Aunque La Casa de Cadenas es la cuarta entrega de la decalogía malazana, su línea temporal está ubicada justo después de lo acontecido en Las puertas de la Casa de la Muerte. Así pues, la Cadena de Perros será un duro golpe del cual el imperio malazano deberá recobrarse. Tavore será la encargada de reunificar y motivar a su ejército para llevar a cabo un asalto contra la diosa llamada Sha’ik que se encuentra atrincherada en el desierto de Raraku. “Como si Tavore y Sha’ik, los dos ejércitos, las fuerzas en oposición, fueran de algún modo un reflejo de la otra”. Una historia de venganza, viejas rencillas y perdones postergados que avanzará en paralelo, hasta aproximadamente la mitad del libro, a lo sucedido en Memorias de Hielo.
Todo este batiburrillo de líneas temporales no tiene nada que ver con la planificación del autor (o al menos inicialmente), de hecho es todo fruto del destino; de un destino más bien cruel. Y es que Steven Erikson empezó a escribir Memorias de Hielo en esa época en la que para guardar un texto extenso se debía hacer acopio de un buen puñado de disquetes. Cuando el autor natural de Canadá llevaba más de 350 páginas repartidas entre unos cuantos disquetes los perdió. Así que tras superar la frustración decidió darle un giro a la historia, posponer esa trama y avanzar por otros derroteros que se convertirían en Las puertas de la Casa de la Muerte.
Si algo nos muestra esta anécdota es la capacidad de adaptación de Erikson, esa disposición a resurgir de sus propias cenizas cual ave Fénix para reorganizar ideas y reconducir la historia. Que es exactamente lo que hace en esta entrega.
En La Casa de Cadenas Erikson afloja el ritmo, quita el pie del acelerador y cambia a una marcha mucho más lenta. Primero empieza mostrándonos una historia que nos descolocará por no saber ubicarla en el tiempo. Dicha historia empezará muy al norte de Genabackis, en tierras tan indómitas como sus habitantes. Tres de ellos partirán para batallar con las gentes que pueblan las tierras del sur, guiados por las voces de dioses que hablan directamente a uno de ellos: Karsa Orlong. Este bárbaro, su forma de comportarse, las aventuras que le aguardan, nos recordará a esas historias clásicas de espada y brujería. Es prácticamente como tener una novela dentro de otra novela. Una historia en donde un hombre de férreas creencias deberá decidir quién guía su destino. Creo que os puedo decir que simplemente por este personaje vale la pena afrontar las más de 900 páginas de las que goza la novela.
Y es que el cambio de ritmo que el autor infunde a la narración en esta nueva porción del pastel malazano puede pasar factura a todos los lectores que tengan en mente las épicas y sucesivas batallas que se dieron a cabo en Capustán. Con todo, esta moderación, esta acción más contenida, será perfecta para que Erikson nos muestre los motivos que tienen los personajes para luchar en uno u otro bando. Por no hablar de esas guerra intestinas, con el único propósito de traición, que se llevarán a cabo dentro del ejercito del Apocalipsis. Así pues, Steven Erikson parece estar recolocando las piezas de una partida de ajedrez que ya acabó para iniciar una nueva. “…la partida que se está librando aquí es mucho más grande que cualquier imperio mortal”. Y por ello se toma su tiempo para detenerse en algunos personajes clave y profundizar en su historia. Al mencionado Karsa Orlong podríamos añadir, como muestra, la consejera Tavore, la oficial de las Espadas Rojas Lostara Yil y su compañero por obligación Perla, además del imposible dúo Trull Sengar y Onrack, de la raza Tiste Edur y T’lan imass respectivamente, los cuales se toparán con una nueva raza que añadir a nuestra variopinta colección: los Tiste liosan.
Pero que Steven Erikson tome una narración más pausada no significa que no haya batallas y que estas no sean de cariz épico. El enfrentamiento final entre el ejército Malazano y el del Apocalipsis está tan repleto de acción, de diferentes puntos de vista y de giros inesperados que más de una vez os descubriréis releyendo párrafos para no perder el hilo y, ¿por qué no?, para disfrutar de nuevo de alguna escena. Sirva de ejemplo esa en la que Corabb descubre que un casco sirve para algo más que para ponérselo en la cabeza. O esa otra en la que unos oficiales (ese sargento Cuerdas me suena de algo…) montan una lucha de escorpiones que es tan legendaria como hilarante. Aunque si hablamos de cachondeo no podemos dejar de hablar del sacerdote de Sombra Iskaral Pust el cual esta vez viene acompañado de su mujer Mogora, tal para cual. Todo ello aliñado con la sensación asfixiante que provocan las minuciosas descripciones del autor del entorno estéril por el cual se mueven los personajes; un sol inclemente y un desierto enfurecido que nos hará sudar y sentir que estamos tragando arena.
La Casa de Cadenas, publicada por Nova, es la cuarta entrega de la saga malazana. Una entrega de narración más comedida en la que priman los personajes por encima de la acción, pero que al igual que las anteriores entregas nos deja momentos para el recuerdo, una atmósfera de nostalgia contenida y un desenlace digno de las mejores tragedias griegas.