Martillo, de Alejandro Hermosilla
Martillo es, para no andarme con demasiados rodeos, tan impactante como aquello que su propio título evoca. Es la prosa de un poeta loco, que es la forma más cuerda y más prudente de ser poeta. Acaso la única. Es una mezcla de un Conde de Lautréamont oriental con un Osvaldo Lamborghini perdido en una medina. De hecho no habría sido extraño encontrar a algún tadeys merodeando por la cárcel de la ciudad de Urban. Es una obra por la que se callejea más que leerla, muy original, muy contundente, tan pródiga en imágenes de una fuerza inusual como en referencias literarias, cinematográficas y musicales. Parece que Alejandro Hermosilla fuera uno de esos autores de quien se dice que “lo ha leído todo”. Un libro dotado de una estructura brillante, a menudo desconcertante, con imágenes recurrentes pero no circular, porque no se recorren sus páginas siguiendo un plan establecido, sino que más bien las repeticiones parecen esos puntos de referencia que uno encuentra una y otra cuando callejea por un laberinto y que le sirven, si acaso, para refrendar que se ha perdido. Un laberinto como las callejuelas de la medina de Fez recorridas sin guía ni punto de apoyo, sin sentido de la orientación, en un estado que tiene tanto de vértigo como de estupor, sin saber muy bien si se encontrará una salida ni cuando, pero sorprendiéndose a cada paso.
Fez es importante en la novela y es a la vez una de las razones por las que me interesó porque es uno de esos destinos a los que cuando uno llega no sólo sabe que ha viajado en el espacio sino que tiene la sensación de haberlo hecho también en el tiempo. Martillo no es una mala guía para hacerlo también en la imaginación, y en la cultura y la mitología árabes.
El magnífico prólogo de Juan Francisco Ferré (titulado “Esto no el un prólogo (ni lo pretende)”) comienza diciendo: Esto no es un prólogo. Es una llamada de atención. Un aviso al lector. No entres en este libro. Es un libro diabólico. Es un libro infernal. Bien. Obsérvese que no dice “no abras el libro” sino “no entres en el libro”. Definir Martillo es difícil, pero esa no es una mala manera de hacerlo: en un libro en el que se entra y por el que se deambula, se callejea. Si se atreve uno, claro. Alejandro Hermosilla se confiesa admirador de oriente, del oriente en que se vive y del oriente que se estudia y que se sueña. De los mitos y leyendas. Pero no lo ama sólo en sí mismo, sino que también lo hace en oposición a un occidente del que reniega, y no sin argumentos. Pero tiene razón el prologuista: es un libro peligroso porque es una obra que cuestiona la realidad.
Martillo, el título, evoca al instrumento con el que el muecín golpea una bandeja de cobre o de bronce para llamar a la oración, y ese golpeo se multiplica por la ciudad repetitivamente, creando espontáneamente una música embriagadora, que probablemente para muchos sea ruido. Pero no para Alejandro Hermosilla, quien a partir de ella construye un relato brillante y original hasta en su portada, que explica el propio texto. Un relato diferente, con su aroma a Lovecraft, pero también a Metallica, a David Bowie, a David Foster Wallace, a las Mil y una noches, en fin, con muchas caras. Un relato salvaje a veces, evocador otras, con referencias incluso al propio texto y al propio libro.
Podría tratar de explicar algo sobre la historia que cuenta Martillo, o tal vez no podría pero en cualquier caso no lo creo necesario. No es un libro trivial, no es algo que se recomiende o se deje de recomendar, sino que es un reto. Y como tal, como el guante que es, sí que me atrevo a lanzárselo. Ustedes verán si lo recogen o no. Yo no creo que ésta de Alejandro Hermosilla sea una obra que se pueda valorar tras una primera lectura, creo que debe reposar y hacer su trabajo con serenidad, y después releerla y, en fin, después ya veremos. A fin de cuentas es más que un relato o una colección de ellos, a fin de cuentas es más que una alucinación, más que una batalla del autor contra sí mismo. Es nada más y nada menos que una enmienda a la totalidad a la civilización occidental y eso, comprenderán, no es algo que se dirima en un rato.
Pero sí que les dejo algunas palabras como despedida, y podrían ser Efrit y Al Azif, podrían ser Necronomicón y Kish, podrían ser Ubar y Abdul Alhazred o hasta “Ph´nglui mglw´nafh Cthulhu/R´lyeh wgah´nal fhtagn”, pero miren, soy un tipo sencillo así que les dejaré con unas igualmente sencillas encerradas, eso sí, en un cofre de bronce: “¿te atreves?
Andrés Barrero
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