Mares sin dueño, de Esther Ginés

Mares sin dueñoTiene Mares sin dueño un aire, aunque en su caso habría que hablar bien de brisa, bien de viento, a historia clásica, trascendente, a drama intemporal. Para el lector Elisa llega a Mainland como la segunda señora de Winter llegaba a Manderley o Lockwood llegó a la Granja de los Tordos, con la sensación de que se asoma a algo grande. Y acierta, esta novela narra algo muy grande en cuanto a las cosas que suceden, pero mucho mayor aun en cuanto a lo que viven los personajes, a lo que sienten. Es un texto de una penetración psicológica digna de la gran literatura de la que Esther Ginés es gran conocedora, fiel seguidora y enamorada lectora.

La erudición serena y elegante de Esther Ginés consigue transformar las referencias que habitan su historia en verdaderos regalos para el lector. Tratar de descubrir más de las obras que cita, de los cuadros, de los lugares es inevitable, pero lo es de una manera que incrementa el placer de la lectura. Cuando uno busca, por ejemplo, el cuadro The land baby, de John Collier, lo único que echa en falta es la sensación de desenvolverlo, de descubrirlo lentamente. La eficacia y velocidad del señor Google, en este caso, resulta hasta molesta porque todo lo referido a este texto se debe degustar lento, con calma.

Y entre los muchos regalos que nos hace Mares sin dueño hay que destacar los geográficos. El mar, por supuesto, porque el mar que nos trae Esther Ginés no es exactamente el mismo que amamos quienes como muchos de sus personajes somos de mar, pero también las islas. La autora nos descubre con su retrato de las Islas Orcadas un mundo completamente desconocido, difícilmente concebible en nuestros días y con un efecto magnético que uno no se creería si no fuera porque las descubre en las palabras de Esther Ginés, que ya nos tiene acostumbrados a estos pequeños milagros escritos. Quiero decir que si cualquiera le cuenta cómo es la vida en esas inhóspitas islas de naturaleza indómita y habitada (escasamente) por gentes poco dadas a la comunicación o la efusión propias de nuestras latitudes, no se imagina allí, pero uno las descubre en la novela y siente la necesidad de conocerlas, de pasear por ellas hasta que el viento le provoque un terrible dolor de oídos que, curiosamente, no percibirá como una molestia, sino como una alegría por experimentar lo que previamente ha leído.

Y si hablamos de regalos no puedo olvidar unos muy especiales en forma de poemas, no solo porque son muy hermosos, sino porque de alguna manera cuentan una parte de la historia que probablemente precisaban de poesía para ser entendidos:

He de ahogarme
sólo así llegaré a ti,
sólo así comprenderé
en qué lugar de la herida habitas,
en qué lugar de la herida respiras,
en qué lugar de la herida me concebiste. 

Es una de las cosas que aprende uno, que si alguien se pierde en algún lugar de la herida, el amor puede no ser un cartógrafo lo suficientemente bueno como para mostrarle el camino de salida, o sí, o puede que a veces sea incluso un obstáculo, pero si el amor no garantiza el éxito sí obliga al intento.

La brillante pirueta narrativa que hace la autora es que la protagonista, Elisa Vielba, no es ajena a la vida es una isla, ella proviene de una, la de Sal en Cabo Verde, pero aun así llega a un mundo que le es completamente ajeno.Y llega por amor, abandona su vida para acompañar a un hombre al que ama mucho más de lo que lo conoce y con el que tiene un pacto tácito: vivir el presente, conquistar el futuro, pero olvidar el pasado, desconocerlo, no hablar de él. Pero el pasado es de esos obsesos del protagonismo que no soporta estar en segundo plano, y reclama su espacio, su tiempo, su tributo.

