Mi hijo era de ETA, de José Ramón Goñi Tirapu
Recuerdo que oí en un programa de radio que cuando allá por 1992 se estrenó Reservoir Dogs (Tarantino), Wes Craven (el director de Pesadilla en Elm Street entre otras) abandonó la proyección en la famosa escena de la oreja. Él aducía que Freddy Krueger era un personaje inventado y que lo que acababa de ver en la pantalla recreaba una escena real. Recuerdo que yo pensé “menudo g… Lo de Tarantino sigue siendo ficción”. (Que conste que, a pesar de lo que viene a continuación sigo pensando exactamente lo mismo. La ficción es ficción sea más o menos creíble).
No creo que me equivoque si afirmo que Mi hijo era de ETA es el libro de no ficción más duro que he leído en bastante tiempo. Y no porque haya destripamientos, amputaciones y escenas gore, que no los hay, sino porque es algo real que tiene detrás muchos muertos, heridos y familias destrozadas, que día tras día eran portada de periódicos y sobremesas del telediario. Es muy duro tanto por la realidad y trasfondo social de lo que cuenta, como por el lado emocional, que atenta directamente a la patata.
“No puedo llorar por la muerte de un hijo, porque está vivo, aunque en es momento sienta que algo de él ha muerto para mí; no puedo liberarle de un secuestro porque no está secuestrado, se ha ido voluntariamente, y no puedo tampoco sentir compasión de él, porque presumo que es un terrorista. Sin embargo, es mi hijo, el hijo al que he visto nacer y crecer, el mismo por el que daría la vida. Es un dolor imposible de aliviar con el llanto…
Todo el esfuerzo realizado como gobernador de Guipúzcoa para terminar con esa peste ha evitado algunas víctimas, pero no ha podido impedir el contagio de mi hijo. Me siento culpable por no haber estado más atento a sus amistades, por no haberle dedicado más tiempo. Me siento muy culpable por tener un hijo etarra… Sé de sobra que entrar en ETA es difícil, pero salir es prácticamente imposible”.
Éstas estremecedoras palabras me sacudieron cuando las leí. No están al comienzo del libro (sería un buen comienzo, aunque la narración desde dentro del atentado frustrado para matarle tampoco es un mal comienzo), sino casi al final, cuando Goñi Tirapu recibe la llamada de la Guardia Civil en la que le comunican que están buscando a su hijo. Es una de las partes más emotivas, salvajes y desgarradoras del libro.
Desde esa llamada, han pasado 20 años, y más tiempo aún desde que Goñi Tirapu no ve a su hijo. No tengo hijos pero creo que puedo comprender perfectamente lo que sintió el autor al recibir la funesta llamada, con el agravante de ser además él uno de los máximos responsables de la lucha contra la banda terrorista y un objetivo prioritario de ésta. (Que tu propio hijo se involucre en una banda que te tiene como objetivo tiene que ser angustiante y de tener que ir a psicólogo).
En este conmovedor Mi hijo era de ETA Goñi Tirapu hace un repaso a su vida y a la situación del País Vasco. Comenta viejas fotos en las que aparece su hijo, lo feliz que fue con su nacimiento, lo mucho que le gustaba el deporte, y lo lejos que estaba de imaginar un futuro como el que le ha tocado vivir. Entre éstas reflexiones intercala partes de una emotiva carta dirigida a su hijo en la que se pregunta el porqué de su decisión; le cuenta cómo tirando de hemeroteca indagó todo lo relacionado con su comando intentando hallar el ligero consuelo de que al menos no estuviera involucrado en crímenes de sangre; recuerda anécdotas de la familia, y se muestra esperanzado con el anunciado cese de la actividad armada.
Goñi Tirapu intenta buscar una explicación al camino que toma su hijo sin conseguirlo. “Ningún asesinato tiene nunca ninguna justificación. Ninguno. No hay nada que pueda justificar unos crímenes tan horribles. Nada” asegura. No puede entender qué es lo que ha pasado para que su hijo, sangre de su sangre, se integre en una banda capaz de asesinar a una persona por pensar de forma distinta, una banda que ha creado durante décadas un clima insano y de desconfianza dentro del País Vasco; de una banda creada (en teoría, no en la práctica) como oposición a la dictadura franquista… Le da vueltas y vueltas esforzándose por entender algo que escapa a su comprensión.
Pero, a pesar de todo, el autor no pierde la esperanza de reencontrarse con su hijo y cierra la carta con “El amor de los padres por los hijos es permanente, desinteresado y sincero. Quédate con lo mejor de ti mismo y con lo mejor que yo puedo darte, mi amor eterno.”
Un libro interesantísimo, con una forma inteligente de contar las cosas, muy bien escrito y sin andarse por las ramas, claro y sin paja que moleste, y con un estilo directo que promueve la lectura rapidísima. Muy muy recomendado (pero repito, muy duro también).
Goñi Tirapu es autor también de El confidente (Espasa, 2005) en donde cuenta cómo logró infiltrar en ETA al confidente que más ha contribuido al debilitamiento de la banda. Si tengo oportunidad, lo leeré.