Empezar una reseña tratando de buscar las palabras es algo extraño, lo sé, pero es que aún estoy tratando de digerir el libro que acabo de leer. No sé muy bien por dónde empezar con Mil mamíferos ciegos, porque todavía no sé bien qué siento sobre él. Es lo que tiene escribir la reseña en caliente, supongo. Quizá debería irme a dar una vuelta, dejar que la lluvia me aclare un poco las ideas. ¿No os encanta el poder liberador de la lluvia? Ese torrente que nos aclara por dentro y por fuera. O quizá debería irme al bosque. Esa sí que sería una buena manera de entender este libro, porque sería un poco adentrarme en él.
Como no voy a moverme de este sofá, voy a luchar con lo que tengo a mano: este libro que acabo de terminar y mis sensaciones. Vamos a ver qué sale de todo esto.
Confío en la editorial Dos bigotes porque, por lo general, suele gustarme su catálogo. Así que, enganchada a ese título tan perfecto y su carta de presentación, me entró la irresistible curiosidad de leer este libro. No conocía a Isabel González. Os la presento: su primer libro publicado se llama Casi tan salvaje y es una recopilación de relatos. Ha colaborado en libros más experimentales (escritos a ocho manos) como La Aldea de F. o Pelos. También ha creado dos libros ilustrados: El caballo del malo y El mismo. Dicen de ella que tiene un ritmo trepidante, elaborado y visceral al mismo tiempo. Cátedra la consideró como una de las autoras más representativas del relato breve contemporáneo en Cuento español actual. Hasta aquí su currículo literario, que no está nada mal. Ya se adivina en él que Isabel González no es la típica escritora (si es que eso existe).
Y ahora, el libro: Mil mamíferos ciegos. Dicen que es una suerte de fábula. Yo voy a definirlo como un libro raro de narices, si me lo permitís. Entendiendo raro, claro está, desde el punto de vista de que se aleja de lo normal, de lo establecido. ¿Es eso malo? Ni mucho menos. Pero a veces es difícil definir lo que nos es extraño, lo que nos saca de nuestro mundo y nos zarandea. Aún más raro explicaros que, a pesar de la complejidad, este libro me atrapa y no sé bien por qué.
Tenemos a Yago, un chico que se escapa al bosque a buscarse la vida, a vivir su vida. También están Eva y Santi, en la ciudad. Una pareja que sobrevive entre fetichismo, soledad y un amor insostenible, edificado sobre unos pilares que se agrietan, que no son capaces de cargar con el peso del vacío. Se trata de un triángulo amoroso que no se concibe como tal. Un triángulo que va surgiendo, que va desvelando su pasado y que llega al presente a través de unas cartas, unos mensajes lanzados a la nada y al olvido que Santi recoge, asimila y hace suyos.
No es necesario contaros más, porque el resto es todo puro simbolismo. Un simbolismo desgarrado y vertiginoso que encuentra su esplendor en la forma de escribir de la autora, alguien que es capaz de dar vida a lo inerte, de dejarnos a ciegas, de arrancarnos del sofá y arroparnos en la insostenible calma del bosque. Os lo he dicho. Os he avisado. Mil mamíferos ciegos es un libro complejo, sí. Pero qué dulce resulta la complejidad cuando nos hacen partícipes de ella de esta forma.