Acabo de llegar a Ofidia y no conozco a nadie. Me han hablado bien de este lugar y de su creador, Carlos Bassas, así que he decidido dar un paseo por sus calles. Al parecer, hay un gran revuelo montado. En el derribo de un antiguo edificio de una familia pudiente aparece una caja fuerte con el cadáver de un niño dentro. El pequeño, muerto por asfixia, aparece vestido con un traje de comunión, aportando una imagen macabra a un descubrimiento ya de por sí bastante escabroso. Al parecer, el niño, de clase social baja, no presenta rastro de abusos y su padre, roto de dolor, da el dato que hace a la policía ponerse en alerta. Su hijo no desapareció; a su hijo le secuestraron. El encargado del caso será Herodoto Corominas. De él también me habían hablado. Cuentan que en su última aventura (Siempre pagan los mismos), el inspector queda tocado por la muerte de su padre, persona a la que tampoco se sentía especialmente unido. Y mi primer encuentro con él me confirma los rumores. Se ve en Corominas a un hombre hundido, con la pérdida de un padre que se añade al distanciamiento con su hijo y a los problemas que uno de sus mejores amigos, su ex compañero Vázquez, empieza a tener con el bar que regenta.
Me pego al inspector como una lapa para seguir sus progresos en un caso que cada vez empieza a complicarse más, con la aparición de gente muy influyente en la historia y la desaparición de otro niño. Conozco a otros compañeros suyos como Agüero o Marne, y a algún personajillo conocido en Ofidia como Durruti, un periodista con muchas tablas en esto de manejar la información. Se nota que llegar de nuevas a Ofidia ha hecho que me pierda muchas cosas, pero en unas páginas casi todas las dudas están resueltas. Me empieza a gustar este inspector, he de reconocerlo. Este detective peripatético (como él mismo se define) y culto gusta mucho del uso del latinajo, aportando un poco de sabiduría a un cuerpo que no tiene fama de sabio, precisamente. Y aunque el caso sigue interesante, poco a poco me van interesando más los personajes y menos el resultado final. Porque en Ofidia todos parecen estar sufriendo. Todos tienen sus problemas, sus miedos y sus secretos. Y los secretos, tarde o temprano, salen a la luz y ayudan a tomar las mejores decisiones, aunque estas duelan.
La historia se va aclarando, Herodoto ya casi tiene al culpable. Y cada vez estoy más cómodo en este universo creado por Carlos Bassas. No sabría explicar el por qué, pero este Mal Trago me trae un aire a Fred Vargas, para mí la reina de la novela negra. Es cierto que Corominas dista mucho de parecerse al despistado de Adamsberg, pero la forma tan intimista del autor de esculpir a los personajes sí que es un sello compartido con la escritora francesa. Y cuando la comodidad llega a la lectura, uno no tiene ganas de que se acabe la novela. Preferiría que durara más solo por el hecho de poder seguir disfrutando de los personajes y no solamente por mantener la tensión sobre quién será el culpable.
Se acaba mi paseo por Ofidia. Terminado el trabajo, cada mochuelo se va a su olivo. Yo me quedo solo, con ese último mal trago agarrado a mi estómago pero con mucha hambre. Hambre por degustar platos mediterráneos como el tumbet, tan del gusto de Corominas. Y hambre por saber más del inspector y de su creador. Así que me voy de Ofidia buscando un restaurante y con la certeza de saber que volveré por aquí.
César Malagón @malagonc