Uno debería estar en condiciones de poder explicar de qué va un libro cuando se plantea escribir una reseña sobre él, algo que en el caso de Manual de despedidas no tengo especialmente claro que yo pueda hacer, sin embargo tengo una certeza a cambio que en cierta medida la compensa: puede que no siempre haya sabido entender lo que trataba de transmitir la autora, pero sí puedo asegurar que me ha gustado cómo lo hacía. La narración es fragmentaria y el tono a veces roza el surrealismo, pero el humor y la mirada brillante que Jana Benová es capaz de imprimir a su historia, hacen que uno disfrute de ella pese a las dificultades que presenta la novela.
Se trata de una narración sobre un grupo de jóvenes eslovacos que viven en Bratislava, concretamente en el barrio de Petrzalka (si uno lo busca en internet descubre una serie de moles de hormigón en los que debe ser fácil que las emociones se despisten, como le ocurren al lector, o se refugien en el surrealismo, como le ocurre al libro) y cuya vida, heredera de una infancia marcada por el realismo socialista y un futuro esquivo, transcurre por caminos ni habituales ni originales, pero con una relación compleja con la realidad.
Los cuatro amigos se reúnen en el Café Viena, rebautizado Hiena por ellos, e inventan un sistema mediante el cual sólo uno trabaja y mantiene a los otros tres, los beca, como dicen ellos, para que puedan centrarse en sus inquietudes artísticas o simplemente en disfrutar de la vida. En bebérsela, por ejemplo. El de mecenas es, lógicamente, un turno rotatorio.
Si quieren un ejemplo de cómo de especial es la mirada de la autora de Manual de despedidas, sirva el empleo de una de ellas, Elza, la narradora la mayor parte del tiempo, que trabaja en un reality (espero verdaderamente que sea una invención) que se rueda en Dachau y en el que se enfrenta un equipo que asume el papel de los prisioneros con otro que juega el de los guardianes. Tampoco está mal el empleo que conocen, aunque no porque ninguno de ellos lo desempeñe: el de paseante, gente a la que el ayuntamiento paga por pasear por las calles para que la ciudad tenga una imagen de vitalidad y dinamismo.
Estos jóvenes desarraigados y su lucha por no perderse en el laberinto de hormigón en el que viven, tienen una actividad principal, además de la artística o la laboral: conversar y escuchar conversaciones ajenas. Si quieren alguna muestra del tono de Manual de despedidas, podría servir este fragmento elegido prácticamente al azar:
Al crío le colgaba la lengua y las pupilas le rodaban rápido por los ojos, en trayectorias accidentalmente elípticas. Su rostro era una burla, una parodia de todo el colectivo de bebés. El padre del niño tenía pinta de ser uno de los enemigos de todo lo vivo.
Si por el contrario lo que necesitan para acercarse al libro es una situación, podría servir cuando Elza pierde una pastilla anticonceptiva en el tranvía y los demás pasajeros la ayudan a buscarla e incluso le dan algún consejo sobre el particular.
En fin, Manual de despedidas es uno de esos libros diferentes, y no piensen que lo digo en sentido peyorativo, su originalidad es una de sus virtudes y es indudablemente un libro de calidad, no en vano es ganador del Premio de Literatura de la Unión Europea, pero sobre todo me han gustado su humor, su ironía y su capacidad de descubrirle al lector una realidad en la que, pese a ser cercana, nunca se había parado a pensar.
Andrés Barrero
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