Aviso a navegantes, y nunca mejor dicho: no es este un libro para todo el mundo. Pero espera, ¿cuál lo es? No, ahora en serio, no es este un libro que crea que puedo recomendar a cierto grueso de gente. ¿Por qué? Pongamos todas las cartas sobre la mesa: cerca de 500 páginas, tapa dura con sobrecubierta, formato grande y letra más bien pequeña (aunque fácil de leer; no es una queja) y algo así como una biografía de Colón, y no de Cristóbal sino de su hijo (y no el hijo que tuvo en matrimonio… pero sí el mejor hijo; o por lo menos para mí). ¿Qué puede tener todo esto de interesante? Pues mucho, la verdad es que mucho. Yo lo he pasado genial leyendo este libro y creo sinceramente que tú, si estás leyendo esto, puedes pasarlo igual de bien, o mejor. Estoy hablando de Memorial de los libros naufragados, de Edward Wilson-Lee, en traducción de María Dolores Ábalos y publicado por Ariel. Un poco más adelante hablaré del porqué de este título. Ahí está la clave.
Situémonos en la España de los Reyes Católicos: el final de la Reconquista está cerca y España necesita algo que la aúpe como máxima potencia europea, que le proporcione fondos tras haber expulsado a los árabes de la Península y territorios (no soy un gran historiador, así que por favor no busquéis en esta reseña ningún tipo de dato histórico del que fiaros. Por suerte, en el libro sí: todos). Ese algo que España busca aparece condensado en el nombre de Cristóbal Colón, una figura con un pasado bastante borroso, que no se sabe del todo bien de dónde procede pero que tiene la confianza ciega en un proyecto: llegar a las Indias por donde “nadie” ha ido. Supongo que entenderéis que ponga esas comillas. Al fin y al cabo, Colón fue algo así como un loco inteligentísimo (creo que los que más lo son más lo están) que supo buscar y encontrar a la perfección dónde y en quién basarse para hacer oficial algo que muchos otros ya habían hecho.
Esa figura, como digo, es Cristóbal Colón, y en uno de sus viajes tiene un hijo con Beatriz Enríquez, que no es su mujer. Este hijo se llamará Hernando y es quien nos importa realmente en esta historia. Hernando vivirá de cerca los viajes de su padre (quien, por cierto, lo acepta como hijo legítimo), llegando incluso a viajar con él en uno de ellos. Desde el primer momento para Hernando su padre será algo así como un dios, un héroe por el que es capaz de camuflar la realidad y tergiversarla para hacernos creer algo diferente a lo que seguro sucedió. La megalomanía del padre heredada por su segundo hijo (el primero fue Diego, un buen “pichabrava”, y este sí en matrimonio). Hereda su megalomanía pero no hacia sí mismo, sino igualmente hacia la figura del padre.
Este Hernando será desde el principio un amante de las letras, y es ahí donde empieza lo bueno de este libro. Porque Hernando Colón, como dice el subtítulo de la obra, fue el artífice de «la búsqueda de una biblioteca universal». Desde bien pequeño, Hernando sintió interés por los libros, fuesen literatura entendida como tal o no. Y de ese interés, que llegó a ser obsesión, nació su afán por crear lo que para él debía ser La Biblioteca: el lugar de referencia para todo aquel interesado en el conocimiento humano o, como se puede leer en el libro: «un sitio en el que todos los escritos pudieran mantenerse a salvo para siempre». Una especie de enciclopedia del mundo encajado todo en una misma biblioteca, la suya. Y no penséis solo en libros mayúsculos o de esa importancia que todos podemos tener en mente como primordial; no, en la suya se contemplaba de todo: desde clásicos hasta panfletos.
Hernando se fue de bien pequeño a las Indias con la compañía de su padre, lo vio caer, vio cómo se amotinaban ante él, lo vio dudar y luchar y enfermar. Siempre estuvo a su lado, aunque luego viera que incluso en España se dudaba de lo que su padre había conseguido, aunque luego viera a su padre llegar a España encadenado, aunque luego viera morir a su padre siendo poco más que un loco. Pero todo ello sirvió para que Hernando crease en su propia mente la figura de lo que para él había sido su padre, y escribió una biografía de él con el objetivo de defenderlo de todas las acusaciones que se cernían sobre alguien que ya no podía defenderse y que tenía en su hijo fuera del matrimonio su único escudero. Dice Edward Wilson-Lee que esta fue la primera biografía moderna de la historia.
Solo con estas tramas y con la defensa que Hernando hizo de su padre la verdad es que el libro ya merece la pena, pero es que además se recorrió lo mejorcito de la Europa de la época con la corte itinerante de Carlos I, compró miles y miles de libros (de los que ya pocos quedan, y mal), y, lo más fascinante de todo, creó sistemas de ordenación y categorización que ahora podrían ser la base de nuestras bibliotecas modernas. Creó cosas tan fantásticas como lo que ahora llamaríamos una base de datos de todos los pueblos de España (con enviados especiales a cada territorio del país que investigaban y escribían sobre los pueblos, sus gentes, sus costumbres, etc.), ideó también un sistema que siguiera abasteciendo su biblioteca aun después de muerto con lo que él llamó «cazadores de libros» y que no eran más que personas contratadas que debían seguir cerca de las tendencias del momento, comprar los libros que las trataran e introducirlas en esta Biblioteca Hernandina; creó incluso un catálogo en el que contemplar todos los libros que había ido perdiendo en alta mar (¿cómo llamó a esto? Solo hace falta mirar la foto de cubierta). Hizo algo tan fácil como empezar a colocar los libros en vertical dentro de una biblioteca y algo tan difícil como pensar en algún tipo de sistema que diera a cada persona el libro o la información que necesitaba. Podríamos decir que ideó Internet, pero es que no se limitó a ello, porque, como bien se trata en el libro, Internet te ayuda a encontrar lo que buscas, y Hernando, aparte de eso, quería darte lo que todavía no estabas buscando. Estas son algunas de las cosas que encontrarás en este libro. Pero hay tantas más.
Decía antes que solo con eso, este Memorial de los libros naufragados ya merecía su compra, pero también podría decir que solo por esta parte de tantas reflexiones consigo mismo sobre cómo organizar una biblioteca universal (qué reglas, medidas y leyes imponer sobre ella, qué hacer con ella en el futuro, qué poner en ella), solo con esto, también. Pues sumad las dos cosas y tendréis un libro genial. Es que eso es lo que es: un libro genial.
1 comentario en «Memorial de los libros naufragados, de Edward Wilson-Lee»