La antropología es esa ciencia que pone al ser humano bajo una lupa para estudiarlo de forma completa. No solo analiza su origen a nivel biológico, sino que también investiga minuciosamente su desarrollo como especie. Indagar en la cultura, en la lengua o en las diferentes conductas sociales nos ayuda a entender mejor por qué estamos donde estamos y por qué otras sociedades se quedaron por el camino.
La arqueología, disciplina que está íntimamente ligada con la antropología, es la ciencia que estudia la evolución de nuestras sociedades a través de nuestros restos materiales. Construcciones como castillos medievales, murallas o acueductos y objetos como vasijas, puntas de flecha o monedas sirven para trazar un camino hasta nuestros días y observar todos los cambios que se han dado desde entonces.
Si he empezado hablando de estas dos ciencias especializadas en estudiar las diferentes facetas del ser humano es porque Steven Erikson, autor de la decalogía malazana, tiene formación en ambas, y es en su tercera novela donde más hace uso de ellas. Sabedor quizá de que en Los jardines de la Luna y Las puertas de la Casa de la Muerte el contexto para pillar el hilo de la historia era demasiado vago (todavía duele el esfuerzo, ¿verdad?) se valió de sus conocimientos en antropología y arqueología para, esta vez sí, lanzarnos un fino sedal al cual aferrarnos.
El ejemplo más representativo de ello acaece nada más empezar Memorias de Hielo. ¿Qué sabíamos de los Jaghut? ¿Y de esa raza de cadáveres errantes conocidos como los T’lan Imass? ¿Y de la guerra que mantiene a ambas razas enfrentadas? Once páginas servirán para mostrarnos un inicio; no de un conflicto pero sí de un juramento. Un juramento que se convertirá en una maldición que arrastrarán durante milenios. Una mirada al pasado para entender el presente, mostrándonos así algunas de las facetas más representativas de algunas de las razas que pueblan Malaz. Porque los Rhivi también tienen que contarnos algo al respecto; poco, por el momento, aunque más que los Tiste andii. Incluso los K’chain che’malle, raza ancestral que se creía extinta y que tiene el aspecto de un dinosaurio cruzado con un ninja, gozan de un lugar muy específico en esta historia de 1167 páginas que de nuevo nos trae la editorial Nova.
Pero empecemos por el principio. Y nunca mejor dicho, pues Memorias de Hielo continua justo donde terminó Los jardines de la Luna, poniendo de manifiesto que por el momento vamos a tener que lidiar con dos hilos argumentales que se mueven en paralelo. Así pues, si teníais pensado reencontraros con Violín, Kalam o Felisin, o queríais ser testigos del desarrollo de la rebelión bautizada como El Torbellino, os tocará esperar un poquito. Pero oye, que vuelven los Abrasapuentes, Caladan Brood y Anomander Rake. Y regresan unidos en un solo ejército. La Hueste de Unbrazo luchando hombro con hombro con la de Brood. Ya conocéis el proverbio: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Pero es evidente que a pesar de luchar juntos por una causa en más de una ocasión saltarán las chispas y se desenvainarán las espadas. Tensión asegurada. ¿Pero quién es ese enemigo que los ha unido? El Domino Painita es un ejército invasor que lo asola todo. Al mando: el Vidente Painita, del que apenas se sabe nada.
Steven Erikson vuelve a mandarnos al campo de batalla de una soberana patada en el culo. Ya tuvimos páginas de sobras con los volúmenes anteriores para aclimatarnos a su vertiginosa forma de narrar. Esa narración que es una alocada montaña rusa de emociones y que nos hace alcanzar el súmmum cuando el autor desarrolla multitudinarias batallas que acontecen a lo largo de muchas páginas. Nada como un buen chute de épica para que fluya la adrenalina. Y mientras tanto los mitos que envuelven el mundo creado por Erikson siguen creciendo. Empezaremos a dilucidar cómo funcionan realmente las sendas por las que transcurre la magia. Se aclararán algunos de los hechos que envuelven a la enigmática figura de Ben el Rápido. Y la sorpresa nos sobrevendrá al conocer qué diablos significa realmente El Sueño de Ascua. Revelaciones que siempre andan rodeadas de esa ligera sospecha que te obliga a cuestionarte sobre si Erikson inventa sobre la marcha o si lo tiene todo planeado al milímetro.
Pero volvamos a las batallas, pues en Memorias de Hielo asistiremos a una de las luchas más cruentas y macabras que jamás se haya narrado. Será en Capustan donde los muertos se convertirán en murallas por las que escalar, alimento para el hambriento o simples objetos sexuales de los que extraer la semilla que da la vida. Truculenta, horripilante, perturbadora. Una batalla narrada sin tapujos de una forma vívida y visceral. Steven Erikson nos brinda las imágenes más despiadadas y sangrientas hasta el momento en esta saga de diez volúmenes.
Pero Memorias de Hielo no solo vive de batallas épicas. De hecho las relaciones entre los personajes son realmente la piedra angular que motivará todos y cada uno de los acontecimientos que ocurren en la novela de fantasía. Relaciones como la de la Rhivi que envejece prematuramente debido a una hija que absorbe su fuerza vital. Una historia de amor, odio y supervivencia. “¿Es que no he de ser nada más que alimento para la vida floreciente de mi hija?”. Amores imposibles que en ocasiones surgen entre diferentes razas o incluso entre dioses y humanos. Y si de sentimientos hablamos no podemos menospreciar el de la tristeza que nos embargará unas páginas antes de finalizar el libro. De nuevo una batalla. De nuevo los Abrasapuentes en primera línea dejándose la piel. “Los primeros en entrar, los últimos en salir”. Y al final esa agridulce sensación de nostalgia que te embarga tras disfrutar de un buen libro.