Hasta aquí hemos llegado. El fin de un viaje. ¿Y después? Después el vacío. Y yo que pensaba que estaba hipotecando mis horas de lectura con una saga de incalculables hazañas. ¿Y ahora? Ahora el recuerdo. Recapitular hasta el inicio, el principio de la aventura para entender su conclusión.
Los jardines de la Luna se mostró como una obra compleja al lanzarnos, sin preámbulos y rezumando una ambición que asustaba al igual que agradaba, en medio de una narración donde estaba ocurriendo de todo. Las puertas de la Casa de la Muerte fue el esperado reencuentro. Coltaine, guiando a treinta mil refugiados, se revelaba como ese hombre capaz de convertir lo normal en insólito y de ahí en leyenda. Este segundo volumen nos dejaba mucha magia a través de las palabras. Pero los lectores añorábamos volver junto a los Abrasapuentes. Sufrir, luchar, perder… tal vez vencer. Memorias de hielo nos llevaría junto a ellos en una de las luchas más cruentas y macabras que jamás se haya narrado.
En La Casa de Cadenas el autor frenaba un poco, cambiaba de marcha y con una narración más comedida nos dejaba escenas y personajes para el recuerdo. ¿Cómo, a partir de ahora, podríamos olvidar a Karsa Orlong? Con Mareas de medianoche alcanzábamos el ecuador de la saga malazana. Trull Sengar desvelaba su historia repleta de traiciones y venganzas. Pero eran Tehol Beddict y Bicho, residentes de Lether, los que se llevaban el protagonismo. Steven Erikson se valía de este dúo cómico para dejarnos una crítica brutal sobre el capitalismo más despiadado. Pero necesitábamos de nuevo a los Abrasapuentes y Los Cazahuesos nos los trajo de vuelta. A través del asedio de Y’Ghatan (la batalla épica que se mezcla con los horrores más atroces del ser humano) nos dejaba más claro que nunca que esto no iba de triunfadores sino de caídos.
Enfilando la recta final, en La tempestad del segador, Steven Erikson mostraba su talento al ahondar en la historia de un personaje en lo que duraba un relato. Un mago. Un poder desmesurado. Demasiadas emociones. Las grandezas y nimiedades que ocurrían en las ciudades de Coral Negro y Darujhistan eran contadas en Doblan por los mastines. Esta octava entrega basculaba entre la épica y el folletín fantástico para convertirnos en meros ciudadanos de ambas ciudades. Polvo de sueños era el principio del fin. Podía decirse ya que Steven Erikson rubricaba la saga fantástica que gozaba de más paridad de género. Mujeres y hombres se repartían el poder, pero era la consejera Tavore, personaje de inolvidable temperamento y fortaleza, la que guiaba a un ejército hacia la que sería su última misión. La condición humana puesta a prueba en una misión de la que solo sabríamos si llegaba a buen puerto en su décima y última entrega: El dios Tullido.
Y hasta aquí hemos llegado. El final de un viaje. Para unos ha tomado unos pocos años, para otros demasiados. Pero al fin nos encontramos en la Primera Orilla. Un reino sin súbditos con dos reinas y un príncipe. Una que no quiere serlo y otra que siente que ha fracasado. La fractura de la cascada de Luz (último reducto antes de que los Tiste Liosan entren en tromba) obliga al príncipe Yedan Derryg a comandar a sus semejantes en una guerra imposible de ganar. Los Temblor dentro protegiendo un pedazo de tierra de la que apenas recuerdan nada. Los Tiste Liosan desde fuera queriendo poner fin a una disputa con los Tiste Andii (un enemigo prácticamente extinto) que comenzó hace miles de años. Recuperar el reino de Kharkanas es la victoria que necesitan, aunque ahora tengan que aplastar a un nuevo enemigo.
Steven Erikson narra este último asedio como lo haría un aedo. La tragedia marca la batalla. Una batalla de inconmensurables víctimas. Pero el autor se abre paso a través de los gestos heroicos y las muertes dramáticas para reflexionar sobre lo que significa la verdadera libertad de un ser y qué está dispuesto a hacer para conseguirla o mantenerla. La grandiosidad y la furia de las escaramuzas dejan paso a momentos más íntimos que sirven de contrapunto emocional. Así pues, pasaremos de un corazón henchido de rabia a uno lleno de dolor y orgullo en tan solo unos pocos párrafos.
Otra de las grandes tramas de esta décima y última entrega de El libro de los caídos tiene como protagonistas, y como no podía ser de otra forma, a los Cazahuesos y a los Abrasapuentes. Los forkrul assail pretenden purgar el mundo de los males de la raza humana. Pero la consejera Tavore ha elaborado un plan para infiltrarse en Kolanse, hacerse con el corazón del dios Tullido y evitar la extinción de la raza humana. Pero el plan urdido se muestra tan complejo que incluso sus soldados más fieles dudarán de ella. El ejército se hallará al borde de la sublevación cuando decida hacerles cruzar una tierra inhóspita donde la supervivencia es imposible.
No es la primera vez que Steven Erikson juega con las inclemencias del tiempo para hacer sufrir al lector. Esta vez va a por todas para hacernos sentir lo que significa vivir, sufrir y morir mientras se cruza un desierto. La grandeza del ser humano puesta a prueba y las bajezas expuestas bajo una lupa. Las dos caras de una misma moneda. “A los Abrasapuentes nos vapulean constantemente. Solo que volvemos a levantarnos. Nada de baladronadas, nos levantamos y listo.” Mientras tanto, seremos testigos del examen de conciencia a través de recuerdos lejanos de muchos de nuestros personajes favoritos. Es como ese último acto realizado por los que ven venir la muerte y deciden dejar las cosas ordenadas antes de que esta llegue. Y llegará, claro que llegará. Y veremos caer a muchos personajes queridos en una batalla que implicará a dioses, dragones y todo tipo de razas ancestrales. Una batalla con un aluvión de nombres y términos que debió ser una pesadilla para el traductor Alexánder Paez. Gracias a su titánico trabajo, para el lector solo se muestra como una endiablada, aunque transitable, autopista de destrucción, muerte, supervivencia, amor y fe. Cuando el final llega lo hace con alguna escena algo compleja, con un discurso por parte de Tavore que debería pasar a los anales de la literatura fantástica, incluso con algún tramo caótico e incomprensible que deja algunos flecos y que queda a la libre interpretación. Pero convence y mucho.
En El dios Tullido (publicado por Nova) Steven Erikson nos revela lo que significa reconciliarse con la muerte y los sacrificios que hay que hacer por el camino mientras nos narra la última batalla para salvar la humanidad. De esta manera el autor pone fin a un viaje repleto de mitos, leyendas, héroes y dioses donde la gloria y el fracaso siempre fueron de la mano.
“Nunca fuimos lo que la gente pudo ser. Solo fuimos lo que fuimos. Recordadnos.”
Es muy entretenido, muchas gracias
Hola, Axell.
No dejas muy claro si lo entretenido es la reseña o el libro. Si es la primera opción: Muchas gracias. Si, por el contrario, te refieres a la última entrega de la saga malazana: sí, un libro que supera las 1000 páginas puede llegar a ser muy entretenido.
Saludos y muchas gracias por leernos.