Estamos vivos, pero a veces lo olvidamos. Como quien no recuerda que una vez amó o fue amado, que sintió dolor o alivio, que vivió con placer o agonía. Moviéndonos continuamente como las olas que, en un mar de tormenta, zarandea nuestros cuerpos. Pero la paradoja está en que ahí, en ese movimiento fortuito y violento, también sentimos. Y lo hacemos porque no sabemos hacer otra cosa, porque vivir es precisamente eso, porque sentir es lo único que no nos enseñan y para lo que no estamos preparados. Estamos vivos, pero a veces lo olvidamos. Como si una amnesia selectiva se instalara en nuestros huesos, como si los músculos que hace tiempo nos sostenían fueran hoy simplemente arena que se escapa entre los dedos. Y la mentira se transforma en verdad, a veces, cuando leemos. Mujeres de agua es la vida de tres mujeres, pero bien podría ser la vida de todas aquellas personas que amaron por encima de sus posibilidades, por encima del amor mismo, mientras el corazón que late con fuerza sacude nuestro pecho e inunda, con el nerviosismo de aquellos que empiezan a caminar, los poros que deben servir para sofocarnos. Estamos vivos, pero a veces lo olvidamos. Y Antonia J. Corrales está dispuesta a hacernos recordar. Que no se pierdan esos momentos que vivimos, que sentimos, que nos dolieron, mientras la vida se paseaba por las calles intentando encontrar el sentido que le llevara a un lugar que pudiera llamar hogar. Ese recinto en el que nos reencontremos y donde podamos decir, sin miedo a olvidarnos, que estamos vivos de nuevo.
Mena, Remedios y Amanda son tres mujeres que, resguardadas por un paraguas rojo, van desgranando la vida a sorbos más o menos intensos. Sus tres existencias se enredarán con las ganas de salir adelante en un mundo que hace todo lo posible por hacer que renunciemos a nuestros sueños. Tres vidas unidas por los lazos de la amistad, del amor e incluso de aquellos que no están pero permanecen en el recuerdo.
Encontrar de nuevo a Antonia J. Corrales es una suerte. Descubrí sus obras con En un rincón del alma y, sin saber muy bien por qué, entendí que de lo que me hablaba era de la vida que cada uno de nosotros construimos cuando todo está deshecho. Por aquel entonces, en un arrebato de confesión personal, dada mi situación personal, entendí a la perfección a todos sus personajes. Volver a reencontrarme con ella en Mujeres de agua es ver a una amiga que habla desde sus páginas a todos los que, como yo, vemos la necesidad de seguir adelante a pesar de todo. Porque al final de eso trata este libro: de las oportunidades que la vida hace que gastemos, pero también de todas aquellas que, una vez entendido el significado que tienen, asimos con toda la fuerza que podamos para no soltarlas en lo que nos resta de existencia. Una lectura más amplia, que aumenta el universo que ya nos contara en la citada novela del principio, y que es un buen reflejo de todas aquellas situaciones que sacuden los cuerpos que, azotados por un agua que en realidad no deja de ser el que hace que existamos, tiritan de frío por las inclemencias del tiempo. La vida como escenario y nuestros sentimientos como protagonistas de una historia que duele, pero que nos hace acompasar los latidos de nuestro corazón al ritmo de una felicidad que, incluso siendo frágil, es lo que buscamos.
¿Creemos en la suerte? ¿Es el destino aquel que nos guía o somos nosotros el que lo creamos? Somos seres que olvidamos aquello que nos importa. Suerte es, por otro lado, que vengan historias tan terrenales y reales como Mujeres de agua para recordarnos que, estar vivo, es precisamente abrazar la soledad y la compañía, el dolor y el placer, la alegría y la tristeza, mientras a nuestro alrededor se desata el mayor de los vendavales. Porque el agua, moviéndose a su libre albedrío, seguirá amenazándonos durante toda nuestra vida. Sólo dependerá de nosotros el caminar y no permitirnos caer por muy mojado que esté el suelo que tiempo atrás nos permitió atravesar aquello que hoy nos aterroriza. Y Antonia J. Corrales sabe, siempre, infundirnos ese ánimo.
Quiero leerlo ya!