Memento mori

Reseña del libro “Memento mori”, de Álex Oviedo

Memento mori

Es curioso lo que me pasa con los cuentos: es un género que me fascina, que he consumido muy frecuentemente en el pasado y con el que de hecho me siento muy identificado como lector y como escritor, y sin embargo de unos años a esta parte lo frecuento muy poco. No termino de entender la razón, me pregunto si la propia idea de un cuentista que no lee ni escribe cuentos no es en sí misma el germen de un cuento. Sin embargo de vez en cuando se cruza en mi vida una colección de relatos y la disfruto como cuando me enamoré del género, revivo todo lo maravilloso que me ha aportado y me deslumbro ante cada uno de los cuentos. Además de disfrutar de ellos me siento agradecido, y esto es lo que me ha pasado con Memento mori, que no sólo me ha gustado mucho sino que comparezco en esta reseña para agradecerle que me haya traído de vuelta la magia de los cuentos, su contundencia, su esencia. Y tengo el convencimiento de que si a ustedes no les ocurre lo mismo que a mí y tienen la suerte de dedicarle al cuento el tiempo y el esfuerzo que merece, lo disfrutarán aun más.

Estos cuento de Álex Oviedo tienen todos ellos alguna relación con la muerte, mal que bien se podía intuir por el título, pero cada uno de ellos se relaciona con ella de una forma diferente. A mi me han gustado más aquellos que constituyen una reflexión elegante sobre la misma que los que la utilizan como recurso sorprendente o como desenlace contundente, pero en todos los casos queda ese buen sabor de boca tan apreciado por el degustado de cuentos.

Tienen muchos, además, el don de conectarle a uno con sus propios recuerdos o con sus propias vivencias. Recuerdo que hace mucho tiempo vi en un catálogo de una importante exposición de fotos antiguas una serie de ellas que tenían en común que siendo fotos familiares, de grupo, estaban protagonizados por un muerto, concretamente por un niño muerto, y explicaba el texto que las acompañaba que aunque era una tradición en franca decadencia, estuvo bastante extendida en nuestro país. Aquello me resultó bastante impactante, ver a familias que se engalanaban para fotografiarse con su hijo muerto además de sorprendente me pareció que tenía un importante potencial literario. Y resulta que muchos años después me encuentro con un relato que habla de esa tradición, de hecho es el cuento que presta su título al libro, Memento mori, y de alguna manera me siento especialmente conectado a él, como estoy seguro que a muchos lectores les pasará con algún otro de los muchos buenos cuentos recogidos en el libro.

Y uno no puede evitar encariñarse de algunos personajes, especialmente de Amelia Cantalapiedra, una gran pianista ya mayor que convierte sus últimos días en una de esas experiencias que convierten tanto la literatura en vida como la vida en literatura. Pero claro, es difícil no encariñarse de alguien con la piel traslúcida, tersa como una página en blanco que el tiempo se había empeñado en escribir de arrugas. De arrugas y de muchas otras cosas, pero esas arrugas en su caso constituyen un hermoso mapa vital.

También me ha fascinado la sensibilidad del autor hacia la soledad, que trata en más de un cuento pero que me ha resultado especialmente emocionante en el cuento titulado Quedarse en casa, porque se establece un contraste entre quienes inician un proyecto de vida y quienes lo acaban en soledad que funciona verdaderamente bien. 

En fin, no tengo por costumbre desvelar demasiado sobre lo que leo, mi objetivo no es estropearles la lectura sino transmitirle las sensaciones que los libros me provocan y en este caso es fácil, he disfrutado de Memento mori como un joven que descubre la literatura, la que considera suya, escrita para él, y es obligado devolverle el favor recomendándolo fervientemente.


Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

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