Esto no es una reseña, es más bien un experimento. Siempre he sido muy escéptico en lo relativo a la meditación, ya que soy un tipo muy terrenal y me cuesta creer en todo aquello que no puedo controlar completamente. Pero después de haber escuchado en varias ocasiones a amigos y conocidos hablar sobre las virtudes de esta práctica, me decidí a intentarlo; por otro lado, también soy de los que piensa que criticar algo sin conocerlo es de auténticos cuñados. Y así llegó a mis manos Meditar en 3 minutos, un libro que me atrajo precisamente por su propuesta de dedicar un tiempo tan escaso al día para adentrarse en el mindfulness o meditación de plena consciencia.
Los cuarenta ejercicios que contiene este libro parten desde lo más sencillo, al menos en apariencia. Así, lo primero a lo que se nos invita es a intentar concentrarnos completamente en la respiración y a tratar de no pensar en ninguna otra cosa. Suena fácil, pero intentadlo. Estoy seguro de que, salvo que tengáis algo de experiencia, al poco rato de cerrar los ojos os empezarán a venir pensamientos tan transcendentales como el título del documento que tienes que entregar mañana a primera hora o si deberían hacer una nueva categoría de bebida para referirse a la Cruzcampo. Por suerte, la concentración es algo en lo que se va mejorando poco a poco, ya que la mayor parte de las prácticas recomendadas por el autor, Christophe André, comienzan a partir de esta práctica: fijar nuestra atención en la respiración para, poco a poco, ir tomando consciencia de lo que estamos haciendo.
Con esta lectura he eliminado muchos de los prejuicios que tenía en torno al mundo del mindfulness; el principal y el que más me tiraba para atrás es el relativo a todo el protocolo/postureo que creía inherente a esta práctica. Bien es cierto que el autor recomienda mantener una postura concreta para realizar muchos de los ejercicios, pero su fin último (al menos, eso es lo que he acabado deduciendo) es que incorporemos esta práctica a nuestro día a día: a la hora de comer, en una quedada con amigos, antes de tomar una decisión complicada en el trabajo… Y es cierto que ese esfuerzo en concentrarse, en dejar a un lado lo que nos pide el cuerpo en favor de conseguir una respuesta más reflexionada y trabajada, es costoso, pero, en frío, cualquiera sabe lo ventajosa que puede llegar a ser esta forma de encarar los problemas.
Unido a ello, otros aspectos que me ha gustado especialmente han sido los valores que el autor trata de inculcar como parte del aprendizaje. Así, se nos anima a recuperar el contacto con la naturaleza, a prestar más atención a las personas que nos rodean y menos a los aparatos electrónicos, a centrarnos en los buenos pensamientos, a prestar más importancia al momento presente… En este sentido, esta lectura tiene bastante de autoayuda, pero de la de verdad: en lugar de basarse en mensajes vacíos se nos invita a probar a cambiar nuestra actitud en situaciones habituales y a ver si el resultado nos convence. Y con pasos tan pequeños como dejar el móvil a una distancia prudencial cuando vas a comer acompañado, uno percibe claramente cómo mejora el ambiente.
No sé cuánto tiempo continuaré dedicando una pequeña parte de mi tiempo a practicar ejercicios de meditación, ya que la constancia no ha sido nunca una de mis virtudes. De lo que sí que estoy seguro es que gracias a esta lectura he descubierto una práctica útil, relajante y que anima a prestar la mayor atención posible a lo que pasa delante de nuestros ojos. Algo tan lógico como difícil de cumplir. Y si no me creéis, haced la prueba.
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