligrosamente en los entornos urbanos, digitalizados y con una ciudadanía cada vez más aislada en sus respectivas unidades familiares o domicilios.
De las páginas que más me han gustado están las que registran su peculiar clasificación de la gente que habita en los entornos rurales, además de los locales. Los pijipis, los Quechua, los artistas, los herederos, los grotescos “rural citizen” y, por supuesto, las maestras de pueblo. Y es que no deja de sorprenderme cómo las “tribus” humanas se muestran incluso en pequeños grupos. Como en la pequeña aldea que resiste de los galos: siempre hay un panadero, uno que trabaja el hierro, una maestra jubilada, un cotilla, un envidioso de más, el cacique de turno y algunas almas que solo quieren que les dejen en paz.