Hace algunos años leí en un periódico un reportaje en el que varios escritores famosos compartían con los lectores un listado de diez libros que les habían cambiado la vida. La mayoría de las selecciones incluían En busca del tiempo perdido, Don Quijote de la Mancha, o Ulises, libros que, indudablemente, han debido cambiar muchas vidas. Pero quizás el objetivo del reportaje no era recopilar las obras maestras de la literatura universal, sino más bien conocer un poco mejor a esos escritores a través de una lista más personal. En ella esperaríamos encontrar libros de aventuras que les iniciaron en la lectura, libros que supusieron una revelación para entender aspectos esenciales de su identidad, libros que compartieron con algún enamorado, libros que sustentaron sus ideas políticas, o incluso libros que les ayudaron a elegir su profesión.
Hacer listas es siempre difícil, pero algunas más que otras. Me costaría mucho tratar de hacer un listado jerarquizado de los diez mejores libros de la historia, incluso de mi historia, pero encontrar diez títulos que hayan cambiado mi vida me parece más sencillo. Entiendo que no tienen que ser joyas de la literatura sino libros cuya lectura haya supuesto un punto de inflexión en mi trayectoria. Mi familia y otros animales sería uno de esos diez libros ya que fue el culpable de que decidiese estudiar Biología. Y por lo que he sabido después a través de compañeros que también lo leyeron, las aventuras de Gerald Durrell y su familia en la isla griega de Corfú son responsables de crear un buen puñado de biólogos.
Mi familia y otros animales, es la versión adulta de Gerald Durrell del tiempo pasado en Corfú. Los muy británicos Durrell deciden dejar atrás los fríos inviernos londinenses y volar hacia otros parajes más cálidos y apropiados para sus respectivos desarrollos personales. Mamá Durrell explora la jardinería y la gastronomía en la villa color fresa, en la villa color narciso, y en la villa blanca; su hermano mayor Larry, el futuro escritor de El cuarteto de Alejandría, llena baúles de libros, se calza la máquina de escribir y consagra su tiempo a la creación de obras inmortales de la literatura; Leslie, el hermano mediano dedica su tiempo a la caza de tórtolas y a ejercitar su cuerpo; Margo, su hermana, muy atenta a su aspecto externo, se especializa en citas y enamoramientos con distintos personajes de la isla; y por último, nuestro narrador Gerald Durrell, entonces Gerry, recorre la isla con un hambre voraz de naturaleza, acompañado de su perro Robert, igual de atraído que su dueño (aunque por distintos motivos) por la fauna de la isla.
En Mi familia y otros animales Gerald Durrell disecciona con espíritu observador, divertido y cariñoso el comportamiento de los animales de su casa y de la isla. Es difícil no reírse a carcajadas con las alocadas historietas del día a día de esta familia integrándose en el universo hospitalario y ruidoso de Corfú y sus gentes (con Spiro, taxista y auto-proclamado protector de la familia, a la cabeza de secundarios inolvidables).
Pero además de disfrutar con la ironía pulida y constante del narrador para con los animales humanos de su libro, hay capítulos preciosos que transmiten la belleza natural de la isla y de sus bichos. Nidos de arañas perfectamente diseñados para atrapar incautos de la manera más eficiente; tortugas que establecen lazos emocionales con sus dueños y los siguen como si fueran perros; palomos orgullosos y viriles que, para sorpresa de todos, acaban poniendo huevos; peleas a vida o muerte entre Gerónimo (salamanquesa llamada así en honor a su homónimo apache, por las astutas estrategias que desarrollaba contra sus presas) y una gigantesca mantis; Urracas que, adorables en su infancia, se convierten en auténticos vándalos que atacan, como no, el cuarto de Larry (“Esos buitres tiñosos me asaltan esto como un par de críticos, me destrozan y empuercan el manuscrito cuando ni siquiera estaba aún terminado, ¿y te parece que estoy disgustado?”).
Creo que es la mezcla de los dos mundos, su familia y la fauna de Corfú, la que consigue que este libro sea un generador de vocaciones naturalistas. Por un lado, Gerald Durrell nos desvela rutinas fascinantes de los animales que normalmente quedan escondidas. La naturaleza a pesar de ser una fuente infinita de agradables sorpresas, no concede tan fácilmente sus grandes momentos, se necesita mucho tiempo de observación y un poco de suerte. Gerry los tiene y luego Gerald selecciona los momentos estelares, les pone un lazo rojo y nos los regala, como si se tratara de un buen documental de David Attemborough. Llena de contenido los nombres carraleja, cetonias, mígalas, cíclopes. Y con ello conecta con nuestra inquietud por nombrar y aprehender lo que nos rodea. Basta con conocer sus nombres para que el paisaje verde y natural de un simple paseo se pueble de robles, de eucaliptos, de dedaleras, de ombligos de venus, de calas, de dalias, de gardenias, de agallas, de erizos de castaña.
Además, la forma en la que Gerald Durrell nos retrata a su familia también potencia el interés por los naturalistas, ya que desmitifica una imagen que está muy extendida en el imaginario global y nos propone otra más atractiva. Me explico. Una imagen muy frecuente de los naturalistas es la de un señor con cazamariposas, pantalones cortos y una mochila llena de tarros en los que guarda cada ejemplar que se encuentra a su paso. Nos parece que debe tener una alta capacidad de concentración y de observación sobre temas concretos (los seres vivos) que, sin embargo, puede interferir con su atención sobre el resto de la realidad: es decir, de tan concentrados que están con su objeto de interés, no se enteran de lo demás y se pierden lo que pasa fuera. En este libro Gerald Durrell nos sugiere lo contrario, la capacidad afilada de observación hacia la naturaleza se puede aplicar a cualquier motivo. La mirada del naturalista es igual de lúcida para comprender el mecanismo de reproducción de los escorpiones como para entender las reacciones de su familia. El naturalista no solo está en el mundo, sino que tiene herramientas muy útiles para vivir en él. Gerald Durrell parece sugerir que, si optas por estudiar o investigar sobre la naturaleza no vas a vivir de espaldas al mundo en tu pequeño baldosín. Además de pasártelo muy bien con tu objeto de estudio, no vas a ser un bicho raro que no se entera de nada más.
Por último, este libro conecta con otro de nuestros deseos más recurrentes, las vacaciones infinitas. Vivir en un clima cálido, escaparnos a una isla con nuestros seres queridos, una isla llena de variaciones de azules y amarillos, de gente sencilla que echa siestas sin culpabilidad y de todo el tiempo del mundo para dedicárselo a lo que de verdad nos interesa: los bichos, los libros, las armas, la jardinería o a terminar la lista de los diez libros que te hayan cambiado la vida.