Es inevitable al leer la frase “mi nombre es Legión” asociarla a ese gran cuento que es La Biblia y pensar en una primera impresión que estamos ante un libro de posesiones y/o demonios en un mundo futurista:
Y él(Jesús) le preguntó(al hombre):
– ¿Cuál es tu nombre?
Y le respondió diciendo:
– Mi nombre es Legión, pues somos muchos.
Pero no es así. Ni por el forro. Y no entiendo que se cambiara el título de este libro escrito entre 1969 y 1976 bajo el título, en mi opinión, más correcto y definitorio de El hombre que no existía por el de la susodicha frase bíblica.
De cualquier manera, da igual. Si tuviéramos que hablar de títulos originales y sus traducciones al español tanto de libros como de películas tendríamos material suficiente para un máster. O varios, según los tiempos que corren…
Mi nombre es Legión está compuesto por tres relatos largos que pueden leerse como a cada uno le salga del bolo porque son independientes, aunque reconozco que el orden en el que está publicados es el más idóneo, pues ya en el primero de ellos se nos explica el origen del protagonista. Un hombre al margen de la sociedad, un outsider que ha escapado del control en un mundo en el que absolutamente todos los datos de todas las personas están guardados en archivos del gobierno, en un banco central de datos de toda la humanidad. Nuestro hombre consigue evitar formar parte de ese registro en masa y se fabrica la identidad que le es más ventajosa en función de las circunstancias que le afecten. ¿Y qué circunstancias son esas? Pues esas que le llevan a investigar los casos que su contacto con el “sistema” legal le va a ir proponiendo.
Sí. Esta es una novela de tipo detectivesca en un mundo que cada vez va pareciéndose más al nuestro, al menos en lo relativo al tratamiento de la información personal.
En el primer relato, La víspera de Rumoko, la misión es descubrir una trama de sabotaje industrial. Es en este relato en el que se nos habla de lo ya contado dos párrafos antes acerca de cómo se produjo el registro masivo de los datos de los ciudadanos. Es curiosa también la forma en la que alguno de los personajes que aparecen en esta historia no dudan en destruir ciudades submarinas (con sus ciudadanos) para crear otras, (terraformación mediante erupciones de volcanes marinos). ¡Viva la empatía!
En el segundo relato, Kjwalll’kje’koothaïlll’kje’k, nuestro hombre que no existe deberá demostrar la inocencia de dos delfines, de inteligencia potenciada, acusados de matar a dos cuidadores en una reserva marina.
Y en el último, El regreso del Verdugo, ganador de los premios Hugo y Nébula (los más importantes de la ciencia ficción), se le encarga proteger a un político de un robot espacial que parece ser que ha vuelto a la Tierra para matar a sus cuatro creadores, siendo uno de ellos ese político. La trama aquí gana interés gracias a la posibilidad de que la inteligencia artificial se vea influida por el pasado y el entorno.
Todos los casos se resolverán, aunque no todos gracias a la inteligencia del antihéroe, sino más bien, por algunos golpes de azar, con giros incluidos.
Los tres relatos se leen muy bien gracias a un lenguaje fácil y claro y en seguida nos vemos inmersos en las respectivas tramas, a las cuales, por cierto, llegamos con la función empezada. No obstante, hay algunos pasajes, sobre todo en el tercer relato, en el que la exposición científica se hace algo larga y densa, tanto como para desear que acabe de una vez dicha explicación.
Los diálogos son igualmente ágiles e inteligentes. Con poca descripción logramos hacernos una composición del lugar y del momento. Nos ubicamos en la sociedad que Zelazny nos retrata y la reconocemos sin dificultad.
En resumen, una lectura agradable y ligera que bien podría ser adaptada a la pequeña pantalla en formato de miniserie tipo Black Mirror.
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