En el mundo del cómic los proyectos atrevidos de ideas arriesgadas acostumbran a tener dos desenlaces: o son recordados por su fracaso o se convierten en un hito del noveno arte.
J.M. DeMatteis siempre quiso ser una estrella del rock además de dibujante de cómics. El joven DeMatteis probó en las dos disciplinas pero en ninguna de ellas llegó a moverse con soltura. Sus habilidades lo llevaron por unos derroteros no muy alejados de sus aspiraciones iniciales. Así que, aquella vena artística que siempre había mostrado acabó materializándose en guiones para cómics. Enseguida exhibió gran pericia a la hora de contar historias de gente con poderes. Su dominio del género superheroico era más que notable. Sus etapas en Los Defensores o Capitán América siguen siendo muy bien consideradas. Pero De Matteis sentía que no había encontrado su voz. “Acabé sonando, más bien, como un clon deforme, creado a partir del ADN combinado de Stan Lee, Steve Gerber, Len Wein, Roy Thomas…”
Cuando DeMatteis halló su voz, cuando encontró una historia que sentía que verdaderamente le pertenecía, la compartió con aquella persona que completaría su obra: Jon J. Muth. Uno trajo la literatura al cómic, el otro el arte. A mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando la cuatricromía reinaba en las páginas porosas de los cómics, DeMatteis y Muth apostaron por convertir las viñetas en pequeños cuadros, pequeñas obras de arte. De esta forma nació Moonshadow. De esta forma nació el que es considerado el primer cómic totalmente pintado en Estados Unidos.
Abrir Moonshadow: La edición definitiva es perderse en una galería de arte. Las acuarelas de Jon J. Muth sirven de opíparo aperitivo antes incluso de empezar a leer la obra. Una vez se empieza a leer, se descubre la elegante sinergia, ese mecanismo precioso y preciso que consigue cautivar al lector. Pero volvamos a los dibujos, a esas representaciones artísticas que en algunos momentos están a la altura (y que los expertos en arte me perdonen) de algunos de los óleos de Millais o a esos desnudos que tienen reminiscencias goyescas. Con todo, y como dice el refrán, en la variedad está el gusto. Pues, aunque priman las acuarelas de tonos más bien fríos (perfectos para crear sensación de nostalgia), el lápiz y la tinta se dejan ver para acentuar bellísimas ilustraciones de estilo surrealista. Pero ese no sería el único estilo que prima, pues no hay que olvidar que Moonshadow, ante todo, es puramente un cómic. Y un cómic, caricaturesco, como los de las tiras dominicales del periódico, tal vez con un toque de art nouveau, es lo que también encontraremos.
Bien, ahora ya sabéis que el cómic de Moonshadow tiene un apartado visual único. Probablemente precursor de obras como The Sandman de Neil Gaiman o As enemigo de George Pratt. Evidentemente fue mucho más rompedor en el momento de su publicación que en esta época en el que tenemos cómics como Marvels o Blacksad, pero eso no quita méritos ni calidad a la obra, en todo caso los añade. Ahora bien, en este preciso momento, seguramente os estaréis preguntando de qué va Moonshadow.
Moonshadow es un anciano con muchas vivencias a sus espaldas. Una biografía extensa, repleta de aventuras galácticas. Su madre fue secuestrada por una de esas extrañas entidades con forma de luna conocidas como G’L-Doses. Él nació en un zoo intergaláctico y sus primeros años de vida los pasó rodeado de todo tipo de alienígenas. Allí conoció a Ira: todo pelo y mala leche. Una especie de sátiro del espacio profundo que disfrutaba cascándosela a diario mientras se tiraba pedos. Pero un afortunado día consiguen abandonar el zoo y ahí es donde realmente empiezan sus aventuras y desventuras. La Decrépita (su nave espacial) será el medio para alcanzar otros planetas, otros mundos, otras sociedades. Conocerá la brutalidad de la guerra y las delicias del sexo. Descubrirá las mieles del amor y el vacío que deja la muerte. Moonshadow se verá envuelto en la mayor empresa que una persona puede llevar a cabo: vivir.
El cómic Moonshadow es un cuento de hadas para adultos, un cuento cargado de filosofía con una prosa repleta de florituras y con un tono casi poético. Es como si El Principito de Saint-Exupéry se enfrentara a los acuciantes problemas que se manifiestan una vez abandonamos la niñez. Moonshadow, el protagonista, no es precisamente un narrador fiable. Es como Ulises en La Odisea, cuando canta sus aventuras a los feacios, cuando añade florituras e imprecisiones para sorprenderlos y así conseguir ese tan preciado barco que le lleve a la esquiva Ítaca. O como Edward Bloom en Big Fish, que creaba una suerte de alegoría de lo que significa vivir mezclando realidad y fantasía. Los infortunios a los que deberá hacer frente Moonshadow están plagados de elementos dickensianos: la orfandad, la búsqueda de un mentor o padre postizo (aunque este sea un cabrón), la picaresca como modo de supervivencia y la crítica social.
DeMatteis se vale de un planeta que vive por y para la guerra para criticar con rotundidad la glorificación de los conflictos y el supuesto heroísmo de los soldados. La falsa salvación de las religiones o el capitalismo brutal y desmedido tampoco escapan a la mirada crítica del autor, aunque siempre velada por la metáfora, la fantasía y una ciencia ficción que recuerda a los libros de Ray Bradbury. Con todo, podría decirse que el amor es el hilo conductor de la obra. La interminable búsqueda de Moonshadow de la mujer perfecta, del amor puro. Aunque Ira (ese personaje que le recuerda constantemente que vivir también es divertirse) también le hará descubrir lo que es el sexo sin compromiso. Pero existen otros tipos de amor. El amor por la literatura, por ejemplo. Y Moonshadow es una bellísima oda a grandes obras como Siddharta, El señor de los anillos, El mago de Oz, Los Hermanos Karamazov y un sinfín de grandes obras literarias que sirven de excusa para dar inicio a algunos de los capítulos.
Moonshadow: La edición definitiva, publicado por el sello de Panini Evolution Cómics, es un cómic que apostó fuerte por una narración literaria y un dibujo artístico y salió airosa. DeMatteis nos narra con honestidad una historia repleta de fantasía. Jon J. Muth la plasma de forma onírica para cautivar la vista del que mira. El resultado es un hito del noveno arte.