Muerde ese fruto es un libro con personalidad, dicho sea lo cual como muestra de sus muchas virtudes, no como el elemento disuasorio que a veces es para quienes huyan de lecturas complicadas. No tienen nada que temer y sí mucho que disfrutar, créanme. Es un libro con personalidad en primer lugar porque la utilización del lenguaje de su autor, Aharon Quincoces, es peculiar y ayuda a crear una atmósfera especial en la que uno no sabe muy bien qué respira. Lo es también por el escenario, una ciudad llamada Ciudad a la vez real, muy nuestra, y a la vez imaginada en tanto que carece de referencias geográficas. Y además en descomposición, adicta y desigual pero con apariencia de progreso y bienestar. Por eso tal vez es tan nuestra, porque sus habitantes la aman por cosa que en realidad no existen mientras que miran para otro lado ante las que sí son reales. Actitud doblemente impactante si tenemos en cuenta la profesión del protagonista, el periodismo que su jefe redefine (o no) como un negocio de venta de noticias y no como el cuarto poder, el contrapeso de los otros y todo eso que tan bien queda en las películas y que genera tantas vocaciones como frustraciones. En cualquier caso no es un periodista de investigación ni un escritor comprometido con quienes no tienen voz y todas esas cosas que también quedan estupendamente en las películas. El periodista protagonista no se acuesta diciendo “buenas noches y buena suerte” entre otras cosas porque acostumbra a acostarse tarde y etílicamente satisfecho porque su campo es, digamos, la crónica de sociedad (moderna, eso sí) para un dominical. Pero en algún lugar guarda algo de vocación periodística porque cuando le encargan un reportaje diferente a lo habitual, más humano, pese a su rechazo inicial y según investiga, aunque investigue otra cosa, acaba por salirle de dentro un periodista que puede que le reconcilie consigo mismo, pero le enfrenta a todo lo demás. Y es aquí donde Muerde ese fruto se hace grande, cuando navega por submundos, cuando reflexiona, cuando se vuelve una crítica al periodismo y a la sociedad.
Puede parecer que el libro crece según decae la estabilidad emocional del protagonista, no digo que no sea así, pero es que Andrés, que así se llama, se agranda con el libro y cuanto más profundas se hacen sus contradicciones, mejor funciona.
Muerde ese fruto, más allá de su personalidad y de su trama tiene algo más, un compendio de personajes interesantes. Apenas esbozados muchos de ellos, pero realmente atractivos y eficientes en tanto que cumplen a la perfección el papel que Aharon Quincoces les encomienda. Las discusiones de barra de la parroquia del bar Córcholis son canónicas, a poco que uno frecuente baretos no puede evitar sonreir ante semejante despliegue de sentido del humor ácido y a la vez casi fotográfico, de tan realista. Pero hay muchos más, el retrato de los garitos nocturnos, de los grupos musicales de algo que podríamos percibir análogo a la movida, la reflexión sobre la vida que surge de los diferentes destinos de los compañeros de instituto o la perfecta imperfección del protagonista.
Muerde ese fruto no es trivial, aunque sí muy entretenido y es difícil ofrecer más con menos, más sabor a literatura con menos páginas. Y no sé muy bien porqué (no tengo datos biográficos del autor), pero me parece un libro muy de mi generación, aunque probablemente usted lo lee y no ronda los cuarentaytantos piense lo mismo, porque los buenos libros logran que el lector se identifique y los haga suyos.
Andrés Barrero
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