Cuando era pequeña, era asidua a la biblioteca. Pero de las decenas de libros que leería en ese tiempo, solo La brujas, de Roald Dahl, ha quedado grabado en mi memoria. ¡Cómo me gustaba y cuántas veces lo releí! Sin embargo, como el bibliotecario no me orientaba, yo escogía libros al tuntún y, desgraciadamente, no me topé con ninguno más de Roald Dahl.
Ya había pasado de los veinte cuando leí Charlie y la fábrica de chocolate, tras ver la película dirigida por Tim Burton, y lo disfruté tanto como si lo hubiese leído de niña. Y es que las historias de Roald Dahl son tan políticamente incorrectas que resultan tronchantes.
Han tenido que pasar diez años más para que tache de mi lista de lecturas pendientes otro clásico de la literatura infantil escrito por Roald Dahl: Matilda. Alfaguara lo ha reeditado para celebrar el treinta aniversario de su publicación, y me alegra que lo haya hecho con las ilustraciones de Quentin Blake, que, si no me equivoco, también ilustró mi adorado Las brujas.
Por si queda alguien como yo que, a estas alturas de la vida, aún no haya leído Matilda ni visto la adaptación al cine dirigida por Danny DeVito y protagonizada por la inolvidable niña Mara Wilson (de la que servidora solo ha visto un par de trozos), resumiré brevemente la premisa de este libro que ha vendido más de doscientos millones de ejemplares en el mundo: Matilda es una niña con una mente prodigiosa, pero sus padres, necios y detestables, son incapaces de darse cuenta y no hacen más que menospreciarla. Hasta que un día la niña decide hacer uso de su ingenio para vengarse de sus padres cada vez que se porten mal con ella.
Matilda puede leerse como las trastadas que hace a sus estúpidos padres una niña especialmente espabilada; desde ese punto de vista, es una novela divertida. Pero lo que realmente me sorprende es cómo retrata a la mayoría de los adultos: ignorantes, deshonestos, crueles. Los padres de Matilda y la directora del colegio son tan despreciables que podían parecernos caricaturas, pero lo terrible es que no distan demasiado de personas que existen en el mundo real. Y Roald Dahl muestra esos adultos a los niños, enseñándoles todas sus bajezas y miserias sin filtros ni edulcorantes. ¿Cuántos autores de literatura infantil se atreven a hablarles tan a las claras? ¿Y a cuántos de ellos se les ocurre mencionar los libros de escritores como Charles Dickens, Charlotte Brontë, Jane Austen, Thomas Hardy, Mary Webb, Rudyard Kipling, H. G. Wells, Ernest Hemingway, William Faulkner, J.B. Priestley, John Steinbeck, Graham Greene o George Orwell? Creo que solo a Roald Dahl, que se dirigía de tú a tú a los niños, tratándolos como seres humanos inteligentes o, al menos, intentando que llegaran a serlo para que no acabaran igual que esos horribles adultos de los que se mofaba.
Leer Matilda debería ser obligatorio: una vez (o varias) de niños y una vez (o varias) de mayores. Porque se lea a la edad que se lea, no decepciona. Quizá, si lo hubiese leído de pequeña, lo hubiera releído incluso más veces que Las brujas. Pero tampoco me importa haberlo descubierto a estas alturas, porque joyas literarias como esta nunca llegan tarde a la vida de los lectores.
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