El escenario en el que la protagonista, una mujer del sur en el norte más norte, debe averiguar lo que sucede, lo que sucedió y cómo enfrentarse a ambas cosas, no puede resultar más apasionante. Llega un momento en que incluso sin abandonar esa serenidad tan característica de la autora, la angustia de la protagonista convierte el relato en una historia trepidante, sin abandonar su carácter íntimo, uno de esos que se necesita seguir leyendo y no exactamente porque precise conocer lo que va a ocurrir sino que necesita sentir la historia con los protagonistas, vivirla con ellos. Hay que ser agradecido y ya que ellos cruzan océanos de tiempo para compartir su vida con nosotros, lo menos que podemos hacer es pagar en la moneda de curso legal más cotizada en la literatura, la empatía. Hay que reconocer que Mares sin dueño lo pone fácil. En realidad es inevitable.

Además del muy particular carácter de las gentes orcadianas, hay que incluir en la receta un ingrediente que termina por estar muy presente, tal vez porque es inherente a esas tierras, la mitología, esa mezcla entre historia, fantasía y psicología que tan inseparable es de la tierra y de las gentes de aquellos lugares en los que es la naturaleza, y no el hombre, quien está al mando. Que el hombre sea un invitado no necesariamente bien recibido y que el anfitrión no esté especialmente dotado para las sutilezas necesariamente tiene que influir en la psicología de las gentes que, pese a todo, las habitan.

Ya me referí antes al papel que juega el mar en esta novela, pero me voy a permitir extenderme aun un poco más sobre el particular porque tengo la sensación de que juega además otro papel, uno doblemente metafórico que habla de la historia que viven los protagonistas y de las relaciones en general de una manera más insinuada que expresada pero igualmente efectiva. En primer lugar porque por mucho que uno conozca el mar a veces cambian las circunstancias y ese mismo amigo sabido de memoria es un perfecto desconocido, peligroso incluso. Me dirán que es que no hay un solo mar, que son muchos y muy diferentes, pero eso es algo que se puede decir de todos nosotros. Eso es lo primero que nos enseña este mar que no tiene dueño, que ni a él ni a nadie se le llega a conocer nunca del todo. Y lo segundo es que el mar ilustra una advertencia sobre las relaciones unidireccionales, puedes amarlo con toda tu alma, puede ser tu amigo y confidente, pero como en todos los amores no correspondidos, si se dan las circunstancias se torna en enemigo. Es fácil confundir la serenidad de un mar apacible con la seguridad, pero a un mar agitado, bravo, salvaje no cabe confiarse, por mucho que se le siga amando y admirando, el respeto y la distancia de seguridad son necesarios. Hay mares que no aman ni devuelven lo que se llevan sino que toman lo que quieren por la fuerza y aun aún siguen siendo hermosos. 

Poco más, teniendo como tienen la oportunidad de navegar estos Mares sin dueño de la mano de las palabras de Esther Ginés, asomarse a ellos de la mano de las mías es muy pobre, no le harían justicia ni a los mares, ni a los personajes, ni a las islas. Léanla y guárdenla donde se guardan las cosas importantes, como esos restos de naufragios que tanto te gustaba atesorar cuando éramos poco más que unos adolescentes. Guárdame como esas piedras hermosas, suaves y romas, domadas por la furia del mar. 

Andrés Barrero
contacto@andresbarrero.es
@abarreror

1 comentario en «Mares sin dueño, de Esther Ginés»

  1. Preciosa novela, no solamente por su trama, que es perfecta y te engancha desde las primeras líneas, sino también por la forma de escribir, de comunicar y de estructurar la trama perfectamente encadenada.
    Desde las primeras páginas te sumerges en una literatura que integra, de una forma perfecta, la fuerza de la naturaleza, los lazos familiares y las creencias ancestrales, donde te das cuenta de que en ocasiones la incomunicación puede llegar a dañar lo más profundo de nuestro ser hasta casi poder destruirnos. Tampoco podemos olvidarnos del poder del amor.
    Es un libro totalmente recomendable.

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