El mal es Donald Trump, por supuesto, pero también lo es esa inocente aplicación de tu móvil que, con la excusa de permitirte usar el flash como linterna, te exige que le des acceso a tu lista de contactos y a conocer dónde te encuentras en cada momento. También lo es taza de café en la que un animal fantástico te comenta cada mañana en tipografía pizpireta que no hay nada imposible y que al mal tiempo tienes que ponerle una cara maravillosa, una especie de evolución de la resignación cristiana y su “pon la otra mejilla”. Y, como no, también lo es esa amable propuesta de tu jefe de que empieces a teletrabajar para que puedas conciliar mejor tu vida laboral y personal, aunque eso signifique que pases a estar aislado y al margen, por tanto, de cualquier tipo de reivindicación colectiva.
A grandes rasgos esta es la Maldad líquida de la que hablan Zygmunt Bauman y Leonidas Donskis: un escenario en el que desaparecen los límites entre el bien y el mal, de manera que los grandes poderes, principalmente los estados y las multinacionales, tienen muchas más facilidades no solo para implantar medidas clamorosamente perjudiciales para los intereses de la mayoría, sino incluso para lograr que estas sean vistas con buenos ojos por parte de sus víctimas. Si a esto le unimos el férreo control que pueden ejercer sobre nosotros sin grandes esfuerzos, gracias a la generosidad con la que regalamos nuestra privacidad minuto a minuto a través de las redes sociales, podemos pensar que Orwell fue incluso optimista cuando proveyó cómo iba a ser el Gran Hermano.
A través de un extenso diálogo, que más bien resulta ser un cruce de ensayos, los autores desarrollan su tesis del mal líquido aportado numerosos ejemplos, prácticamente en todos los ámbitos de la sociedad: la política, la religión, la economía… Y, de acuerdo con ellos, en todas las esferas el mal se ha acabado aposentando a través de la TINA (‘There is no alternative’), la idea de no es posible hacer las cosas de una manera distinta a como se están haciendo. Una manera que castiga la unión y favorece el individualismo, que no ve hombres y mujeres, sino recursos humanos y que opta por una estrategia política consistente en “privatizar las ganancias y nacionalizar las pérdidas”; es decir, en pasar de salvar familias a salvar bancos, en dejar de dar ayudas a la dependencia al tiempo que se permite que aquel que ha emprendido un negocio millonario y ha fracasado, recupere lo invertido. Y es que la dación en pago existe desde hace mucho tiempo en España; que se lo pregunten si no a Florentino Pérez.
Al final de Maldad líquida hay algunas gotas de optimismo. Tanto Bauman como Donskis, ambos ya fallecidos, creían que la única posibilidad de mantenernos firmes frente a esta deriva era seguir creyendo en que existen alternativas, aunque nos vendan lo contrario. Y que en estos momentos el pensamiento crítico es más necesario que nunca, especialmente desde que las fake news se han instalado como un elemento más de nuestra realidad informativa. Es por todo ello que libros como este son tan oportunos, porque quizá no eviten que en tu próxima publicación en Facebook muestres a todo el mundo, desde tu suegro hasta a Putin, lo monísimos y lo menores de edad que son tus hijos, pero al menos sí que lo harás siendo consciente de a lo que estás renunciando por un puñado de likes.