Aún no lo he vivido en mis propias carnes, pero es por todos conocido que la aventura por la que tiene que pasar un escritor novel —e incluso no tan novel— para publicar sus obras hoy en día es enormemente compleja y, en muchos casos, desoladora. Es cierto que actualmente el recurso de la autoedición está al alcance de todos; hay varios ejemplos de personas que han conseguido llegar a un público numeroso a través de este método, pero si obviamos estos casos puntuales, de nuevo la realidad nos muestra como, casi diariamente, libros en los que sus autores han puesto horas y horas de esfuerzo y de cariño quedan huérfanos de lectores. Esto que se debe, seguramente, más a la dificultad para hacerse ver en el hiperpoblado mundo literario que a la calidad de los textos.
Mauro Santos, el protagonista de Mi nombre escrito en la puerta de un váter, la última novela de Paz Castelló —quien, por suerte, sí que ha encontrado una editorial que le publique sus obras— es uno de esos escritores de indudable talento al que, sin embargo, no le ha acompañado la suerte a la hora de difundir sus textos. Por cosas del destino Germán Latorre, un conocido presentador de televisión, descubre su trabajo y le ofrece escribir para él, de forma que las novelas resultantes se publiquen bajo el nombre de Latorre. Que sea su negro, vaya. La relación es un éxito, tanto a nivel económico como de prestigio, debido a la calidad de los textos y a la fama del falso escritor, pero un buen día Mauro, cansando de que éste se lleve sus méritos, decide dejar de escribir para él. Esta situación se une a su participación en un reality literario en el que, para más inri, uno de los miembros del jurado es su antiguo mecenas, que hará todo lo que esté en sus manos para obligar a Santos a retomar su trabajo a su sombra.
La novela me enganchó desde muy pronto y creo que eso se debió en su mayor parte al estilo narrativo de la autora. Periodista antes que escritora, Castelló demuestra ser una gran creadora de tramas, ya que en esta novela las tenemos de todo tipo: un triángulo amoroso, toques de humor ácido, una fuerte crítica a los medios de comunicación y a la industria editorial, una pizca de esoterismo…y más ingredientes que prefiero no mencionar para no desvelar demasiado, ya que considero que otro de sus grandes alicientes es la capacidad de sorprender y de dar fuertes giros al guion, especialmente a partir de la segunda mitad del libro. Aunque confieso que intuí el final—son muchas horas de mi vida invertidas en ver capítulos de Castle—, Castelló ha logrado que fuese alargando mis sesiones de lectura noche tras noche. Las ojeras del día siguiente, muchas veces, son el síntoma de cuanto te está gustando un libro (y las mías han sido grandes y profundas).
No voy a desvelar más, por tanto, pero no puedo sino recomendar esta lectura a todos aquellos que quieran disfrutar de un relato que atrapa desde el principio, con unas subtramas y unos personajes muy bien construidos. Tengo la intuición de que Paz Castelló no va a tener que hacer de Mauro Santos para ningún Latorre aunque, tal y como vende la situación del mercado editorial en Mi nombre escrito en la puerta de un váter, no me quiero ni imaginar la cantidad de escritores que vivirían felices en ese papel.