Hoy vengo a hablaros de un libro muy especial. Un libro que ha sido una delicia leer y que ha apuntado tan alto que hoy, a mediados de febrero, ya puedo decir que será una de mis mejores lecturas del año.
No sé cómo llegué hasta él. Creo que él me encontró a mí. Sí, así fue. Navegaba por Internet buscando mis próximas lecturas, ávida de emociones e historias nuevas, cuando lo vi: su portada llamó mi atención inmediatamente —cómo no iba a hacerlo con esas sinuosas ilustraciones doradas— y su título me llevó a leer la sinopsis. En ese momento supe que Mary y la serpiente iba precisamente de eso: de una niña llamada Mary que conocía una serpiente cuya relación iba a ser muy especial. La frase de su contraportada (“Vendré a visitarte muchas, muchas veces. Y después te visitaré una vez más”) fue lo que hizo que me decidiera por él.
Y me estoy dando cuenta de que hay muchas que no sé. Ya que otra de las cosas que se me hace difícil de explicar es lo que me hizo sentir la narrativa de su autora, A. L. Kennedy. La autora escocesa nos trae un cuento que no es cuento, una novela que no es una novela, una historia infantil que no tiene nada de infantil. Sus palabras rápidamente hicieron que me diera cuenta de que nada era lo que parecía. Y entonces supe que dentro de ese libro todo iba a ser posible.
La historia es deliciosa: Mary, una niña pobre que vive en la antesala de lo que parece ser una gran guerra, conoce a Lamno, una serpiente dorada que la va a acompañar en los momentos clave de su vida. Mary es una niña muy lista: sabe que cuanto más despacio ande, más largo será el jardín; que si corre, este se hará diminuto y que si se queda quieta, el jardín será infinito. Gran sabiduría es lo que había dentro de su cabeza, será por eso por lo que Lamno se quedó prendada de ella. Tanto, que decidió regresar a ella un montón de veces para comprobar cómo le había ido la vida. Y eso, ya os lo aseguro, es algo que jamás había hecho con ningún ser humano.
Pero, como decía antes, no solo la historia es increíble, sino que la pluma de A. L. Kennedy hizo que se me escapara más de una sonrisa. Tiene una forma de escribir que no había encontrado nunca antes, me atrapó desde la primera palabra, pero no por lo que me estaba contando sino por cómo lo estaba haciendo. Las metáforas son abundantes y los recursos narrativos se pueden ver en cada frase. De verdad que no sé cómo transmitiros lo que he disfrutado con su forma de escribir, todo lo que diga sobre ella se va a quedar corto. Así que lo único que puedo hacer es recomendaros efusivamente que leáis este libro para que podáis entender cómo me siento. Por supuesto, esto no hubiera sido posible sin el gran trabajo de César Aira, el encargado de hacer esta maravillosa traducción.
Hay algo en los cuentos que me atrapa sin que pueda hacer nada por remediarlo. Será por eso por lo que los disfruto como si fuera una niña pequeña. Tengo unos primos pequeñitos a los que les encantan las historias, y no os niego que mientras leía este libro me imaginaba leyéndoselo a ellos en una fría tarde de invierno. Sí es cierto que muchas de las cosas que aparecen en el libro no las iban a entender (y aquí podría incluir un spoiler gigante para que lo entendierais, pero creo que eso me costaría mi estancia en el blog) pero aun así sé que ellos sacarían sus propias conclusiones y después sería genial saber cómo interpreta este libro una cabeza inocente.
No os voy a negar que Mary y la serpiente me ha recordado muchísimo a El principito, aunque tengo que decir que no soy de las que tienen ese libro como una obra maestra. Quizás sea porque no llegué a conectar con él o no lo leí en el momento adecuado. En cambio, Mary y la serpiente sí que ha conseguido su propósito: me he sentido una niña en un mundo de adultos y me ha hecho pensar demasiado. Sí, sin duda una de mis mejores lecturas del año. Y sino, al tiempo.