Mecánica terrestre

Reseña del libro “Mecánica terrestre”, de Emma Prieto

Si les dijera que un relato sobre una persona en cuyo ojo vive una hormiga es decididamente realista, a lo mejor me tomaban por loco, pero aun así asumiré el riego porque me parece un calificativo apropiado para estos cuentos, realistas en tanto que sus dosis de fantasía explican la realidad, la que importa. Puede que la hormiga describa mejor las emociones y sentimientos de su anfitriona que páginas y páginas de otro tipo de textos. Decir que los relatos de Mecánica terrestre me gustan es una obviedad, de lo contrario no estaría reseñándolos, tal vez lo relevante sea el porqué de esa afirmación y diría que si me gustan no es porque Emma Prieto tenga un talento contrastado para desarrollar brillantemente una trama, que lo tiene, sino porque siendo así elige situaciones originales para desarrollar y se aproxima a ellas con personalidad, con frescura y de una forma que sorprende sin necesidad de efectismos ni trucos. O por simplificar: emocionan.

Y si Mecánica terrestre, comienza con «Dentro del ojo, del mío, vive una hormiga…», que es el inicio de un cuento titulado «El síndrome de Estocolmo», continúa con un relato titulado «Movilidad laboral», que empieza «A la vuelta de vacaciones (nos correspondieron doce días y seis horas con exactitud kantiana) el jefe anunció novedades», uno espera un relato sobre la precariedad laboral, que lo es, pero no imagina lo que viene después. A veces el escenario lo cambia todo. 

Nos encontramos con más sorpresas, a veces la brillantez del planteamiento consiste en tratar como un objeto aquello que no lo es («…con la facilidad con la que suelo extraviar llaves, paraguas u ¡horror de los horrores! El libro que estoy leyendo, perdí una noche el sueño.»), algo que ocurre también con la culpa, que se vuelve corpórea en una relato, o la normalidad, que guardan en la nevera en otro, otras por utilizar una trama aparentemente atractiva para entender más a la narradora que a la propia trama, o muelas que se suicidan, por poner algún ejemplo y ya me están entrando sudores fríos porque temo estar contando más de la cuenta.

Son cuentos magníficos, muchos de ellos son historias pequeñas llenas de detalles grandes, tienen motivos para reflexionar, referencias y sobre todo son cuentos en los que uno puede encontrar todo lo que uno espera del género pero de una manera diferente de la que espera. Me resulta especialmente gratificante poder decir estas cosas de Mecánica terrestre porque tuve el placer de reseñar hace bastante tiempo otro libro de la autora, «Escamas en la piel» y, releyendo lo que dije en aquella ocasión, me doy cuenta de que en cierta manera estoy diciendo ahora cosas parecidas, que podría resumir en una frase de aquella otra reseña: «me gusta como escribe Emma Prieto, pero me gusta aún más como mira» y me gusta no porque me permita reafirmarme o pensar que acerté en mi valoración, sino porque puedo permitirme aventurar que lo de Emma Prieto no se trata de un momento de especial inspiración o de suerte sino que se confirma que su mirada es un valor literario seguro, una voz en la que se puede confiar. 

Se trata de veinte cuentos (cuentos, relatos o lo que sean, como dice el último de ellos en el que me detendré ahora) que tienen todos y cada uno de ellos la extensión justa y necesaria, porque hablamos de cuentos, que si ningún género se debe valorar al peso, este menos que ninguno, y resultan tan atrayentes que es necesario una gran fuerza de voluntad para no leerlos del tirón, si es que uno no quiere hacerlo. Pero les he dicho que me detendría en el último, y lo quiero hacer porque si bien todos ellos (este incluido) serán un verdadero placer para todos los aficionados al cuento, este último, el vigésimo, lo será muy especialmente para todos aquellos que en alguna ocasión se hayan lanzado a escribirlos. Resulta extraordinariamente gratificante encontrar por escrito tantas cosas que uno ha pensado muchas veces, que le han pasado, que ha oído, en fin, que forman parte de su experiencia y comprueba que conforman también la de otros. Y está muy bien que le pongan palabras a tus propias reflexiones, y si además se las ponen mejor de lo que tú serías capaz, pues mucho mejor aun. Leería y releería todos los cuentos de Mecánica terrestre pero de «cuentos, relatos, o lo que sean», no sé cómo decirlo… me haría una camiseta o cualquier cosa que sirviera para dar difusión a una de las más brillantes y divertidas reivindicaciones de un género que me encanta y que fue el que me aficionó a escribir, aunque lo tenga abandonado. Afortunadamente Emma Prieto y muchos otros autores continúan practicándolo y pelean por mantenerlo en el lugar que merece, porque es un género muy grande.

Andrés Barrero
contacto@andresbarrero.es
@abarreror

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