Cuando hablamos de superhéroes presuponemos que estos personajes cumplirán con ciertas virtudes a rajatabla. Deben ser honrados, compasivos con sus enemigos, intrépidos a la hora de actuar ante un peligro, etcétera, etcétera. Pero como dijo el historiador Lord Acton, el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Así que, si hacemos caso a esta máxima, cuando hablamos de súper poder la corrupción alcanzaría cotas inimaginables. Alguien que lanza rayos por los ojos, capaz de destruir un bloque de hormigón de un puñetazo o de saltar rascacielos esperamos que esté de nuestro lado, del lado de la buena gente, porque si no es el caso, estaríamos jodidos. ¿Y si lo peor acaba ocurriendo, y si los superhéroes desarrollan un complejo de Dios que les haga sentirse infalibles a pesar de que la estén armando muy gorda? Quis custodiet ipsos custodes? Entonces entra en escena el policía incorruptible. El Eliot Ness de los Supermanes. Policía, juez y verdugo de las Mujeres Maravilla. El justiciero que se saltará toda regla escrita para vapulear a todo el que cometa sus crímenes amparado por la noche y con seudónimos como Caballero Oscuro. “Soy un cazador de héroes. Cazo héroes. Aún no he encontrado ninguno.” Su nombre es Marshal Law y viene a ofrecernos un espectáculo de violencia, sexo, justicia y humor ácido en formato de sátira.
En el cómic Marshal Law San Francisco ha dejado de existir. El Grande, el terremoto que han estado esperando desde siempre, ha destruido gran parte de la ciudad dejándola en la más terrible de las ruinas. Y de esas cenizas ha nacido San Futuro. Una distopía orwelliana repleta de violencia y pobreza donde los más desfavorecidos no solo deben preocuparse por el próximo bocado que se llevarán a la boca, sino que además deben evitar a toda costa a las bandas de personas con poderes que matan, roban, violan y ejercen el poder a su antojo. Marshal Law es también un tipo con poderes, alguien que se enfrenta a la dualidad de que cuando lo necesita es capaz de no sentir dolor y, a la vez, de una forma casi masoquista, lo disfruta cuando su poder está inactivo. Él está del lado de la buena gente, o de la forma que puede estarlo un tío que parece vestir como un miembro de la Gestapo al que le gusta el cuero, los alambres de espino, las cremalleras a tutiplén y las consignas más típicas de un punkarra pasado de vueltas.
Los encargados de esta parodia del género superheroico que marcaría el camino de títulos como The Boys son Pat Mills y Kevin O’Neill. Desde las primeras páginas dejan claro que aunque es un cómic de superhéroes no encontraremos ni los arquetipos ni los mensajes característicos que estamos acostumbrados a ver en este tipo de publicaciones. El guion entra a saco para explicarnos que en este universo los héroes no nacen, se hacen a través de complejos experimentos que, en el mejor de los casos, dejan a alguien arrastrando muchos traumas. Los héroes se construyen en laboratorios para llevarlos a una guerra por toda Sudamérica. Y donde dicen Sudamérica es imposible no ver Vietnam y las atrocidades que se llevaron a cabo. La narración continúa para mezclar drama y protesta social con altas dosis de cachondeo y violencia extrema. Una violencia elevada a gore de charcutería donde la casquería salta de viñeta en viñeta de la mano de Kevin O’Neill que, inicialmente, perpetra un dibujo muy underground, con toques de expresionismo alemán, pero que poco a poco se va suavizando para transformarse en algo más indie. ¿Y qué pasa cuando las guerras terminan? ¿Qué ocurre con todos esos soldados traumatizados? Veteranos de guerra con súper poderes que son abandonados por sus gobiernos rondan por la ciudad mientras La Liga Jesuita de América (la versión ultra católica de La Liga de la Justicia) se dedica a vender su credo de paz, amor y castidad. “¡Siempre firme, América!”
Miedo y Asco, el primer arco argumental del integral, es perfecto para aclimatarse a la narración y al dibujo y para descubrir toda esa crítica ácida, tirando a sulfúrica. Pero a su vez deja un thriller sobre un asesino psicópata que, aunque al principio cuesta entrar debido a un bombardeo incesante de información, te acaba atrapando hasta ese clímax final que muestra el alto coste, y los daños colaterales, que implica cualquier tipo de intervención militar. Y si de daños colaterales hablamos entonces no podemos dejar de lado todos los experimentos, a través de la tortura, que llevan a cabo agencias gubernamentales. En Marshal Law toma Manhattan visitaremos un psiquiátrico de superhéroes. No son miembros de los Vengadores ni de Los 4 Fantásticos pero el parecido es acojonante y los acontecimientos que les llevarán a un intento de fuga serán descacharrantes. Patt Mills nos muestra cómo piensa cada personaje a través de sus propios monólogos internos, muy al estilo diario, para que conozcamos las verdaderas motivaciones que les llevan a actuar de la forma en que lo hacen.
El reino de los ciegos es la historia de Marshal Law que más subvierte a uno de los superhéroes más conocidos de la editorial DC. Ojo Privado es la versión retorcida y muy hija de puta de Batman. Un tipo que amasa una fortuna de una forma poco ética. Un tipo cuya motivación es atacar solo a aquellos que pongan en peligro todo ese patrimonio. Un neoliberal que protege al establishment porque este, a su vez, lo protege a él. Un cabronazo de derechas que crea su propio mito de vigilante de la noche para salir a dar palizas a pobres y delincuentes que roban para comer. Al cruzarse con Marshal Law encontrará la horma de su zapato y su némesis. Porque Marshal Law es un radical antiautoritario que ataca a los poderosos empleando todo tipo de métodos (a cual más doloroso) de dudosa moralidad. Y esos métodos son los que irá utilizando a lo largo de las seis historias que reúne el integral de Marshal Law publicado por ECC. Una forma de proceder que es la excusa perfecta de los autores para criticar el American way of life, satirizar los manidos clichés y las proclamas belicistas de los superhéroes de la Edad Dorada, reírse del comic code authority, y, en especial, desenmascarar a todos esos héroes del día a día que se esconden tras una falsa fachada de respetabilidad.