Reseña del libro “Milo imagina el mundo”, de Matt de la Peña y Christian Robinson
Contar con el deseo y la habilidad para dibujar un mundo mejor es lo que le ocurre al protagonista de Milo imagina el mundo. Si levantas la cabeza en cualquier transporte público es muy posible que te den ganas de tirarte debajo de las ruedas del siguiente. Las caras son tristes o empantalladas, cuando no agresivas. Una evasión creativa como pintar otras escenas posibles ensancha el universo.
Milo viaja con su hermana a un sitio muy concreto y especial que no se sabe hasta el final y que no voy a desvelar (por mucho que esta reseña la leáis los mayores). Es un lugar difícil para Milo. Doloroso, también. El destino de un viaje en metro puede cambiar toda nuestra experiencia. Recuerdo el tedio de cada día cuando vivía en Madrid y leía après le coup de sifflet… mirando a la pegatina de la ventanilla. El final del trayecto era laboral y repetido a diario, así que a falta de la capacidad de dibujar, miraba esa pegatina pensando en que algo tenía que cambiar en esa rutina o me iba a morir.
Milo imagina el mundo al fijarse en las caras o en la vestimenta de las personas que hay en el vagón. Una mujer vestida de novia, un ejecutivo de traje o un niño repeinado y con ropa nueva, limpia y sin rasguños. En su imaginar vas a ver reflejados todos los prejuicios con los que nos solemos mover a diario. El recorrido del metro y la vuelta que le da el guion -y que no te voy a contar- es absolutamente coherente. ¿Acaso crees que aciertas cuando imaginas la vida de alguien por una primera impresión en un no-lugar como el transporte urbano subterráneo?
Y sin embargo, es bello imaginar. Cuando Milo imagina el mundo, esas emociones que son nombradas, como la angustia o la presión, parece que se suavizan y se vuelven soportables. Esa garrapata que llevas en el pecho (expresión cogida de Marta Sanz, en su “Clavícula”) se afloja y puedes respirar, incluso sin aire libre o en un vagón lleno de personas que ni se miran, ni se saludan, ni se reconocen como seres humanos dignos de compasión y comprensión.
Pero oye, no te lleves la impresión de que este álbum es triste, en absoluto. Es colorido, es ilusionante, es emocionante. Las ilustraciones de Christian Robinson completan las palabras de Matt de la Peña. En la portada destacan sus premios, Medalla de Caldecott y Medalla de Newbery, respectivamente. Igual esos detalles alimentan los prejuicios. Mi experiencia lectora ha sido en Milo imagina el mundo la de un sueño. O mejor, la de una visualización, cuando abres el diafragma, relajas el plexo, respiras y los músculos dejan de estar tan tensos. Entonces, enfocas en el centro de los ojos, aparece la luz y el arcoiris, las ideas dolorosas pasan como nubarrones o las hojas de este otoño que te rodea. Allí, al final del sueño, está la esperanza, lo que no puedes imaginar, los olores, las voces que importan y la piel, que en su contacto, nos vuelve humanos, demasiado humanos.