Mestizos, de Stephen Graham Jones

mestizosCasi empiezo el año con Plata pura, una muy muy recomendable, acojonantemente visual, espeluznante, absorbente y estremecedora novela de hombres lobo de Nuria C. Botey, y casi lo acabo con esta otra del mismo género, si es que a los libros de hombres lobo se les puede asignar un género propio. Y sin embargo, pese a compartir el mismo tipo de protagonista, hay que ver lo tremendamente diferentes que ambas novelas son.

Porque Mestizos rompe absolutamente todo lo que conocemos sobre estas criaturas y las aborda desde un plano más rutinario, triste, cotidiano y, aunque suene contradictorio, incluso más humano. Podría decirse que se trata de una metáfora de la pobreza o de la inmigración, ya que la familia a la que vamos a seguir el rastro (desde los ojos del más joven, el cual adopta los roles de periodista, autoestopista, mecánico… para saciar su curiosidad), se pasa la vida yendo de un lado a otro con lo puesto, encadenando trabajos de mierda, esquivando la ley y haciendo malabarismos para poder sobrevivir o malvivir. Se largan con lo puesto, decía, y a veces, según las circunstancias de la huida, ni eso. El único patrimonio que les queda son las historias, los recuerdos y anécdotas que van a contar al miembro más joven para cuando le toque a él “convertirse”, si es que llega a hacerlo.

“Cuando queremos, cuando de verdad nos empeñamos, podemos parecer más malos que el pecado. Podemos dar lugar a treinta siglos de leyendas.”

Y básicamente de eso trata el libro. No es una historia lineal y cronológica, sino que va dando saltos en el tiempo y somos cómplices de un chaval que nos cuenta lo que le sucede mientras vive con su tío y su tía; que sueña con llegar a los dieciséis pues esa es la edad en la que un hombre lobo o se transforma por primera vez… o ya no se transformará nunca.

“Resulta sencillo ver de dónde salen las leyendas.

Son monstruos, sin duda. Pero, al mismo tiempo, uno se compadece de ellos. No pueden evitar ser cómo son. Y no es culpa de ellos.”

 

Mestizos enfoca la leyenda del hombre lobo desde un ángulo totalmente distinto a lo que estamos acostumbrados. Nos informa de los constantes peligros a los que los licántropos están sometidos (¿o es que alguna vez os habéis planteado lo que le sucede al hombre cuando el lobo que tiene alguna/s garrapata/s incrustada/s vuelve a ser hombre?), se ríen de las películas que protagonizan y aleccionan sobre el valor de lo más importante: la camada, la familia… Por supuesto, como todo libro de la ya especializada editorial La biblioteca de Carfax, tiene momentos de terror, y alguno gore (y sí, también algún toque de humor), pero no es un libro especialmente terrorífico, sino más bien de búsqueda de comprensión de unas criaturas que son así y no pueden ser de otra forma. Yo lo veo más como un complemento, como el otro lado de la moneda de las historias de terror tradicionales. No es una guía para el pequeño hombre lobo pero sí se parece más a un diario con las aventuras y desventuras de un hombre lobo adolescente.

“Los coches y las autopistas no representan el único peligro para nosotros, en cualquier caso. El mundo actual está diseñado a medida para matar hombres lobo.

Las patatas fritas, por ejemplo.”

 

Así pues, este libro es algo insólito en lo tocante a las historias de hombres (y mujeres) lobo. Un libro narrado de una forma que, dada la cantidad de minuciosos detalles, de situaciones vividas narradas y de aspectos en los que nunca te has parado a pensar pero que sin duda si fueras uno de ellos tendrías que saber, te hacen a veces preguntarte si el autor no será, o tal vez conocerá, a un hombre lobo o, en su defecto, a un lobo hombre.

La cuidada edición y la portada (pensaréis que es peloteo, pero, como siempre, me la suda) es de puro lujo como viene siendo norma en una editorial que poco a poco va haciéndose dueña de una de las baldas de mi estantería.

Un libro muy muy recomendable y desde luego, enormemente original y adictivo, ideal para leer a la luz de la luna.

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