Mientras tanto cógeme la mano, de Kirmen Uribe
Como las teclas de un piano que suena a lo lejos, como el olor del pan recién hecho en un horno mientras caminas por la acera, o como la pequeña lágrima que no quiere salir de la cuenca del ojo, así es como las palabras pueden recorrerte el cuerpo, el alma, el corazón. Como si los pelos del brazo se erizaran por el frío, como el frescor de las sábanas al abrir la cama y meterte en ella, y como el aroma de un libro recién abierto, hojeado, que se convierte en tu alimento, en tu razón de vivir, en lo que más quieres y temes a la vez. Así puede ser la poesía, así pueden ser las letras que te encuentres en tu vida. Pero, como un ciego que posa sus dedos en las letras en braille, cerramos los ojos y lo único que queremos en sentirnos, abrazarnos, y querernos, mientras las palabras, mientras la poesía, va llenando los huecos que habían aparecido.
Kirmen Uribe nos regala un poemario, pero no es sólo eso. Nos ofrece su alma, su corazón, el tacto de una mano que se despide cogiéndote con fuerza. Porque lo que nos encontraremos será un adiós, un amor, y un viaje hacia otros lugares que, aunque lejos, podremos sentir como nuestro propio hogar.
Descubrir la poesía. No hay un tiempo determinado para poder descubrir pequeños placeres convertidos en poemas, en pequeños versos que te golpean, te encogen el pecho y hacen aflorar unas pequeñas gotas de lluvia salada que tu cuerpo ha creado. “Mientras tanto cógeme la mano” es un universo de sentimientos. Es un trayecto, delicado a veces, caótico otras, pero que sin duda nos hace atravesar pasillos que habían permanecido cerrados. No es fácil describir la poesía, no hay una manera específica para explicar lo que unas pequeñas palabras te han hecho sentir. Por ello, cuando las palabras no son suficientes, cuando no hay necesidad de explicar un argumento determinado, sólo nos queda expulsar los sentimientos. Porque Kirmen Uribe ha escrito un poemario que me recuerda a las tardes de verano mientras el mar se agitaba a lo lejos, mientras las olas llenaban de espuma la orilla de nuestros corazones; ha escrito el tacto del lápiz cuando una idea se posa en tu mente y debes escribirla; y es una mirada de reojo, una mirada tenaz y perseverante por recoger pedazos caídos, que ya no tienen ningún atisbo de conseguir recomponerse. Es un recuerdo que no creías tener, vivir una vida que no es la tuya pero que, de alguna manera extraña, te pertenece para siempre. Y es una invención, un lugar de reposo donde mis propias palabras, como las que van a seguir, empiezan a crearse a través de mis dedos:
Mi cuerpo ya no viaja
a ese mar verde donde tu
y yo, adolescentes en extinción
nos quisimos,
nos recordamos,
nos olvidamos.
Porque en un momento eterno, incluso en un momento que acabará tarde o temprano, todos seremos capaces de saber lo que hemos sentido. Las palabras construirán puentes que unirán cuerpos, ciudades, hemisferios. Y al final, cuando el mundo explote, nos quedará el recuerdo de libros como “Mientras tanto cógeme la mano” que nos pondrá sobre la mesa una vida que se escapa entre los dedos, pero que intenta aferrarse a nosotros, a pesar de todo. Siempre.
Buena traducción, cuidada.