El thriller psicológico es un género muy resultón tanto en el cine como en la pequeña pantalla. No hay más que pensar en nombres como Brian de Palma, David Lynch, Amenábar o M. Night Shyamalan, por no remontarnos a Hitchcock, y nos daremos cuenta de que es además un género de lo más fructífero. Probablemente nos costaría más nombrar obras literarias que encajen claramente en él, aunque, bien mirado, podríamos remitirnos a un autor de talla de Stephen King. Pero eso sí, si tuviéramos que mencionar títulos de novelas gráficas, ese número se reduciría a la mínima expresión. Hasta ahora.
Mr Nobody 1, primer volumen de una trilogía muy apetecible, se inscribe plenamente en el género del thriller psicológico. Tenemos a Kawai Susumu, un joven que, tras una dura infancia, en la que perdió a su padre antes de nacer y a su madre, poco después, ha conseguido superar todas las dificultades de la vida, ahora trabaja como detective privado y está a punto de casarse. El único nubarrón en su vida es un extraño recuerdo de juventud, relativo a un decisivo error cometido durante un partido de béisbol, que no deja de acosarle. En éstas estamos cuando recibe un curioso encargo por parte de un enigmático personaje, que le ordena que vaya a un motel ruso y espere nuevas órdenes.
En el motel se encuentra con tres hombres y una mujer, todos ellos con el mismo encargo que Kawai. Nadie sabe qué se espera de ellos ni tienen idea de quién les va a pagar, pero su primera misión disipa todos sus escrúpulos. Un tren de mercancías se va a detener durante cinco minutos a diez kilómetros del lugar donde se encuentran. Su trabajo consiste en dirigirse allí y abrir el último vagón. La recompensa, 100.000 dólares.
A continuación, acción, asesinatos bestiales, misterio y resbaladizas identidades que arrastran al lector página tras página. En un libro de estas características, es inevitable que, tras la lectura del primer volumen, nos sintamos un tanto confundidos. Mr Nobody 1 prácticamente exige ser leído a una velocidad de vértigo, y al llegar al final nos encontramos, como es natural, con que todos los cabos están sueltos. En esa situación, y mientras esperamos la llegada del segundo volumen, el lector se ve obligado a releer el libro con más detenimiento para así matar el tiempo de espera. Y es entonces cuando el aspecto psicológico se impone al thriller. Dejamos de lado los brutales asesinatos y nos preguntamos sobre la relevancia de detalles como “Let it be”, la canción de los Beatles que canta Kawai y que, nos dice, era la favorita de su padre. Escuchamos con atención las palabras de Mika, su prometida, que le dice “para una mujer lo importante es el presente. El pasado no cuenta”. Observamos el detalle de que Mika ya estuvo casada, y nos inquietamos con ese extraño sueño en el que vemos unos cuerpos manipulados de manera extraña por manos y aparatos.
El destino de Kawai, pero también, y de manera significativa, su pasado, empieza a entrelazarse con el de sus compañeros de misión. Una es Nastasja, a quien su madre abandonó de niña en mitad de una clase de ballet, y el otro, Anri, desertor del ejército americano. Todos viven atormentados por un recuerdo que sólo ellos creen conocer. ¡Cuán equivocados están!
En fin. Habrá que ver si el segundo volumen responde a las expectativas que éste ha levantado. De momento, nos hemos quedado con muchas ganas de seguir.