Mi año de descanso y relajación, de Ottessa Moshfegh

Mi año de descanso y relajación

Me he prometido a mí mismo nunca olvidar este nombre: Ottessa Moshfegh. Lo he apuntado en la parte de atrás de alguna libreta. He creado una nota en mi móvil sólo para ella. He pensado en tatuármelo en alguna parte no visible de mi cuerpo. Bajo ningún concepto quiero olvidarme de que una tal Ottessa Moshfegh ha escrito una de las novelas más demoledoras de lo que llevamos de siglo. Y no es que no haya leído novelas impactantes recientemente, pero ésta consigue serlo sin salir de casa. Un apartamento del Upper East Side es todo lo que ha necesitado la autora de Mi año de descanso y relajación para hablarnos de una época que ya fue, para analizar el mundo tal y como lo conocíamos en los albores del año 2000. Una realidad que ya no está, y que con su desaparición erradicó del mundo cierta ingenuidad soterrada. Moshfegh ha creado una novela sin precedentes. Ha mezclado nihilismo y barbitúricos para dar a luz a un artefacto que no se toma en serio nada, ni siquiera a sí mismo, pero no por ello carece de rigurosidad a la hora de diseccionar el mundo que lo ha visto nacer. Acabo de despertar de una novela que me lo ha dado todo.

La protagonista anónima de esta historia decide renunciar al mundo durante un año. Ha elegido dejarse llevar por el agotamiento extremo que sufre. Con la ayuda de un sinfín de medicamentos se sumerge dentro de una hibernación forzada. Asistida por una terapeuta de dudosa profesionalidad y forzada al contacto humano por las visitas recurrentes de su amiga Reva, presenciamos un acto radical de abandono y rechazo a cualquier intento de vigilia. Sin embargo, el inconsciente ha decidido tomar sus propias cartas en el asunto. Cuando un nuevo medicamento aún en desarrollo llega a su vida, una versión desconocida e incontrolable de ella misma asumirá un papel activo en el devenir de este año en el que no debería de haber sobresalto alguno.

Moshfegh, que escribe con un descaro exquisito, no duda en poner sobre la mesa un sinfín de temas esenciales. Le lanza al lector una batería de preguntas que no puede digerir del todo. Lo pone frente a frente con su propio recorrido vital y acentúa la dificultad de madurar cuando no puedes dejar de pensar en que alguien llegue para que tome decisiones por ti. ¿Ese alguien es una empresa farmacéutica? ¿Es tu terapeuta? ¿Es una pareja tóxica y posesiva? ¿Son tus padres muertos? La capacidad para hacernos bajar la guardia es inaudita en la escritora norteamericana. Su uso del humor y sus constantes referencias a la cultura pop decadente de los 90 hace que no sientas que algo peligroso se acerca. Es entre risas cuando la existencia te devuelve el reflejo, congelando la carcajada en un gesto antinatural, casi grotesco. La novela no hace concesiones a la hora de hablar sin tapujos de todo esto y convierte el sueño en una opción nada despreciable. Imagina por momentos a una Miranda July adicta a las metanfetaminas, capaz de enseñarte la magia del mundo y luego señalar el moho en tu almuerzo. Algo así de elevado y perverso es Ottessa. Algo así de enriquecedor y cancerígeno es este monstruo inteligente llamado Mi año de descanso y relajación.

Decía al principio que me he despertado de una novela que me lo ha dado todo. Lo que muchas historias apenas consiguen con una mayor soberbia, Moshfegh lo alcanza yendo al grano sin dejar de lado todo lo que importa. Esta es una novela sobre dormir durante todo un año, es la historia de una huida hacia dentro. Nuestra protagonista cierra los ojos y reza para que la tormenta pase. Ella sabe que no es así cómo funcionan las cosas, nosotros también lo sabemos. Pero hay algo de fe, algo de ingenuidad compartida, en creer que las cosas pueden llegar a ser mejores sin nos restamos a nosotros mismos de la ecuación. Si dejamos de usarnos como rasero para medir las dimensiones del mundo.

Moshfegh ha escondido una cura de humildad dentro de una cura de sueño. Es un truco que no me he visto venir. Pero si uno lo piensa en frío, tiene sentido. Uno se va a dormir, cierra los ojos y apaga el sistema. Nuestra presencia se anula, pero nada se detiene. Las cosas siguen su curso. Y quizás sea esta la gran aportación de esta autora a la historia de la literatura. Esclarecer que cuando los estudios hablan de los beneficios reparadores del sueño se refieren justo a la bendita ausencia que aportamos. Nunca nadie había venido a decirnos que cuando nos vamos a dormir lo que hacemos es descansar de nosotros mismos. Un sueño reparador de ocho horas sin nosotros. O, como en este caso, todo un año de no estar presente por el bien de todos.

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