Saber que Elsa Veiga iba a publicar esta novela fue una de mis más recientes alegrías como lectora y admiradora de esta increíble mujer. A Elsa la conocí por su poemario Manejamos la pena (Torremozas, 2016) y desde que leí sus versos supe que conectaba con ella, que su forma de ver y estar en este mundo encajaban conmigo. Esas conexiones lector-escritor que se dan de vez en cuando, sabéis de lo que hablo, ¿verdad?
Elsa Veiga, Licenciada en Filología Hispánica, es redactora y crítica literaria. En los últimos años se ha dedicado a la comunicación, la edición y corrección de textos para varias editoriales y, además, también narra audiolibros (es un lujazo oírla leer, os lo aseguro). Con el relato El verano de Tom Sawyer fue finalista en 2015 en el XXVII Premio Ana María Matute de Narrativa de Mujeres de Ediciones Torremozas. En 2016 publicó en Torremozas el poemario del que os hablaba antes.
Ha sido toda una sorpresa para mí que esta nueva publicación de Elsa haya sido Me desperté con dos inviernos a los lados. Supongo que es porque esperaba, quizás, que esta nueva publicación fuese otro poemario. Pero si hay algo que me gusta son los poetas que escriben novelas (y viceversa). Me gusta porque siempre hay algo de esa voz lírica en la prosa y reconocer esos dejes poéticos en una novela es algo que suele dar resultados tan buenos como el libro del que hoy os hablo.
Reconozco que iba a leer este libro de Elsa Veiga sí o sí, pero ese maravilloso título, Me desperté con dos inviernos a los lados y la preciosa edición de Tres Hermanas con esa portada tan evocadora, hicieron que todavía tuviera más ganas de adentrarme en esta historia.
Es una lectura dura, no voy a engañaros. Me desperté con dos inviernos a los lados aborda un tema que, por desgracia, siempre está de actualidad: la violencia de género. A través de Cara, la protagonista, conocemos la historia de tres generaciones de mujeres que han sufrido tanto la violencia física como la violencia psicológica por parte de sus maridos. Dividida en cuatro partes que se conectan entre sí, estas historias se desarrollan en los años 1938, 1970 y 2005 y, como os decía, las historias de opresión y violencia están interrelacionadas. Hay otro nexo común entre todas ellas: un objeto; un llamador de ángeles, que pasa de generación en generación y que se supone sirve como talismán para proteger a quienes lo llevan.
Acompañar a Cara como espectadora del maltrato que su padre inflige a su madre Carmen y ver las secuelas que este deja en su madre, su hermano y en ella no es fácil. Es inevitable sentir impotencia y rabia al leer algunos de los fragmentos de esta novela y salir indemne. La prosa de Elsa es ágil, te cautiva y te atrapa, por mucho que duela esta historia, por mucho que cueste a veces imaginar lo que estamos leyendo. Pero así debe ser. La violencia de género causa dolor, incomoda y nos remueve, pero no podemos ignorarla. Hay que tener los ojos bien abiertos, al igual que al leer este libro. Yo, que conozco a Elsa como poeta, he descubierto con este libro que no le hace falta la poesía para desnudarse. Con esta novela la autora corrobora lo que os decía hace unas líneas de que los poetas que escriben novelas saben mejor que muchos prosistas aquello de dejarse la piel en lo que escriben. Y eso que Elsa ya sabía cómo moverse en ambos géneros, pero creo que este libro es la confirmación de que Elsa es una mujer todoterreno que todo lo que hace, lo hace bien, rotundo y hermoso.