Me encantaría que llegara el día en el que el iluminado de turno del departamento de publicidad de alguna marca puntera del sector de la automoción, tras un arduo brainstorming, decidiera llevar a cabo un coche bautizado como “monolito”. Un rectángulo negro. Un puro bloque rectangular, sin curva alguna. Una mole impresionante, como una enorme pieza de lego sin salientes ni entrantes. Que no se distinguieran ni las juntas de las puertas. Y que, haciendo un guiño a la película de Kubrick, tuviera como dimensiones las famosas proporciones 1-4-9, (los cuadrados de los tres primeros números naturales). Cosas peores se han visto y hecho, desde luego, pero si ese día llegara, sería el acabose. Sería como poner a Homer Simpson a los mandos de una central nuclear, o a diseñar un coche llamado The Homer…
Me encantaría, repito, ver las cotas que alcanza la humanidad gracias a la adoración de la tecnología. Hasta entonces tenemos que conformarnos con imaginarlas o verlas en episodios de Black Mirror.
Y, si nos paramos a pensar, casi casi podemos decir que este Monolith parece sacado de uno de los episodios de dicha serie en los que en un futuro no muy lejano la tecnología nos traiciona. Entre otras cosas, claro.
La historia es muy simple. Una mujer, Sandra, decide dar un “descanso” (de duración indeterminada como Ross y Rachel en Friends) a la relación con su pareja, agobiada por el constante control al que está sometida. Coge al hijo y se larga en el Monolith, el coche más potente, resistente y seguro del mercado, lejos, a no se sabe dónde. El coche en sí, es chulo, no es el Kubrickmóvil 1-4-9 y tiene toda la tecnología imaginable.
Sin embargo, la extrema seguridad se volverá contra Sandra cuando, por cosillas que pasan en la vida, esta se quede fuera del coche y no pueda entrar. Ella fuera del coche, y su hijo pequeño (no sé calcular la edad del cachorro, ¿dos años?), dentro. Y para mayor gloria, en pleno desierto y con el móvil perdido.
Esta es básicamente la historia. Una lucha por entrar en una fortaleza impenetrable, jugando contra el reloj y el propio desgaste humano bajo las condiciones de angustia, miedo y cansancio. Una historia de muy pocos personajes y cuya protagonista al lector no le resulta precisamente simpática pues demuestra ser inmadura e irresponsable, aunque sí podemos llegar a experimentar temor y ansiedad por la suerte que corra el niño, que no tiene culpa de haber acabado ahí.
Monolith es un cómic, (y también una película, inédita a día de hoy en nuestro país) en el que prima el apartado visual y hay muy poco texto que leer. Las viñetas tienen un estilo pictórico que te obligan a bajar el ritmo de lectura, a leer más despacio para contemplar y deleitarte con el dibujo de tipo realista y los colores hipnotizantes. Ese arte coexiste con otro tipo de dibujo, totalmente opuesto y más de “cómic”, cuando Sandra empieza a alucinar, que me ha parecido muy apropiado para remarcar el contraste entre lo real y lo flipado.
No obstante, pese a ser un buen cómic y una buena trama, creo que podría habérsele sacado mayor partido a la situación de indefensión de Sandra, haber creado más ocasiones de peligro o haber añadido alguna otra amenaza, tanto externa como interna.
Pero admito que ese final también ha molado. Muy de interpretación del lector.
En resumen, un cómic que me ha entretenido, que es lo que buscaba, que tiene en el arte de sus viñetas su principal baza, que se lee con facilidad y que tiene además el mérito de mantener el interés creciente.
¿Te montas?
1 comentario en «Monolith, de Recchioni, Uzzeo y Lrnz»