Muchas veces hemos hablado del poder de la palabra, sobre todo en un espacio como este, dedicado a la literatura. Pero esa frase ha adquirido una nueva magnitud para mí tras leer Monólogos de la vagina, de Eve Ensler.
Monólogos de la vagina nació como obra de teatro hace veinte años. Cuando Eve Ensler se subió al escenario, creyó que la iban a apalear. Entonces nadie se atrevía a decir vagina en voz alta y ella la pronunciaba ciento veintiocho veces en cada representación. Pero no solo eso: hablaba del vello púbico, del deseo sexual, del placer, del parto. Y también de la violación, de la mutilación genital, del maltrato, de la culpabilidad y la vergüenza que nos inculcan a las mujeres por haber nacido con una vagina.
Que la palabra vagina ha estado silenciada es evidente. ¿A cuántas niñas nos han dicho que se llama así? Lo habitual es recurrir a eufemismos: rajita, cosita, eso de ahí abajo. Y, además, dejarnos claro que eso no se mira, eso no se enseña, eso no se toca, eso no se dice. La palabra vagina causa pudor, incomoda, incluso provoca desprecio y asco. Porque nombrarla es vulgar, indecente.
Pero Eve Ensler rompió el tabú, y con ese monólogo, inspirado en las entrevistas que hizo a más de doscientas mujeres de toda condición, liberó un torrente de recuerdos, de rabia y de dolor: decenas de mujeres se acercaron a contarle cómo ellas también habían sido violadas, asaltadas, agredidas, acosadas.
Así, Monólogos de la vagina se convirtió en un catalizador de la concienciación y la justicia, y la obra se propagó por todo el mundo, retomada por otras mujeres que rompían, a través de ese monólogo, el silencio de sus comunidades sobre sus cuerpos y sus vidas. Esas iniciativas se consolidaron en V-Day, un movimiento de concienciación global que busca poner fin a la violencia contra mujeres y niñas y que actúa allí donde las mujeres están en grave peligro, ya sea por catástrofes naturales, asesinatos u opresión, para hacerlas visibles y sanarlas a través de la palabra.
Con motivo del veinte aniversario, Ediciones B publica una edición actualizada en la que, además del monólogo original, incluye los monólogos que fueron escritos posteriormente para acciones de la Campaña V-Day Spotlight —donde se da voz a transexuales y esclavas sexuales, entre otros grupos de mujeres en situaciones de riesgo— y artículos sobre la misión de ese y otros movimientos, como la Ciudad de la Alegría. Todo ello demuestra la trascendencia que ha tenido la transgresora obra de Eve Ensler.
Este libro era necesario entonces y lo sigue siendo ahora, tal y como afirma Jacqueline Woodson en el prólogo de la presente edición. Pese a los años transcurridos y a los logros alcanzados, todavía nos quedan muchos miedos y vergüenzas que exorcizar, con nuestro cuerpo en general y con nuestra vagina en particular. La revolución feminista comienza en nuestro cuerpo, al que debemos mirar y nombrar, parte por parte, sin pudor. Porque lo que no se nombra, no existe. Porque las palabras construyen la realidad, la transforman, y nos liberan. Eve Ensler lo demostró al pronunciar ciento veintiocho veces la palabra vagina en público y originar un movimiento mundial que ha empoderado a miles de mujeres. Ese es el poder de la palabra; ese es el poder imparable de Monólogos de la vagina.