Soy de la opinión de que todos los medios de comunicación de todo el mundo civilizado deberían publicar todos los días artículos y reportajes sobre lo que pasó en la etapa más negra, vergonzante y dolorosa de Europa y de todo Occidente: la oscura noche del nazismo, que llevó a la Segunda Guerra Mundial y que fue causante de la muerte de millones de personas, así como del sufrimiento de otros varios millones de ellas. Pronto no quedará ningún superviviente vivo, pero, afortunadamente, quedarán sus testimonios grabados y escritos. Uno de ellos es este libro, Mauthausen, que hoy comentamos.
A pesar de que el título del libro, Mauthausen -un nombre propio que se ha convertido, junto con Auschwitz, Dachau o Treblinka, entre otros, en sinónimo de horror-, dé pie a pensar en un libro de historia -la historia del campo de concentración al que dio nombre ese topónimo-, en realidad estamos ante un libro biográfico, ante el relato de una historia individual, contada en primera persona, vicariamente, por Alfonso Maeso, un español que combatió en la Guerra Civil española, se exilió a Francia y acabó yendo a parar a un campo de concentración del régimen nazi, donde, milagrosamente, sobrevivió durante los cinco años que duró su estadía forzosa allí -hasta la liberación del campo por los norteamericanos- y vivió muchos años más para contarlo.
Mauthausen es, pues, en realidad, la historia de uno de los presos allí confinados. No encontraremos aquí más datos historiográficos que los estrictamente necesarios para ubicar al lector; no se mencionan antecedentes, devenires, conclusiones, cifras -nunca unas frías cifras fueron más aterradoras que las de las víctimas de los campos de concentración-; no se nos recuerdan los nombres de la jerarquía de perpetradores, ni lo que fue de ellos… La única pincelada de historia es un breve recordatorio de la Guerra Civil española -puesto que el protagonista participó en ella-, de la suerte que muchos republicanos españoles corrieron en los campos de refugiados de Francia, y de la época posbélica, también centrada en el destino de muchos españoles que se quedaron en Francia, así como algunos apuntes -siempre pasados por el potente tamiz de la experiencia subjetiva- sobre el régimen franquista y su destino. Se supone que el lector conoce lo bastante sobre la Europa de la época -no hace falta tener un conocimiento exhaustivo- para situar la historia en su contexto.
El preso en cuestión es Alfonso Maeso, nacido en una familia de bastante buena posición caída en desgracia a raíz del ascenso del franquismo. Es a él a quien Ignacio Mata, su nieto, da voz en estas páginas, relatándonos su periplo en primera persona y, según cuenta el propio Mata, con el visto bueno del protagonista, justo antes de fallecer. Es gracias a él como podemos asomarnos a una parte poco conocida de la poliédrica historia de historias que es la negra etapa del régimen nazi: la de los españoles que permanecieron confinados en campos de exterminio nazis. Se nos cuenta el ingreso de Maeso en el campo austríaco de Mauthausen, un sucinto pero rico relato de sus cinco años allí, y la vida que llevó posteriormente.
La parte más potente y a la que alude el título del libro, y aquella que seguramente más interesará al lector, es la que resume la prisión en Mauthausen, sus condiciones de vida inhumanas, estampas de la gente que allí conoció o de brutalidades, torturas y asesinatos que presenció y que jamás pudo olvidar y cómo pudo sobrevivir al cautiverio, a los trabajos forzados, a las condiciones climatológicas adversas, a la falta de alimento y a la indignidad, así como a la violencia de vivir en una tensión insoportable, sabiendo que su vida dependía del capricho de sus custodios. Es esta parte del libro la que condensa más emoción, la que atesora las descripciones más logradas, las escenas más terribles. Estos fragmentos en particular, pese a parecernos ya vistos en cientos de películas y libros, tanto de historia como de ficción basada en hechos reales, se deben seguir contando y se deben seguir exponiendo a gente de todas las edades, toda vez que son precisamente las historias individuales las que hacen que la historia general se adhiera a nuestra memoria y a nuestras tripas y adquiera una textura más real, más cercana y más indeleble. Por eso sigue siendo pertinente y necesario recordar las historias personales de los supervivientes y de los que fueron muertos sin llegar a gozar otra vez de libertad; sigue siendo necesario contar las vidas y luchas de personas con nombres y apellidos. No eran “las víctimas del nazismo”, ni siquiera “los judíos”, “los rusos”, “los contrarios al régimen nazi”, “los presos políticos”, “los republicanos”, sino hombres, mujeres y niños con nombre y apellido. Es ésa la fuerza que tiene, por ejemplo, el diario de Anna Frank. La historia que cuenta Anna Frank, así como la que cuenta Alfonso Maeso de boca y mano de su nieto, no es exhaustiva, no ofrece todo tipo de detalles sobre el qué, el cómo y el por qué, pero tiene el poder indiscutible del Yo: Yo estuve allí, yo lo viví. Porque, si les pasó a ellos, ¿por qué no a nosotros, que somos como ellos?
Otro aspecto positivo de Mauthausen es la admirable fe en la humanidad que a través de la narración nos traslada Alfonso Maeso. A pesar de todo, se declara creyente en la bondad humana o, mejor dicho, valedor de la bondad humana, porque él la vio y la vivió. De hecho, si sobrevivió, ello se debió, en parte, según su testimonio, a que la buena suerte lo acompañó siempre, pero también a los actos de nobleza, generosidad y humanidad de los que fue beneficiario, tanto por parte de otros presos como de algunos mandos intermedios. Ello contrasta con la pérdida de fe en la humanidad que sufrieron otros supervivientes, como Siegfried Meir, el famoso niño judío hecho pasar por español por uno de los más conocidos reclusos de Mauthausen, el futbolista Saturnino Navazo, en un lance que halla eco también en este libro. Meir, en una entrevista reciente, declaraba sentirse incapaz de creer en la raza humana. Pues bien, justo el contrario es el caso de Maeso. Y si alguien que sufrió en carne propia la represión nazi se declara devoto de la humanidad, la mayoría de la gente no tiene motivos para no compartir ese hermoso sentimiento.
Así pues, Mauthausen es un libro sencillo, fácil de leer en cuanto a estilo y lenguaje, con escenas duras, como no podía ser de otro modo, pero cuya ausencia restaría veracidad y sinceridad al mensaje.
Sólo tengo un pero que ponerle, pero es uno que considero lo bastante importante para mencionarlo aquí, y es la identificación, a mi modo de ver poco afortunada, que hace el autor del libro entre “lo que significan” las páginas del libro y el periodista Jordi Évole, quien prologa el libro y es, además, compañero del autor en Atresmedia. Sea cual sea la ideología política y las simpatías de cada cual, no parece aventurado afirmar que es muy forzado y hace flaco favor al significado de esas páginas atribuirle a Évole un papel tan elevado y un simbolismo moral tan universal.
No. La historia de las víctimas del nazismo no pertenece a periodistas, medios, siglas políticas, ideologías, partidos ni gobiernos de ningún tipo. No pertenece a movimientos sociales, plataformas, banderas ni intereses mundanos que separen, clasifiquen, categoricen y dividan a las personas. La historia de esas víctimas pertenece a la humanidad, a los hombres y mujeres de bien, que, por serlo, lo son por encima de sus diferencias de pensamiento y de adscripciones políticas, religiosas, ideológicas, nacionales, de credo o de raza, de nivel social o cultural. Pretender otra cosa es traicionar su legado y revela no haber aprendido la lección de aquella historia.