El mundo de Malaz surgió de las imaginativas mentes de Steven Erikson e Ian C. Esselmont. Primero fue un esquema para jugar elaboradas partidas de rol, pero ese esbozo de mundo que era solo un entretenimiento banal, tras el desarrollo gradual que le fueron otorgando sus autores, fue convirtiéndose en algo más complejo. Tenían tanto por contar, tantas historias, tantos personajes y tantas localizaciones que las gotas de fantasía que habían fluido desde sus intelectos acabaron convirtiéndose en un océano por explorar. Eran jóvenes y el siguiente paso fue previsible.
Cuenta el propio Steven Erikson que cuando intentaron vender el guion para elaborar una serie de televisión o una película todo fueron halagos, pero también les daban un consejo: haced algo más sencillo, algo que para el público medio sea coser y cantar. “Salíamos de las reuniones sintiéndonos frustrados, descorazonados y confusos. ¿De verdad acabábamos de escuchar cómo nos invitaban a ser mediocres? La verdad era que sonaba así. Bueno, pues que le den a eso”.
Sí, que les den; es lo que les decimos también todos los lectores de la saga malazana. Pues gracias a esa mentalidad cerrada y conservadora propia de algunos negocios y a la perseverancia de Steven Erikson e Ian C. Esselmont lo que fue primeramente un juego de rol y luego un guion, finalmente se convirtió en una saga de libros de fantasía. Una saga que empezaría con el duro, complicado pero épico trabajo de Erikson en Los jardines de la Luna y que ahora podemos continuar leyendo en el segundo volumen de Malaz: El libro de los caídos.
En Las puertas de la Casa de la Muerte abandonamos Darujhistan y lo que acaeció en el primer volumen para visitar nuevos parajes de las Siete Ciudades. No solo dejaremos atrás lugares conocidos, sino que también nos despediremos de los personajes (o de casi todos) que tuvimos el placer de conocer en la primera novela. Así pues, y aunque nos encontraremos con el Abrasapuentes Violín y el asesino Kalam que intentan a toda costa devolver a Apsalar a su hogar, la mayoría de sujetos que aparecen en esta novela portan nuevas historias consigo, las de sus vidas, para aportar nuevas pinceladas a un lienzo que aún muestra muchas porciones por pintar. Historias como la de Felisin, antes perteneciente a la clase burguesa y ahora esclava en las minas de otaralita por la gracia de su hermana, de la cual jurará vengarse. Historias como la de la sublevación que se está gestando en el desierto de Raraku que busca vencer y enterrar el imperio malazano; una sublevación con el nombre de: el Torbellino. Historias que podrían convertirse en leyenda, como la de Coltaine, el comandante malazano que guiará a treinta mil refugiados a lo largo de cientos de kilómetros mientras un ejército enemigo les pisa los talones.
Si por un momento llegasteis a pensar que la lectura de Las puertas de la Casa de la Muerte sería sencilla, errasteis. Si pensasteis que sería más sencilla que el primer libro, entonces os acercasteis un poco a la verdad. Y es que esta vez empezamos la novela con un contexto, unos recuerdos a los que aferrarnos cuando nos sintamos algo perdidos. Con todo, Erikson no nos deja disfrutar de la zona de confort durante mucho tiempo y de nuevo, y mediante nuevos personajes, nos remite a lugares desconocidos y a una mitología de la que hemos oído hablar pero la cual todavía no dominamos. Esa comodidad lectora también se desvanece cuando descubres que Erikson muestra un conflicto en el que todos son capaces de lo mejor y de lo peor. Los villanos del primer libro ya no lo son tanto y los que decían ser héroes son capaces de las mayores atrocidades. El autor consigue esto al poner su lupa sobre pequeños grupos de personajes de ambos bandos, algo que le permite perfilar personalidades complejas y carismáticas que son la suma de un conjunto de evoluciones paulatinas y coherentes con lo que ocurre alrededor de los personajes.
Leer Las puertas de la Casa de la Muerte llega a ser agotador. Y esto ocurre, simple y llanamente, cuando el autor es capaz de embrujarte con su prosa y hacerte creer que estás cruzando un desierto sin una gota de agua en tu haber o cuando eres testigo de una lucha a muerte entre dos ejércitos rivales que recorrerán distancias impensables en una suerte de titánica partida de ajedrez que los llevará a verter sangre, sudor y lágrimas. Barcos embrujados navegando por lugares imposibles, demonios de extremidades desparejas y de formas angulosas (os encariñareis con la aptoriana, ya veréis), un historiador poniendo en riesgo su propia vida para ser fiel a los hechos, parajes de belleza que os harán enmudecer si estáis leyendo en alto (el paso de Vathar y las mariposas amarillas es pura poesía paisajística), amistades que traspasan fronteras y que os llegarán al corazón (Mappo, Icarium y el terrible secreto con el que deben cargar), un punto de humor (las apariciones de Iskaral Pust siempre proporcionan, como mínimo, una sonrisa) y magia, muchísima magia, y de las formas más inverosímiles, que actuará a través de dioses, lugares o seres que en un principio parecían huérfanos de poderes. Me quedo corto al decir que todo esto es lo que encontraréis, pues cada lector encontrará también su propia aventura.
Las puertas de la Casa de la Muerte, segundo volumen de Malaz: el libro de los caídos, publicado por Nova en una edición impecable es una muestra de que si se ordenan de forma adecuada las palabras se puede llegar a crear magia.
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