La aparición repentina de una gata blanca en el jardín de su casa sorprende a Masayo, una anciana pintora, y a Yukiko, su empleada del hogar. Después de limpiarla y darle de comer hasta saciar su hambre, Masayo comienza a relatarle a Yukiko un hecho que marcó su vida, décadas atrás, y que precisamente tenía como protagonista a una gata muy parecida, Lala, y su dueña Momoko.
Así comienza una novela que nos lleva al Japón de después de la Segunda Guerra Mundial, a una sociedad en reconstrucción a la que, más que reparar los destrozos de la contienda, le cuesta cerrar sus enormes brechas internas. Una parte del país confraterniza con los estadounidenses y abraza sus costumbres relajadas y su modo de vida como una forma de modernidad. La otra, anclada en tradiciones ancestrales, mira con recelo el avance de aquellos a los que consideran invasores.
Masayo, con veinte años recién cumplidos, comienza a trabajar en la casa de uno de los más brillantes pintores de la época, Goro Kawakubo, un viudo mayor que ella pero todavía joven, del que además espera recibir algunas clases. A cambio, tiene que ocuparse casi en solitario de su hija Momoko, algo nada fácil dado que la niña, traumatizada por la temprana muerte de su madre, solamente se comunica con su gata. Cuando entra en escena una tercera mujer, Chinatsu, los secretos del pasado de Goro Kawakubo salen a la luz y todos los protagonistas, incluida la gata, sufren sus consecuencias de manera inesperada.
Reconozco que cuando vi por primera vez este título pensé: una novela que mezcla Japón y gatas, ¿cómo no me va a gustar? Y en verdad lo hace durante al menos los dos primeros tercios. Un estilo sin grandes alardes y una estructura simple pero que funciona hacen que las páginas pasen volando. Mariko Koike invoca los grandes sentimientos (duelo, celos, envidia) de manera tan contenida como solo podría hacerlo una japonesa y, además, consigue un retrato interesante de la sociedad nipona de posguerra, de las tensiones campo-ciudad y de su traumático desarrollo. Sin embargo, con la aparición de Chinatsu la narración da un par de giros bastante bruscos y, aparte de introducir un cierto punto sobrenatural que no se justifica del todo, se desliza de manera irremediable hacia lo dramático, casi como si fuera una telenovela de sobremesa.
Corto y agradable, fácil de leer, será raro que quien empiece Momoko y la gata no llegue al final, aunque solo sea por curiosidad. Puede ser un compañero ideal para un viaje largo o para un fin de semana perezoso en el que no se quiera hacer trabajar demasiado a las neuronas. Más allá de eso, me parece que no llega al nivel de los referentes con los que se presenta (Mishima, Murakami, Ogawa) y que se queda en un entretenido ejemplo de literatura comercial de un país del que no estamos acostumbrados a recibirlos.