Mátalos suavemente, de George V. Higgins
A partir de una vertiginosa cadena de intensos diálogos Higgins retrata de modo magistral los bajos fondos del Boston de los años setenta.
Si Tolstói hubiera escrito novela negra, en lugar de desdeñar las familias felices por aburridas y poco originales y expresar su preferencia por las desgraciadas, habría afirmado que todos los atracos perfectos se parecen y no pueden competir, al menos en literatura, con un golpe chapucero y descuidado de esos que, inevitablemente, parecen destinados a terminar en un baño de sangre.
Pero George V. Higgins le da una nueva vuelta de tuerca a esta máxima; en sus novelas los crímenes distan mucho de ser perfectos, pero importa bien poco si salen bien o mal: no hay una brillante mente criminal que nos deslumbre ni una investigación que resolver a base de sagacidad y tesón. No es el suspense lo que mantiene al lector pegado a las páginas; los acontecimientos sencillamente suceden, uno tras otro como si no pudiera ser de otro modo, dictados por las inmutables leyes del hampa y una generosa dosis de suerte, generalmente mala.
Y todo ello construido como una cadena de diálogos. Los diálogos electrizantes, intensos y vigorosos son el sello inconfundible con el que Higgins marca sus novelas. Son tremendamente vívidos y reales, como si el autor hubiera recorrido grabadora en mano los bajos fondos del Boston de los años setenta (en realidad ejerció de fiscal durante aquella época, lo que viene a ser casi lo mismo) y hubiera trascrito las cintas directamente. Pero, a la vez, tienen esa chispa de ingenio y ese humor un tanto teatral de los gangsters de las películas de cine negro de los cuarenta y los cincuenta: Humphrey Bogart protagonizando una película de Tarantino.
―Te van las pastillas ―dijo Amato―. Te van las pastillas, te he visto, no lo olvides. En el talego te ponías ciego de nembutal.
―John, por allí corría el nembutal. No vi a nadie sirviendo cerveza. Yo solo cogí lo que había. No me he metido nada de eso desde que salí del trullo.
―¿Y él?
―Dios, yo no me metería nada, Ardilla ―dijo Russell―. Hummm… a lo mejor unos litros de vino y un poco de hierba, puede que alguna que otra papela, una o dos veces, pero solo esnifo. No me estoy chutando nada. Voy a los scouts, ¿sabes? Allí te cachean antes de enseñarte a hacer nudos y demás.
―Jaco ―dijo Amato a Frankie. Frankie se encogió de hombros―. Te digo que te busques a alguien, que tengo un asunto y todo lo que hay que hacer es hacerlo y nos sacamos una buena tajada. Solo hay que buscar a dos tipos capaces de hacer algo muy fácil sin cagarla y esto es lo mejor que encuentras. Un yonqui de mierda. No quiero complicaciones por haber pillado a un tío que parecía legal pero que luego dio el palo colocado hasta las cejas. Quiero el puto dinero. Eso es lo que quiero.
Como todos, Ardilla, como todos; eso es lo que quieren todos: el puto dinero. Dinero para saldar sus deudas de juego o para multiplicarlo cortando heroína, pero también para el dentista de los hijos o ―qué poco original― para pagar la hipoteca.
Y es que las preocupaciones de los personajes de Mátalos suavemente no se diferencian en tanto de las de cualquier otra persona (a excepción del temor a pasar varios años entre rejas si uno no está atento, claro) y se pasan el día hablando de trabajo (asesinatos a sangre fría, juicios pendientes, ajustes de cuentas entre mafiosos), quejándose de lo difícil que es entender a sus mujeres o discutiendo sobre las posibilidades de los Red Sox de ganar la liga ―son hombres, a fin de cuentas―; y al final uno se olvida de que son asesinos y traficantes. (Pero, ¿quién ha dicho que los delincuentes no sean gente normal? Cualquiera se fía del vecino de enfrente.)
La trama, en definitiva, es lo de menos. El macguffin de Mátalos suavemente es un atraco en una timba de póker, pero se trata de una excusa presentarnos a una galería de personajes memorables, entre los que destaca Jackie Cogan, un tipo duro que sabe hacer bien las cosas y, lo más importante, sabe qué hacer cuando otros las hacen mal. Un personaje inolvidable en una novela de alguien que, a la hora de escribir, también sabía hacer bien las cosas.
Ficha técnica
Título: Mátalos suavemente (Cogan’s Trade, 1974)
Autor: George V. Higgins
Traducción: Magdalena Palmer
Editorial: Libros del Asteroide, 2012
Páginas: 230
ISBN: 9788415625056