La primera vez que participé en un concurso literario tenía trece años. Fue en el instituto. Mi relato trataba sobre un niño de pueblo, muy travieso y rebelde, con muchas ganas de imponer sus ideas y hacerse notar. Por eso, cuando empecé a leer el libro que hoy os traigo, me vino a la mente aquella historia que escribí hace tanto tiempo. Una historia basada en la infancia de mi padre y que me ha recordado en algunos aspectos a Memorias de un niño campesino, de Xosé Neira Vilas.
Pero antes de meternos de lleno en la novela, quiero contaros algo. Cuando empecé a formar parte de este blog, uno de los libros que más me llamaron la atención fue precisamente este, pero al final lo dejé pasar. Sin embargo, por circunstancias de la vida, meses después llegó a mis manos. Está claro que el destino quería que lo leyese. Y no me extraña, porque es una pequeña maravilla de la literatura.
Este libro, primero de una trilogía, es uno de los textos clásicos más leídos de la literatura infantil-juvenil gallega. En él conocemos a Balbino, el protagonista. Un niño que nos cuenta, a modo de diario estructurado en 16 relatos, su día a día en la Galicia rural. En su vida se entremezclan la alegría, la esperanza y la solidaridad, junto con el dolor, la desesperación y la frustración. Es un incomprendido en un mundo de locos. Y por si fuera poco, su amigo Lelo emigra. Así que lo único que Balbino puede hacer es escribirle cartas.
¿Qué os puedo decir de Balbino? Pues que a mí me ha enternecido. El pobre es víctima de costumbres que no entiende, de palizas que no merece y de obligaciones que no le corresponden. Él es solo un niño, pero los adultos no respetan su infancia ni sus inquietudes, y poco a poco van destruyendo su alma.
Así que no he podido evitar sentir tristeza, rabia e impotencia. Tristeza por un niño que descubre antes de tiempo lo efímera que es la vida, lo repentina que es la muerte, y lo rápido que pasa el tiempo. Rabia por las injusticias que sufre, por la diferencia de clases. E impotencia por encontrarme fuera del libro, décadas después de lo acontecido, y no poder ayudarle.
Sí, ayudarle a escapar de las garras de todos los que quieren que Balbino acate órdenes sin más, que no replique, que se aguante. Pero él es un soñador, tiene dudas, desea saber más. No está dispuesto a callarse ni a conformarse. Y para más inri, conoce al Hereje, un hombre molesto para el resto del pueblo porque dice las verdades y no se corta.
Mi padre también conoció a alguien así, solo que a este le apodaban el Loco. Por lo que me ha contado, ese hombre era mejor persona que otros que presumían de ser un ejemplo en todo. Además, muchas veces, ese tipo de gente políticamente incorrecta para los que se creen superiores a los demás, nos hace sentir bien y permite que podamos expresarnos sin miedo ni prejuicios. Porque en compañía de esas personas podemos ser nosotros mismos.
Por otro lado, me ha resultado inevitable comparar a los niños de este siglo XXI con aquellos como Balbino. El problema es que están tan alejados unos de otros que jamás se encontrarán. Por eso considero que es esencial la lectura de esta novela en nuestros días, entre los jóvenes, para que comprendan que ahora se tiene demasiado y antes no se tenía nada.
De esta forma, nuestros niños podrán trabajar la empatía y serán capaces de ver más allá de los videojuegos y de las redes sociales que tanto nos invaden en la actualidad.
Por último, quiero destacar el trabajo de Xosé Cobas. Sus ilustraciones son precisas, haciendo hincapié en el detalle sobre un fondo difuminado. Un detalle marcado, rebosante de color, diferenciándose del apagado sepia. Exactamente como nuestro protagonista, que es esa aguja perdida en un pajar deseando que la encuentren. Una cabeza llena de preguntas en medio de un rebaño de ovejas.
Balbino es el reflejo de un mundo injusto, de una sociedad que no te presta atención ni te valora. Balbino es el resultado de una época. Y como él, muchos niños. Por ese motivo, Memorias de un niño campesino, de Xosé Neira Vilas, es un libro que debemos tener presente para que llegue a todas las casas, a todos los rincones y, en particular, a nuestros corazones.