Reseña del libro “Migrantes”, de Issa Watanabe
Las únicas palabras que vas a encontrar en Migrantes son las del título y las de la contraportada. Nombres y adjetivos demoledores, aniquiladores, necesarios. “Migrantes, refugiados, desplazadas, bombardeos, violencia, guerra, hambre, miedo, éxodo, campos, niños, niñas, huérfanos, pateras, rescates, ahogados, fronteras, ilegales, apátridas, desaparecidas, crisis humanitaria, pacto mundial sobre migración, derechos humanos… Silencio”. Migrantes ha sido incluido en el catálogo “The White Ravens” con frase tan brutales como esta: “Un silencio denso y pesado persiste en las páginas de este libro sin palabras”.
Además del Premi Llibreter 2020 la excelencia de este álbum ilustrado la aprecias en todos los detalles de principio a fin. El grupo de animales de distintas especies, edades y tamaños que recorre las páginas empieza entre la portada y la contraportada. De tal manera que si desplegáramos el álbum a sus posibles 180º tendrías un artístico póster. Por ser bonita, lo es hasta la figura de la muerte que poco a poco se incorpora al grupo y que le acompaña en el viaje que ya conoces.
El objetivo de la editorial Libros del zorro rojo es contribuir a romper el silencio que rodea las experiencias migratorias, así como el horror de las fronteras y de los campos de refugiados. Al no incluir texto, este álbum me ha recordado al maravilloso Emigrantes, de Shaun Tan, editado en 2007 por Barbara Fiore. Pero en esta ocasión se trata de un grupo en lugar de una familia. Cada animal bien podría simbolizar una identidad nacional. O no. En realidad, hay muchas diferencias. Solo quiero señalar el acierto que supone contar algunos de los aspectos de las migraciones sin palabras de una lengua en particular. Pues este fenómeno es universal, tanto en el tiempo como en el espacio.
Confieso que desconocía la condición muda de este álbum antes de abrir sus páginas. Lo hice con mi hija de 7 años al lado. Ella empezó a darme pistas sobre el valor del artefacto que teníamos entre manos. Se fijó en que huían de un bosque gris y avanzaban hacia otros en los que los colores, en contraste rojo y negro, ganaban terreno. Además localizó un elefante grande que no formaba parte de la familia de otro elefante pequeño, fenómeno que ella explicaba interpretando que las especies estaban mezcladas entre ellas para formar familias.
La riqueza y estampados de los tejidos que portan los protagonistas de Migrantes le hacían pensar a mi hija que eran “japoneses ricos” y no entendía de qué huían. Fascinada por la potencia del dibujo del grupo que se mueve como una unidad, dudaba de si esa figura con calavera y ricas telas era la muerte. Su maleta y ojos blancos bien podría simbolizar la ceguera y salto al vacío de esos viajes en pateras.
El fondo oscuro genera una sensación de vértigo en la lectura. Al fijarte en los cuidados detalles de la cotidianidad de esos Migrantes caminas por el abismo con ellos. Del mismo modo, la profundidad que adquieren los bosques oscuros me recordaba al vacío que se intuye en el fondo de la garganta de “El grito”, de Munch. Una boca abierta que no emite ruido, que solo transmite la angustia e impotencia ante una realidad injusta, invisibilizada y malinterpretada de manera habitual.
Son tantas las emociones que destila Migrantes que difícilmente puedo recogerlas en esta reseña. Los ojos de los personajes son ciegos. Lejos de la expresividad del estilo de un manga, por ejemplo, aquí son círculos blancos o negros, que sin embargo, dejan ver la pena, el dolor y sobre todo el miedo. Con distintas edades, todos cargan con sus vidas y trayectos existenciales. Solo una pequeña línea en la boca te permitirá ver que incluso en las peores circunstancias de la humanidad, cabe la bendita o la maldita esperanza.