Modulorama

Reseña del libro “Modulorama”, de Nieves Mories y Francisco Jota-Pérez

Modulorama

Esta es la novela más extraña que he leído en mi vida. Una afirmación sin condicionales ni subjuntivos. Llevo tiempo buscando entre lo alternativo lecturas que me saquen de mi zona de confort. Encontré un buen nicho en Ediciones El Transbordador y casi —«¡casi!»— lo pierdo, porque Modulorama iba a ser la última publicación de la editorial. Hasta en eso se distingue este delirio surgido de la corteza cerebral de Nieves Mories y Francisco Jota-Pérez.

Luca es un músico que llega con su guitarra al pueblo de Reparación con la intención de ofrecer unos conciertos para los que le han contratado. O eso cree en un principio. Pero no se trata de un lugar cualquiera, en realidad podría estar en todas partes o en ninguna. Y tampoco ha venido solo, un pasado denso pesa en su conciencia y aprovecha para martirizarlo a la menor ocasión. No es el único con fantasmas a la espalda. Todos los habitantes de Reparación están rotos sin remedio, pueden cortar, y conviven dentro de un equilibrio que está a punto de romperse también. ¿Por qué? ¿Por quién… por «qué»? Luca tampoco es la única novedad, aunque sí más elegante e ingenuo.

El ambiente crepuscular con imagen de desierto y sabor a sal mantiene la lectura alerta ante cualquier detalle que pueda funcionar como pista sobre lo que está sucediendo en realidad. Porque en seguida hay sospechas de que lo que muestra la narración es una fachada pintada al estilo oeste americano del pasado siglo. Parece que haya que encontrar la puerta y girar el picaporte. En efecto, se trata de una novela-tarta de varias capas. Al tratar de profundizar en ellas, lo normalizado deja paso a lo macabro, la lógica pierde coherencia hasta tornarse demencial, y cuanto más se escarba en los estratos, con la lengua fuera, más gusanos aparecen. Ahí, entre las líneas confusas, sentí que se escondía una verdad esquiva que mi instinto quería atrapar. Me desgañité por encontrarla en un acto desesperado por poner orden a tanto caos, hasta que me di cuenta de lo morboso que resulta dejarse llevar por un tipo de literatura de género que ni puedo ni sé controlar. De perdidos, al río.

Los autores tienen especial facilidad para destacar elementos descriptivos poco habituales y mostrarlos de forma que los puedas tocar y escuchar en tu cabeza. Del tipo que dejan un regusto amargo y te hacen arrugar el morro. Sin embargo, te sorprendes pasando la página porque quieres más de esa belleza bruta y repulsiva por la que cierta familia televisiva se llevaría la mano al pecho, complacida.

La maquetación tampoco es nada habitual. Cada capítulo es una canción con sus estribillos, que mezcla prosa y verso, también en forma de pequeños poemas, y que termina con una coda a modo de epílogo. En el comienzo no hay nada anormal, pero algo empieza a ocurrir con esos párrafos y esos versos, cambian, se cortan, y no es un fallo de impresión. Se contagian de esa locura que impregna cada vez más el texto hasta acabar cacareando en voz alta para poder leer mejor y con algún sentido. Como regresar a primero de primaria y sentir los ojos de la profesora clavados en el cogote mientras lees con torpeza a los compañeros e intentas ocultar esa risa desquiciada. «Mierda, ahora soy yo la loca, esto es contagioso». ¡No! Lo que ocurre es que está rayado. El texto está rayado como se rayan los discos y la maquetación lo muestra, por si quedase alguna duda. Como el sentimiento depresivo del propio sentimiento personificado. Esto es otro nivel.

La historia tiene mucho de límite. De caminar en la cuerda floja con la pértiga temblando entre las manos. De frontera sin cruzar y de abismo al que caer. Tuve muchas dudas acerca de esa verdad que buscaba. Desde que era todo ciencia ficción con esencia extraterrestre y toques entomológicos, hasta algo extracorporal, que no es de esta vida, porque están todos muertos. Modulorama se ofrece mucho al debate sobre su argumento y nada o todo lo que diga aquí podría ser verdad. Por lo que no considero que desvele nada. De hecho, si tuviera esa potestad, reuniría a los autores y los acribillaría a preguntas. Esto siempre es síntoma de interés.

Los personajes son tan desconcertantes como intrigantes, y aunque tenga algunas dudas sobre ciertas figuras, están muy bien planteados si lo que querían era mostrar gente rota. Luca quizás en esto sea el más manso. Un pobre ignorante recién llegado y que se deja llevar. Después intuyo tres «guardianes de la verdad», a los que apodo de esta manera porque es gente misteriosa que me da en la nariz que sabe más de lo que dice. Entre ellos, la persona que acoge a Luca tras llegar a Reparación. Luego está Anna, un personaje complejo, muy peligroso y revolucionario al que no puedes dar la espalda, que parece congeniar demasiado bien con el protagonista. Y destaco un último, entre otros, porque parece hacer su «vida» en paralelo. Alguien que conoce una verdad paralela o quizás sea la misma vista desde otro punto de vista.

Es increíble, después de tanta duda e intriga que me ha generado, lo fácil que me resultaría ilustrar el proceso de lectura utilizando el surtido de emoticonos que ofrecen las redes sociales. Con mucha gota en la frente, ojos saltones, dientes apretados, cara abierta y ligeramente amoratada. Serviría hasta la flamenca bailando entre caballos y calaveras. —«¿Eres weird, pero así de weird?», acompañado de la portada del libro—.  Por contra, resulta difícil clasificar este título. El miedo existe en la novela, pero no se trata de terror clásico, asusta porque lo que se ignora es incontrolable e irreversible. Un diabolus ex machina que acecha y lo sientes antes de que salte, vigilado de cerca por albatros, que parecen estar más cuerdos que todos.

Modulorama es un experimento literario con todas las letras, imposible de comparar con otros libros que haya leído. Tan extraño como pegarle a uno con una merluza en la cara a modo de buenos días y la prueba irrefutable de que no está todo escrito. Lo que para mí significa que hay esperanza. Por eso, a pesar del tono tétrico con el que está escrito y de que invite a la locura, lo he terminado con una sonrisa de oreja a oreja. Aún queda mucho por explorar, solo se necesitan rastreadores valientes que arriesguen como se hace aquí, y lectores que no se acobarden y cierren la tapa a la primera de cambio.

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