Mi vida seguro que es muy distinta a la tuya. Seguro que las cosas que haces en tu tiempo libre son muy diferentes a las mías. Seguro que la música que escuchas no se parece en nada a la que canto por las mañanas cuando voy a trabajar. Seguro que usas un champú que yo jamás compraría. Seguro que el libro que recomiendas a todos tus amigos yo ni siquiera lo he leído. Y tu plato de comida favorito no tendrá nada que ver con el que yo pediría si estuviera en un restaurante.
Puede que trabajes, o que estudies, que estés en paro o que te hayas jubilado. Puede que te guste hacer puzzles, pintar, patinar o tal vez jugar a los bolos. Puede que te sientas atraído por el rock, el indie, la música clásica, el pop o el rap. Puede que tengas el pelo graso, seco, rizado, liso asiático o incluso con caspa. Puede que seas de los que piensa que el Gran Gastby es el mejor libro de todos los tiempos o que no aguantes una discusión en la que te discuten que los rusos son los mejores haciendo literatura. Puede que se te haga la boca agua con la paella, con el sushi o con los tortellinis. Puede que te identifiques con esto o que estés pensando en que no hay nada de esta lista que se acerque a lo que es tu persona.
Pero al final, tendrás una manera de ganarte la vida, un pasatiempo, una música, un tipo de pelo, un libro predilecto y un plato favorito. Todos lo tenemos. Y eso es lo que tenemos en común.
Vivimos. Hacemos cosas. Subsistimos. Amamos, de una manera o de otra. Y morimos.
Y eso es lo que Alice Munro ha reflejado en Mi vida querida, un libro compuesto por varios relatos que nos ofrecen personajes corrientes y comunes. Como tú y como yo. Y esas personas, tan diferentes entre sí, tan alejadas en la distancia, en el tiempo y en la vida, al final sienten, sufren y aman como si solo fueran una. Alice Munro, premio Nobel de Literatura, nos relata pausadamente y sin sobresaltos la vida de diferentes personajes que ven sus amores truncados, revividos, apagados, transformados. Nos adentra en historias cuyos protagonistas son cotidianos, nada extraordinarios y que podrían encontrarse en cualquier casa de vecino. Su estilo sobrio y un tanto nostálgico se acompaña de finales abiertos en los que el lector tiene que hacer uso, si quiere, de su imaginación para adivinar qué habrá pasado al final.
Es un libro que he leído con calma, saboreándolo. Lo he alternado con otro, ya que me gustaba leer un relato de vez en cuando, no todo de golpe. Tenía la sensación de que si lo leía de una sentada (cosa bastante factible) arruinaría la magia que Munro intenta crear con su delicadeza y detenimiento. Algunos son mejores que otros, como no podía ser de otra manera, pero cuando crees que la escritora ya no puede ofrecerte nada nuevo, aparece con unos relatos finales autobiográficos que te dejan con un escalofrío en la piel. Esas últimas páginas me hicieron disfrutar de una manera abrumadora y ahí, entre esas palabras tan sinceras y tan desnudas, fue donde entendí el porqué de su gran merecidísimo premio.