Reseña del libro ilustrado “Malas mujeres”, de María Hesse
Malas mujeres es un libro necesario por feminista y por bello. Ya está bien la broma. ¿Por qué las mujeres hemos ocupado esos lugares en la historia canónica y patriarcal de la narración? Sobra decir, que no es así de hecho. Libertad femenina ha habido siempre. Sin embargo, el imaginario colectivo lo habitan principalmente los arquetipos que recoge e ilustra tan bellamente María Hesse: la madrastra, la solterona, la amante posesiva, la demasiado bella. Todas culpables. Ese es el falso relato del patriarcado que ya no cuela.
Las autoras de la librería de las mujeres de Milán asociadas en Diótima y con Luisa Muraro a la cabeza ya anunciaron la muerte simbólica de ese discurso hegemónico. En Malas mujeres, María Hesse da un paso más que el de la actual corriente de recuperar referentes femeninos de esa mitad de la Humanidad olvidada por el relato patriarcal. Aquí vas a ver lo ridículo, aunque dramático, que ha sido la reinterpretación, por ejemplo, de los hermanos Grimm. Esas lecturas transformadas en alegatos contra la condición femenina para sostener la dominación masculina.
¿Cómo habría evolucionado la historia de los seres humanos si en lugar de la quema de brujas hubieran seguido adorando a las mujeres libres que compartían sus saberes como en los templos de Innana? Nunca lo sabremos. Pero ahora con libros como Malas mujeres sí que vemos los barrotes de la jaula donde han querido -y aún quieren- meternos los que no saben convivir en paz con sus iguales.
Algunos momentos son demoledores, como la “Canción del eco” de Christina Rosenvinge, transcrita por completo y que duele en su revisión del mito de la ninfa Eco, recogido en Las metamofosis de Ovidio. A ella fue encomendado por Zeus el entretener a su esposa Hera. Cuando esta se enteró de sus infidelidades aprovechando esos intervalos, en lugar de castigar al dios del rayo, pues no, lo que hizo fue quitarle a Eco su virtud más preciada, a saber la voz. Obligándola a repetir las últimas palabras emitidas por sus interlocutores.
Otros hitos a lo largo de todos los tiempos son traídos en Malas mujeres. “Locas, putas, brujas” son los grandes descalificativos que han convertido en las “malas” de la película a las mujeres. Aunque muchas adolescentes de mi generación repitiéramos sin parar: “rígida como una tabla, ligera como una pluma” para poder ser brujas, como Sabrina. O llegaran a inventar el término “bovarismo” por Madame Bovary para referirse a la “insatisfacción crónica producida por el contraste entre las ilusiones y el mundo real” (p. 78).
Otro pico del iceberg, en este caso de nuevo del cine es Carrie. Este personaje femenino curiosamente desata todos sus poderes iracundos al tener su menstruación. Ese monstruo rojo tan temido por el patriarcado. Los ejemplos son muchísimos, algunos más conocidos que otros, pero todos perfilados por la mirada aguda y crítica de María Hesse. Valga como curiosidad final esa Condesa Sangrienta, famosa por su psicopatía y sadismo con jovencitas, que en esta relectura, bien podría ser otra mujer libre y envidiada por su poder y sus deseos.
“Ahora sabemos que no hay que tener miedo a salirse de esas líneas caprichosas que otros marcaron, y que las que abrieron esas grietas buscando otros horizontes no estaban locas, ni eran perversas, ni malos ejemplos para otras. Si acaso, fueron mujeres valientes, fuertes, atrevidas, decididas. Rompedoras. Y si las llaman malas mujeres que se lo llamen; las paredes han caído y nosotras ya no estaremos ahí para oírlo. Bienvenidas al aquelarre”.