Reseña de “Mañana y tarde”, de Jon Fosse
Vaya por delante ―y en descargo― que si ha habido alguna vez que me haya sentido menos cualificado como escritor y lector, es esta. Claro que aquello es consuetudinario de uno, un fruncir de labios, una caída de tono y un ambiguo sentimiento de vergüenza y responsabilidad cuando debes responder a la pregunta de a qué te dedicas, y lo de leer es más inusual, porque soy lector de mucho antes que escritor, y lo seré después de que deje de escribir. Pero en esta ocasión, en que toca (porque he querido, que conste) reseñar a un Nobel, todas las dudas inherentes a las capacidades ―o incapacidades― literarias de uno han aflorado.
Al lío. Mañana y tarde, de Jon Fosse, premio Nobel de Literatura 2023. Es mi primera toma de contacto con su narrativa, así que no voy a extrapolar mis ideas acerca de su estilo, que se circunscribirán a esta obra. Esta novela corta se divide en dos partes, siendo la primera, obviamente, la mañana-nacimiento: nace un Johannes, hijo de Marta y Olai, el pescador, que es el protagonista de esta parte. Un narrador omnisciente, recurso que Fosse utiliza en la totalidad de la novela, saltando del flujo de pensamiento de un personaje a otro con fruición, nos sumerge en la dudas de Olai, en sus pensamientos deslavazados atenazados por el miedo a que el nacimiento de su vástago se complique, a que su mujer muera. Hay lugar en ellos para el destino y Dios, para la metafísica del mundo, para las cuestiones más triviales, para el bien y el mal y el dolor que le espera a su hijo cuando arribe a este mundo.
Piensa en Dios, digo, como lo hará otro Johannes, su padre y abuelo del niño, en la segunda parte de la novela, pero no al modo nietzscheano, sino de una manera básica, pegada a la tierra: Dios y su papel en el mundo, Dios y su aparente desinterés, en su ausencia o su presencia, en su papel como un tótem eminentemente bueno pero al mismo tiempo lejano. Y en la segunda parte del libro, esa tarde, ese ocaso de la vida, ya hemos mencionado que el protagonista es el otro Johannes, el abuelo, que muere, cerrando el ciclo. Su muerte es un deambular ligero, un seguir la mismas rutinas de todas las mañanas, porque los hombres son sus rutinas, hasta topar con su mejor amigo, Peter, que falleció antes que él y se convertirá primero en su Virgilio, acompañándolo en esas rutinas, en ese transitar a través de la niebla confusa en que se vuelve al final el tiempo por algunos de los momentos mas trascendentales que ha vivido, para que se vaya poco a poco desacostumbrando de la vida, y luego se volverá Caronte, y le ayudará a cruzar el istmo entre los mundos hasta el lugar donde esperan a Johannes todos los que amó y que se fueron antes que él, un lugar donde el cielo y el mar, la luz y el agua son la misma cosa.
Hasta aquí la sinopsis. Vamos a lo mollar: el estilo. Fosse utiliza ese punto de vista del narrador omnisciente ya mencionado que le permite saltar entre los flujos de pensamiento de los distintos personajes a veces hasta de frase en frase; se suma a esta inmersión, a esta sensación de fluidez, el que escribe largos párrafos de corrido sin los guiones de los diálogos ―algo bastante usual en la actualidad― separados por comas y/o por la conjunción copulativa “y”, y donde los puntos, inexistentes, se sobreentienden por un mero salto de línea. Es un escribir saramagista, incluso recuerda a algunos libros de García Márquez o Cortázar, pero sin llegar a los extremos del último capítulo del Ulises de Joyce. Esta forma de escribir ―que es conocida como técnica del monólogo interior― consigue velocidad, ritmo, un aluvión del pensamiento íntimo de los protagonistas que nos sumerge y arrastra, aunque la reiteración del mismo, los párrafos continuos que a veces ocupan varias paginas, la repetición de la forma verbal “piensa” cuando es evidente que es lo que el personaje hace y lleva haciendo todo el rato, o la de sus propios nombres o los de otros sonidos, puede resultar desconcertante para algunos lectores, aunque entiendo que esta aliteración es, por descontando, buscada con dolo, porque en ella radica el ritmo de la novela, su musicalidad.
Además, en ella priman otras dos cosas que todos los escritores buscamos: la concisión y la belleza. O la concisión en la belleza. El lirismo con el las cosas más veniales son narradas, y el onirismo con que va envolviendo la novela en su desarrollo, en su devenir, como el de la misma vida de Johannes, o como los de todas las vidas hacia el final de las mismas, marcan esta novela corta por la que, entiendo, es innegociable deambular y hasta perderse.
Un critico literario muy oportuno y dedicado a la actualidad.Merece su agradecimiento porque no llevo a lo feciente que es el nobel de la literatura y un libro analizado por lector consetudinario.aficcionado a la lliteratua Rafael Breton Prada de Colombia