Cualquiera que haya sufrido de cerca una enfermedad mental, sabe que el dolor que produce la incomprensión ajena puede ser mucho mayor que el que causa la propia enfermedad. Pero cuando esa incomprensión, cuando no indiferencia, viene de los propios médicos, cualquier esperanza de recuperación desaparece por completo.
Montse Batalla, la guionista de Manicomio, nos narra en esta excelente novela gráfica todo el proceso que transformó a una chica alegre y extrovertida, que disfrutaba plenamente de todo lo que la vida le ofrecía, en una sombra de sí misma, en una persona dominada por el miedo y la apatía, e incapaz de articular palabra.
Clara, alter ego de la autora, tiene diecinueve años, estudia Historia, trabaja y coquetea en un bar de copas, y tiene una relación apasionada con un chico algo mayor que ella y un tanto golfo. La suya es, pues, una vida absolutamente normal, sin más sobresaltos ni traumas que los que pueda tener cualquier hijo de vecino. Cualquiera de nosotros puede tener una pesadilla en la que escalamos una montaña atados a nuestra pareja, quien probablemente no nos quiera tanto como nosotros a ella, hasta que la cuerda se rompe y caemos al vacío. Nos despertamos, nos tranquilizamos, y nos volvemos a dormir. También Clara.
Un episodio un tanto más macabro que tiene lugar unos días más tarde en una excavación arqueológica podría avisar a algún lector acerca del brote psicótico que se avecina. Pero en realidad ese lector se estaría engañando. En demasiadas ocasiones, los avisos que nos pueda dar nuestro entorno sobre una posible enfermedad mental son indescifrables. Y además, como Clara va a descubrir, una vez la enfermedad se ha presentado, la autocomplacencia de los doctores al interpretar, tan listos ellos, todos esos avisos previos no hace sino agudizar la enfermedad.
Manicomio es un impresionante testimonio sobre el calvario de una chica que se desmorona hasta el punto de acabar, como podéis ver en la portada (y aquí hay que mencionar las excelentes ilustraciones de Xevidom y su variedad de registros, desde las vistas urbanas hasta las escenas oníricas, pasando por el retrato psicológico de todos los personajes) amarrada a una cama. Y este testimonio tiene dos vertientes. En primer lugar está la denuncia que hace la autora de unos doctores que, en lugar de escuchar a su paciente, se limitan a intentar que los síntomas de esta encajen bien dentro de lo que su infalible ojo clínico les ha dicho apenas comenzada la visita. Lejos de buscar el tratamiento más efectivo para ayudar al paciente, este comportamiento frío y burocrático convierte a Clara en un alma en pena, incapaz de reaccionar cuando oye de labios del doctor: “tu vida ya no será la misma”.
Por suerte, la otra vertiente de la novela es el homenaje que Montse Batalla ha querido rendir al psiquiatra que por primera vez cumplió el que, imagino, debe de ser el primer mandamiento de la profesión: escucharás a tu paciente.
Pero Manicomio es, ante todo, una historia real, sincera, estupendamente narrada e ilustrada, y de un carácter tan autobiográfico que resulta difícil no vivirla como propia.
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