Marge Piercy publicó Mujer al borde del tiempo en 1976. ¡Hace cuarenta y cuatro años! Pero ya os digo yo que, cualquiera que lo lea sin saber este dato, dará por hecho que se ha subido al carro de los debates en boga: ¿es posible el lenguaje inclusivo, una sociedad que no se defina por el género binario, vivir respetando el medio ambiente, acabar con la discriminación por sexo, raza o clase social? Sí, sí: todo a la vez. Ahí es nada. Y esto es solo una muestra de las preguntas que Marge Piercy plantea en esta ficción especulativa.
La protagonista de Mujer al borde del tiempo es Connie, una mujer de treinta siete años, chicana, gorda y pobre. Esto, unido a su historial delictivo y psiquiátrico, la convierten en un ser insignificante para la sociedad. Y su nuevo ingreso en una institución mental no tiene pinta de mejorar su situación. Sin embargo, sus expectativas cambian cuando aparece Luciente, una persona que la hace viajar al futuro, y ve con sus propios ojos que otro tipo de mundo es posible.
Marge Piercy describe con detalle (la novela tiene casi quinientas páginas y con un tamaño de letra más bien pequeño) la aldea de Luciente, una utopía feminista. La forma de gestionar el nacimiento, el aprendizaje, la crianza, la enfermedad o los recursos nada tiene que ver con la actual, como tampoco sus maneras de entender el sexo, la muerte o la memoria colectiva. Pero los viajes en el tiempo de Connie no siempre son tan instructivos y serenos; en ocasiones, ve un futuro distópico, en el que las mujeres son mercancía, genéticamente modificadas y carecen de cualquier tipo de poder. Y ella, una mujer chicana, gorda y pobre, es determinante para que el mundo vire hacia una u otra alternativa.
Mujer al borde del tiempo, traducida por primera vez al castellano en 2016, en su momento fue tan aclamada como Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin o El cuento de la criada, de Margaret Atwood. Al igual que estas, se publicó durante la segunda ola del movimiento feminista, un periodo en el que se defendían los derechos conquistados, se luchaba por lograr otros y, sobre todo, se creía que un mundo mejor era posible y hasta probable. Más de cuarenta años después, sin embargo, algunas de esas conquistas vuelven a estar amenazadas y aún no hay igualdad real, por eso los temas de esta novela parecen tan actuales.
Cuando Marge Piercy escribió Mujer al borde del tiempo, no pretendía predecir el futuro, sino influir en su presente, extrapolando las tendencias del momento. A través de los ojos de Luciente, presentaba el estilo de vida occidental como absurdo y de pesadilla, hasta el punto de denominarlo la Era de la Avaricia y el Desperdicio. Reconozcamos que razón no le faltaba, ni en los años setenta ni ahora.
Visto que sus audaces planteamientos y reflexiones no tuvieron el impacto que merecían en la vida real, cuarenta años después es necesario reivindicar el mensaje de Mujer al borde del Tiempo, que nos invita a imaginar qué queremos y qué no queremos que pase. Al fin y al cabo, los lectores somos como Connie, su protagonista: creemos que no tenemos el poder de cambiar el mundo, pero Margaret Piercy quiere convencernos de que sí somos capaces de hacer algo al respecto. ¿Cómo no va a merecer la pena una lectura que nos infunda esa esperanza?