Me deseó felices sueños, de Massimo Gramellini
Somos hijos. Desde el primer momento en el que venimos al mundo, nos une un cordón invisible, mitad sangre mitad cariño, a una persona importante en nuestras vidas: nuestra madre. Ella nos mira, nos acoge entre sus brazos y, después, según pasan los años y las arrugas del tiempo se van acentuando, nos enseña lo que es la vida, nos anima a conseguir nuestros sueños, y en un nuevo juego del tiempo, debemos despedirnos de ellas, saber decirles adiós de la misma forma que ella nos dio la bienvenida. Pero a veces, en un mundo donde no todos son alegres finales, la vida nos la quita de un plumazo, sin tiempo para poder cerrar los ojos y recordar bien su figura, su cara, sus lágrimas derramadas por nosotros. Eso es “Me deseó felices sueños”: una lágrima que había permanecido estancada, pero que ha podido, por fin, recorrer nuestra mejilla.
Massimo Gramellini siguió con su vida después de la desaparición de su madre. Pero al mismo tiempo que no ha podido avanzar, se hace preguntas que no tienen respuesta. Será entonces, en un momento de su vida, cuando descubre un secreto sobre su madre, que le habían guardado desde que era un niño, gracias al cual puede empezar a crecer y convertirse en adulto.
No todos los días uno recibe en su casa, como regalo por parte de la editorial Destino, unas galeradas de una nueva novela. Y, como sucede a veces con las cosas que no esperas, te encuentras sentado en un sofá, acompañado con una taza de café y un cigarrillo que está a punto de consumirse, obsesionado con la historia que tienes entre manos. Porque todos somos hijos, eso ya lo dije antes,pero lo que no dije es lo siguiente: todos necesitamos el amor de una madre que nos pueda coger cuando nos levantemos; necesitamos esa mirada por las noches, a la hora de apagar la luz, que nos dice que no hay que tener miedo, que en la oscuridad no habitan monstruos, solamente nuestra imaginación; deseamos encontrar esos pequeños detalles que nos acercan más a nuestra madre: un olor característico cuando nos vestimos y ella ha lavado la ropa con un detergente nuevo; un sabor, aquel que tienen los flanes recién salidos del horno; el tacto de un abrazo de reencuentro, después de un largo viaje; y una mirada, la misma que podemos encontrar en el momento de un regalo, cuando el papel se desgarra y aparece la sorpresa. Por eso, como hijo, lo que nos cuenta Massimo Gramellini en esta novela es un sentimiento puro, entrañable, doloroso, de todos aquellos momentos en los que imaginamos qué pasaría si nuestra madre no estuviera. “Me deseó felices sueños” es un himno, un recuerdo de la ausencia, pero también es valentía, un grito alentador para seguir adelante, para no perderse nunca por los rincones de la memoria que nos puede destruir. Porque ahí radica el poder de las historias en las que nos reconocemos, en las que somos capaces de abrazar, de discutir, de sentir, a personajes que han formado parte de nosotros, y que aparecen, de una forma u otra, retratados en las páginas de un libro.
Recuerdo cuando mi madre me deseaba felices sueños, cuando pulsaba el interruptor y me despedía con un “hasta mañana, cariño”. Y se hace duro pensar que, algún niño, en algún punto de este planeta, no pueda disfrutar de esos pequeños placeres, de esa seguridad, de ese salto sin red que es ser parte de una persona, haber crecido y haber sido amado por una madre que, sin saber por qué, sabía lo que hacíamos en cada momento. Massimo Gramellini ha conseguido hablar de una ausencia, sí, sacarla a la luz, pero también ha conseguido hacer más presente la figura de las madres, de aquellas que dan su vida por el bien de todos, de aquellas que nos abrazan sin pedir nada a cambio, o pidiendo todo y nosotros no podamos negárselo. Es un viaje a la intimidad, a los miedos de la infancia y a crecer, a no saber cuál es tu camino hasta que, en un momento del viaje, de ese viaje interior que todos llevamos dentro, un pequeño resorte salta y te anima a seguir. Es una frase, un “Me deseó felices sueños” al que aferrarse cuando las sábanas hacen acto de presencia, y la luz va desapareciendo por la ventana.
Porque, ¿si una madre vive para nosotros, acaso nosotros no viviremos para ellas, durante mucho tiempo?