“Trabajo en el matadero municipal de Limoges, el más grande de Francia, donde matamos cada día, sin excepción a vacas en estado de gestación. En ocasiones esperamos a propósito hasta veinte minutos antes de abrir la vaca, para que el ternero que está listo para nacer se ahogue en el líquido amniótico. La madre ha muerto hace ya un rato, pero aún se ve cómo su vientre se remueve. Si abriésemos la bolsa y auxiliáramos al ternero, podría vivir.”
No se me ocurre ninguna otra frase que ilustre de mejor manera las sensaciones que me llenan al acabar de leer este libro que la que dijo el filósofo alemán Arthur Schopenhauer:
“El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales”
Porque es la pura verdad. Y si esto lo pensaba allá sobre 1850, qué pensaría ahora, si viera como los animales son tratados en cadena, igual que si fueran las piezas de un sistema de producción automovilístico en serie.
Maltrato animal, sufrimiento humano es un libro duro de leer. Ofrece una lectura cruda pero necesaria, amarga pero muy reveladora, sobre los procedimientos salvajes que se producen en los mataderos, concretamente en el de Limoges, el más grande de Francia, y que no dudo que sea algo extensivo a los matadores de todo el mundo.
Mauricio García Pereira nos cuenta su vida en este libro. Siempre le gustaron los animales, ya que creció en la granja más grande de toda Galicia, en la que trabajaban sus padres. Con el tiempo, la mili, y las cosas de la vida, acabó encadenando trabajos de comercial y camarero con los que difícilmente podía sobrevivir. Algunos amigos le acogieron en sus casas, e incluso llegó a dormir en el coche. Por si fuera poco, también tuvo problemas con la bebida para intentar olvidar que chapoteaba a diario entre la sangre y mierda de los animales.
Así hasta que, agobiado por llevar tres años en el paro, acepta un trabajo en el matadero de Limoges, en el que permanecerá siete años.
García contará sus impresiones con todo lujo de señales sin guardarse nada dentro. El trabajo es muy duro, todos en el matadero acaban teniendo tendinitis o dolores en cervicales o en brazos o en espalda… y en definitiva dolores musculares por todo el cuerpo. Y eso si no acaban perdiendo algún dedo.
El autor denuncia no solo el mal trato dado a los animales, sino a los propios empleados. La máquina de matar y despiezar ha de estar siempre en movimiento. Lo que importa es la cantidad de animales que se mata por hora. Si fallas se te echan encima, si lo haces todo bien, ni una palmadita. El jefe de todo, en realidad, no es el jefe del matadero, sino los mayoristas, y tener el material esterilizado o cumplir estrictamente los reglamentos sanitarios (incluso aquel que conlleva separar vacas sanas de enfermas) es tiempo robado a la tarea de matar, y eso no es rentable, a pesar de que eso provoca también accidentes laborales y otros de salud pública. Solo cuando hay inspecciones, avisadas inexplicablemente con antelación, se trabaja de forma correcta.
“Te insultan, te hostigan, te amenazan para que mantengas el ritmo. Eso es lo único que cuenta. Mantener el ritmo, resistir la presión. He visto a tipos que se iban llorando del trabajo, cerrando con fuerza los puños para no matar a un jefe.”
Un día García explotó. No pudo con la presión. Dormía poco y mal y tenía pesadillas. Consiguió grabar imágenes de lo que ocurría en el matadero, sobre todo lo relativo a las vacas gestantes, y contactó con una organización animalista.
“Nunca me había gustado ver a los animales vivos en la zona de estabulación. Se notaba la angustia en sus ojos, sabían que iban a morir. Era una sensación extraña: he crecido en una granja, las vacas venían a comer hierba de mis manos, los ternerillos me chupaban los dedos. En el matadero, los animales están aterrorizados. A menudo se los ve con la cabeza gacha, como si se hubieran resignado y aceptaran la muerte. Algunos animales luchan hasta el último segundo, otros se dejan caer con todo su peso en el corredor de la muerte y se niegan obstinadamente a avanzar, pese a los bastonazos y las descargas eléctricas.”
Maltrato animal, sufrimiento humano es, pese a la crudeza de lo que cuenta, un libro muy fácil de leer y entretenido. Tiene partes que te encogen el corazón, partes que te colocan al borde de las lágrimas, partes que te repugnan y te hacen aborrecer a la especie humana y partes que te dan tregua y te hacen abrigar una esperanza de que todo esto pueda cambiar.
“Por mi parte, dudo que eso [el cierre de los mataderos] sea posible. En el fondo, incluso me pregunto si es verdaderamente deseable. Sin embargo, de lo que sí estoy convencido es de que se puede mejorar la suerte de los animales y ofrecerles una muerte digna.”
Un libro muy necesario, del que extractaría decenas de párrafos más, que tal vez sirva para abrir los ojos sobre un problema del que nadie se ocupa y conciencie de la obligación de proporcionar a nuestros animales un mejor trato, tanto a su vida como al final de esta. Porque nadie merece un trato como el que damos a los animales, a los que usamos a nuestro antojo para estúpidas fiestas de pueblos, despedidas de soltero, recogidas de fondos… No hay excusa posible.
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